lunes, 30 de noviembre de 2009

temas a evaluar

Curso: 3°
Año: 2009

CONTENIDOS CONCEPTUALES Y PROCEDIMENTALES:
1.1 La Cuaresma y la Pascua
- Cuaresma: itinerario de conversión.
- El sentido de la Pascua
- La Pascua como paso.
- La Vida Nueva en Cristo.
1.2 La Semana Santa
- El sentido de la liturgia pascual
- El Domingo de Ramos.
- El Triduo Pascual.
- El Domingo de Pascua.
2.1 Pentecostés: Venida del Espíritu Santo.
- La Nueva Comunidad.
- La misión y el testimonio de los Apóstoles.
2.2 La Vida de las Primeras Comunidades
- Pedro, al frente de la Primera Comunidad
- Pablo, el gran misionero de la Iglesia.
3.1 El misterio de la Iglesia.
- Nuevo Pueblo de Dios
- Cuerpo Místico de Cristo
- Templo del Espíritu
3.2 Característica de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica.
3.3 La misión de la Iglesia.
- Educación de la fe.
- Celebración de la fe.
- Acción caritativa y social.

4.1 Los signos y los símbolos de la ternura de Dios
Los Sacramentos
Un Dios que acompaña
El Servicio con rostro humano
Dios nos ayuda en el camino. El Espiritu Santo nos da vida

4.2 La Gracia nos ayuda a caminar
El sacramento de la Reconciliación
Cuando perdemos el rumbo
El sacramento de la Unción de los enfermos
Cuando perdemos las fuerzas
Oración de intercesión

4.3 La celebración de la fe
- ¿Por qué celebramos?
- Las Celebraciones litúrgicas.
- La acción del Espíritu Santo en la liturgia.
4.4 La Eucaristía.
- Definición e institución del Sacramento.
- Doctrina de la Iglesia sobre la Eucaristía.
- Materia y forma del sacramento.
- Ministro del sacramento.
- Efectos del sacramento.
Eucaristía y vida Cristiana
Ritos de la Celebración de la Eucaristía
El sacramento del Amor
La cena del Señor
Eucaristía y compromiso cristiano
El sacramento del amor y la unidad
4.5 La Santa Misa.
- Definición y explicación de la Santa Misa.
- Fines de la Misa.
- Partes de la Misa.
Celebrar el domingo
Dia de Gracia y descanso
Día de servicio
Día de oración
Día de resurrección
Día de la Eucaristía

martes, 15 de septiembre de 2009

Unción de los enfermos

Jesús sana y salva

"Si Dios es bueno, ¿cómo me puede hacer sufrir tanto? Así se cuestiona más de uno. Y otros piensan que Dios les "mandó una enfermedad para castigarlos”.

Los hombres hasta hoy no hemos encontrado una respuesta totalmente satisfactoria a la pregunta: "¿De dónde viene el sufrimiento?" Pero la Biblia nos hace descubrir el sentido del mal, del sufrimiento y de la enfermedad, dentro del plan de Dios. Y por medio de su Hijo Jesús, Dios Padre nos mostró que no quiere el mal y el sufrimiento, sino lo bueno y nuestra salud. Dios quiere que seamos felices y libres de todo dolor y enfermedad.


JESÚS Y LOS ENFERMOS
Jesús entendió como su misión: llamar a los pecadores y sanar a los enfermos (Mc.2, 17). Contestó a los enviados de Juan Bautista, los que le preguntaron si era Él quien debía venir: "'Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres” Lc.7, 22.

La curación de Jesús es de toda la persona. Jesús cura el cuerpo y el alma, y sólo pide una condición: la fe.
Por otro lado, Jesús da un sentido nuevo a nuestros sufrimientos. Podemos decir que el Evangelio nos da un doble mensaje:
- por una parte debemos pedir con fe y con perseverancia la curación
- Por otra, debemos, si es la Voluntad de Dios, asociamos al plan misterioso de Salvación, llevando nuestra cruz tras los pasos de Cristo.

Jesús cura a los enfermos no solamente por compasión, sino para demostrar al mundo la grandeza de Dios y la llegada de la Salvación. La fuerza divina ya está actuando en el mundo, y un día vencerá totalmente el dolor y la muerte.

LOS APÓSTOLES Y LOS ENFERMOS

Jesús eligió a los Apóstoles y les dio la misma autoridad y el mismo poder que Él había recibido del Padre. Los mandó a proclamar el Reino de Dios y les dio poder para sanar a los enfermos (Lc.9, 1- 3).

Los Apóstoles enviados por Jesús ungieron a los enfermos con aceite y los curaron (Mc.6, 13).
Después de la muerte y la Resurrección de Jesús continuaron la misma misión que el Señor les había transmitido. El Apóstol Santiago, en su carta, exhorta a los cristianos a llamar a los presbíteros (sacerdotes) de la Iglesia cuando hay un enfermo, "para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. " Santiago 5,13-15.

LA IGLESIA Y LOS ENFERMOS
Fiel al mandato de Jesús, también hoy la Iglesia sigue preocupándose por la salud espiritual y corporal de los enfermos. La Iglesia hace suya la misericordia y el amor de Cristo para con los que sufren.
Con la celebración del Sacramento de la Unción de los enfermos le asiste al enfermo en su tiempo de prueba y lo une a Cristo quien lo reconforta y lo acompaña en el sufrimiento.
Durante los ocho primeros siglos cristianos, la Unción de los enfermos fue considerada como rito de curación para toda clase de enfermedad. Fue sólo en el siglo 19 que se convirtió en el sacramento de la muerte. Gracias a Dios, el Concilio Vaticano II nos volvió a colocar en la tradición secular de la Iglesia, insistiendo en que la Unción de los enfermos es un Sacramento de curación.
El Sacramento de la Reconciliación es otro Sacramento de curación.
El pecado, los sentimientos de culpa y la no-conciliación nos hacen enfermar. Por medio de este Sacramento la Iglesia ha perdonado siempre los pecados y procurado la re-conciliación, el volver a Dios y a los hermanos.
En el Ritual y el Misal de la Iglesia hay oraciones para toda clase de necesidades: curación de enfermedades, liberación de las fuerzas del mal, protección contra cualquier adversidad. Señalamos particularmente la Misa por los enfermos.
La Iglesia no se contenta con pedir la paciencia en la prueba, ni con dar un sentido redentor al sufrimiento; hace que sus hijos oren por su curación.

EL SICNIFICADO DEL SACRAMENTO DE LA Unción DE LOS ENFERMOS

1. JESÚS VISITA AL ENFERMO.
Jesús Resucitado, vencedor de la enfermedad y de la muerte, también hoy se preocupa por los enfermos como lo hizo en el tiempo de su vida pública en Palestina. Pero ya no se presenta en cuerpo físico visible, sino actúa por medio del Sacramento. En la Unción de los enfermos, Cristo, en la persona del sacerdote, visita al enfermo. Este Sacramento, como todo Sacramento, es pues un verdadero ENCUENTRO CON EL SEÑOR, quien acompaña al enfermo con su misericordia en un momento difícil de la vida.

2. JESÚS-PERDONA LOS PECADOS AL ENFERMO.
Los “perdidos” son los preferidos de Cristo. Porque "no son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” Lc 5, 31. Jesús ante todo, busca sanar la enfermedad del hombre en la raíz: al arrepentido le perdona los pecados y le devuelve la amistad con Dios. Estar en paz con Dios es el primer paso para lograr la salud. Por eso, Jesús quiere sanar primero el espíritu y luego el cuerpo.

3. JESÚS FORTALECE Y ALIVIA AL ENFERMO.
Dice Jesús: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré." Mt.11, 28.
Iluminado por la fe e incorporado a Cristo que venció todo mal, el enfermo recibe fuerza y ánimo para luchar contra su enfermedad. La esperanza en la victoria final junto a Cristo le da valor para salir victorioso de la prueba. El Señor nos dice: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” 2cor12, 9. Y con San Pablo queremos contestar: "Me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte." 2Cor.12, 9.10.

4. LA SANTA Unción ES SIGNO DE FE Y ESPERANZA
El Sacramento de la Unción ayuda al enfermo a reavivar y profundizar su fe. Mirando a Cristo que aceptó el sufrimiento y la muerte para llegar así a la Vida gloriosa, el enfermo comprende mejor el sentido de su propio sufrimiento.
Se fortalece su esperanza, porque confía en que, al participar en el sufrimiento de Cristo, llegará también a la gloria de Cristo. Es como si oyera a Jesús: “¡No tengas miedo, yo estoy contigo. Si sufres conmigo, llegarás también conmigo al cielo!”
Unido a Cristo en sus sufrimientos y aceptando sus dolores, el enfermo colabora en la salvación del mundo. Así se hace acreedor de la promesa de Jesús, quien ofrece la Vida Eterna a todos los que colaboran con Él.

5. LA IGLESIA-SE SOLIDARIZA CON EL ENFERMO
Al celebrar el Sacramento de la Unción, la Iglesia expresa su solidaridad con su miembro enfermo, preocupándose por su salud tanto espiritual como corporal. El hermano enfermo no está solo ni queda abandonado. Cuenta con la presencia de la comunidad que sufre con él y que busca animarlo y acompañarlo. Como en el cuerpo humano, también en la Iglesia todos los miembros deben ser mutuamente solidarios: "¿Un miembro sufre ?Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría."1cor.12, 26.

LA SANTA Unción ES UN SACRAMENTO PARA LOS ENFERMOS
Ya el nombre: “Unción de los enfermos” indica y todo lo que hemos dicho arriba pone bien en claro que se trata de un Sacramento PARA LOS ENFERMOS.
Cuando un católico cae en una grave o peligrosa enfermedad o se pone muy débil por su vejez, los familiares, contando con el acuerdo del enfermo, deben LLAMAR AL SACERDOTE A TIEMPO, Y no esperar hasta el último momento.
Entonces queda lugar para AVISAR A TODA LA COMUNIDAD (por lo menos a los familiares, vecinos, amigos...) para que asistan a la Celebración del Sacramento.

La Unción de los enfermos no es tanto un sacramento para los moribundos como para "arreglar la vida" antes de morir. Tampoco es un rito mágico que convierte al enfermo automática mente en ángel. No es tampoco un mensajero de la muerte como si el enfermo que lo recibe tuviera que morir después. Tampoco puede considerárselo como último remedio milagroso para sanar el cuerpo cuando todos los demás remedios ya no sirven. La Unción no sustituye la medicina, ni el sacerdote que la administra reemplaza al médico.
EL SACRAMENTO DE LA Unción Y LA SALUD CORPORAL
La Santa Unción une en primer lugar al enfermo a Cristo crucificado y Resucitado. Así lo puede ayudar al enfermo a curarse también corporal mente.
Sabemos que hay una íntima relación entre el espíritu y el cuerpo.AI sanar la enfermedad espiritual (perdón de los pecados, nueva amistad con Dios), las angustias e inquietudes pueden desaparecer.

Luego la paz interior recuperada da lugar a una curación acelerada.
Hay una serie de enfermedades causadas por pensamientos y afectos desordenados de la persona originados muchas veces en etapas de la vida pasadas. Estas son las enfermedades psicosomáticas. La persona se cura reordenando su vida, encontrando así una buena relación con Dios, con los demás y consigo mismo.
Una persona se enferma cuando vive mal. En tal caso se cura volviendo al buen camino. No se trata de un milagro, sino sencillamente es un volver a encontrar el equilibrio natural.AI curarse espiritualmente desde su interior se puede curar también el cuerpo.
Entonces con el Sacramento de la Unción primero se trata de fortalecer la salud espiritual, y luego, como consecuencia, puede producirse también un mejoramiento en la enfermedad del cuerpo.
Con todo no quedan excluidos verdaderos milagros. Ante todo en lugares donde es venerada de un modo particular la Virgen María (Lourdes, Fátima, etc.) ocurren curaciones realmente milagrosas comprobadas por equipos internacionales de profesionales no-católicos.
Pero ¡siempre vale más ganar la Vida Eterna que algunos años más en esta tierra!


¿QUIÉN PUEDE RECIBIR EL SACRAMENTO DE LA Unción?
El nombre de "Unción de los enfermos" ya indica que es un Sacramento para los ENFERMOS. Para determinar la gravedad de la enfermedad basta con tener un parecer prudente o probable, sin dar lugar a escrúpulos. Si hay un médico, él dirá si la enfermedad es grave o no.
Por consiguiente pueden recibir el Sacramento de la Unción:
* Todos los fieles que padecen de una enfermedad considerada como grave o peligrosa;
* También las personas, antes de someterse a una operación quirúrgica, cuando el motivo de la operación sea una enfermedad peligrosa;
* Los ancianos muy débiles por la vejez aun cuando no manifiestan una enfermedad peligrosa;
* Los niños gravemente enfermos cuando tengan el suficiente conocimiento para recibido.
* La administración del Sacramento de la Unción se puede repetir cuando el enfermo cae nuevamente en la enfermedad o si durante la enfermedad prolongada el peligro se hace más serio.
* También en caso extremo, como en un accidente, cuando se duda si la persona ya está muerta, se le puede aplicar la Unción bajo condición.
(Ritual para la Unción de los enfermos).

Reconciliación

Empezar de nuevo…

"Confesarse”; "hacer penitencia”; son palabras que no nos resultan muy agradables. Hoy mucha gente se confiesa menos que antes. Pero se puede palpar también que muchos tienen ganas de confesarse en serio.
Todos tenemos pecados; pero si nuestra conciencia está ciega no los vemos. Para darse cuenta de que uno es pecador y para poder reconocer los propios pecados, hay que educar y formar su conciencia moral, de acuerdo a los criterios del Evangelio. Hay que preocuparse por descubrir qué es el pecado.




Yo no tengo pecado
"Yo no tengo pecados”: Claro que a una persona que piensa así, es inútil hablarle de la Confesión o de cosas parecidas. Sería como decirle a una persona que se siente sana, que tiene que ir al médico. Pero las frases siguientes, por ser Palabra de Dios, tendrían que hacernos pensar: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros." 1JN 1,8 "Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar a Dios por mentiroso, y su palabra no está en nosotroS."1JN 1,10. Y la Biblia dice también que hasta
"el justo" cae muchas veces. Ver Prov.24, 16. Y San Pablo afirma que todos estamos sometidos al pecados, recordando: ''Así lo afirma la Escritura: No hay ningún justo, ni siquiera uno” Rom.3, 10.

Todo hombre sano tiene en su interior esa voz que llamamos conciencia moral, que le dice lo que está bien y lo que está mal. La conciencia es como el ojo. Si una persona es ciega o cierra los ojos, puede decir que no ve ningún color, aunque tenga el arco iris delante. Los colores están ahí, pero esa persona no los ve, no se da cuenta. Con el pecado sucede lo mismo.

¿QUÉ ES El PECADO?
Dios tiene un grandioso plan conmigo y con el mundo. Quiere que sea un mundo cada vez mejor. Pecado es oponerse a este plan de Dios, es no colaborar en la construcción de un mundo nuevo, donde haya más comprensión, más amor. PECADO ES NO HACER EL BIEN. Pecamos cada vez que nos quedamos con los brazos cruzados y no damos una mano en pequeñas y grandes cosas. En realidad hay un solo pecado que es: NO AMAR.

Los pecados son como los síntomas de esa única enfermedad: falta de amor. Porque si uno quiere a una persona, no le roba, no le miente, no le entristece, no habla ni piensa mal de ella, y menos la mata, sino va a ayudarla en todo lo posible.

¡Cuánto más ames, descubrirás más tu falta de amor!

Lo peor no es tanto cada acto malo tomado aisladamente, sino más bien la actitud interior que nos lleva a cometer esos actos. Una "mentirita" puede no tener importancia pero sí la tiene la falta habitual de sinceridad.


Pecando no sólo nos negamos a construir un mundo según el plan de Dios sino también debilitamos y hasta podemos llegar a destruir completamente nuestra relación con Dios y con el prójimo. En el lugar de la hermandad que debería reinar entre los hombres, ponemos odios, violencia, envidias, celos, rencores, acusación, división. En lugar de vivir en amistad con Dios rompemos la comunión con Él, nuestro Creador y única fuente de Vida y felicidad. De ese modo perdemos la armonía interior y nos condenamos a nosotros mismos a vivir en soledad. Así que el pecador rompiendo los lazos con Dios y sus hermanos se castiga a sí mismo. Por ejemplo, el que miente va a perder poco a poco la confianza de los demás.
Y cuando decimos que Dios castiga al pecador, estamos hablando de un Padre que castiga a su hijo para corregirlo.
No es fácil amar. No nos alcanzará toda la vida para amar como hijos y hermanos. Por eso siempre necesitamos ser perdonados. Ser perdonado es cambiar, convertirse.
Toda la vida del cristiano ha de ser un camino de penitencia, o sea, de RETORNO CONSTANTE A DIOS Y AL HERMANO.
Ahora usted comprende que si mañana va a confesar y le dice al sacerdote que hace una semana que no le habla a su esposa, aunque el sacerdote le dé la absolución, usted no está perdonado si no quiere a su mujer y le habla con cariño.


El amor cubre todos los pecados
Hay muchos caminos de recibir el perdón, especialmente para "los pecados de cada día':
Todo lo que nos hace más "unos con otros”, más "Iglesia”, es fuente de perdón. "El amor cubre todos los pecados."1Pe 4,8
Los caminos de reparar el daño causado son caminos de perdón, porque nos unen más. En el Padrenuestro pedimos a Dios que nos perdone nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. El breve rito de la reconciliación que abre la Santa Misa purifica nuestro corazón. La lectura, la atenta escucha y la meditación de la Palabra de Dios nos da el perdón. La participación en la Santa Misa, re-unión de hermanos por excelencia, es también fuente de perdón en grado sumo. Y no es casualidad que el Sacramento que abre el acceso a la comunidad de la Iglesia -el Bautismo- sea también el baño que limpia todos los pecados.
El gran Sacramento del Perdón es el Sacramento de la Penitencia o Confesión, llamado también SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.
El Señor dio a su Iglesia el poder de perdonar en su nombre: "Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan." Jn.20, 23. Es lo que San Pablo llama el ministerio de la reconciliación. Que podamos confesarnos es algo grande y admirable.

"SUS PECADOS, SUS NUMEROSOS PECADOS, LE HAN SIDO PERDONADOS, PORQUE HA DEMOSTRADO MUCHO AMOR." (Lucas 7,36-50).

¿CUÁNDO TENGO QUE CONFESARME?

Cada uno puede hacerlo cuando lo necesita. Cuando una persona rompió gravemente la amistad con Dios y el prójimo (pecado grave o mortal), lo mejor es confesarse cuanto antes, como cuando uno tiene una enfermedad grave trata de ver con urgencia al médico. Mientras espera el momento de confesarse puede reconciliarse interiormente con Dios y con los hermanos, arrepintiéndose en serio por lo que hizo y volviendo a querer a las personas que ofendió. Quien ha cometido un pecado grave no debe recibir la Santa Comunión mientras no se haya confesado. (En el caso de que sea imposible encontrar a un sacerdote, basta para poder comulgar que uno se arrepienta y
Se proponga sinceramente recibir la absolución sacra mental en la próxima oportunidad).

El que es consciente sólo de pequeñas faltas (pecados veniales) no tiene obligación estricta de confesarse. Pero de vez en cuando conviene detenernos en la ruta y repasar, mapa en mano, el camino recorrido, para darnos cuenta de equivocaciones, y no ir acostumbrándonos a esos pecados, aunque sean pequeños, y de a poco caer en otros mayores. Aquel que no va periódicamente al dentista, tiene que contar con que el día de mañana será necesario un tratamiento de raíz.

Conviene confesarse especialmente en CUA-RESMA, también en Adviento y en víspera de unirse en Santo Matrimonio y del Bautismo o de la Primera Comunión de un hijo o ahijado, o de otro acontecimiento importante.

Algunos están acostumbrados a confesarse con frecuencia, antes de cada Misa. Si alguien lo hiciese por escrúpulos, mera costumbre y con rutina, no es de aconsejar. No se trata de "sacar un boleto" para comulgar, pero sin comprometerse a cambiar su vida en nada.


CELEBRACIÓN COMUNITARIA DE LA Reconciliación

Hoy redescubrimos el CARÁCTER COMUNITARIO DE LA Reconciliación. Somos más conscientes de que ser perdonados es no sólo reencontrarse con Dios sino también con los hermanos. Tiene también la ventaja de que la preparación común puede liberar a muchos de una idea estrecha y falsa del pecado, que tal vez arrastren desde su juventud. Ayuda a formar la conciencia según criterios del Evangelio. Todos quedan invitados a participar en esas Celebraciones del Sacramento de la Reconciliación que se realizan periódicamente en las parroquias y a acercarse con plena confianza a la Confesión. No hay pecado que Dios no perdone. Y usted experimentará paz.


¿COMO ME CONFIESO BIEN?

Jesucristo no prescribió los sacramentos en todos sus detalles. De hecho, a lo largo de la historia, la Iglesia iba cambiando la manera de celebrar el Sacramento de la Reconciliación, pero lo esencial sigue siendo lo mismo.


1.- RECONOCIMIENTO DE LOS PECADOS: Para conocer nuestros pecados hacemos lo que comúnmente llamamos "EXAMEN DE CONCIENCIA". Tratamos de ver todo lo que nuestra conciencia recuerda como pecado. Esto no quiere decir que tenemos obligación de rompemos la cabeza para recordar y confesar todos los "pecaditos". Lo que no debemos callar son los pecados graves. De entre los pecados veniales conviene elegir algunos los que nos parecen que perjudican más a los otros y a nosotros, o aquellos de los que nos sentimos más arrepentidos.
Confesando pocos pecados y tratando de penetrar hasta la raíz de ellos (actitud interior mala), es más fácil tomar en serio la decisión de hacer algo para cambiar de veras.

2.- ARREPENTIMIENTO POR LOS PECADOS: Todo el rito de este Sacramento no tendrá sentido para quien no se arrepienta, para quien no se convierta interiormente. El arrepentimiento es algo más que angustia, malestar, amargura o "quebrantos". Es el dolor de haber violado el amor de Dios y roto los lazos de hermandad.

3.- Decisión DE CAMBIAR
Si damos los dos pasos anteriores, nace sola la decisión o el propósito de cambiar nuestra conducta. No basta sentir un deseo general de ser mejores, porque esos deseos podemos tenerlos mucho tiempo, y mientras tanto ¡seguimos obrando siempre igual! Se trata de ver CONCRETAMENTE en qué y cómo vamos a cambiar nuestra vida.
Esto no significa que si después volvemos a caer en el mismo pecado tengamos que desanimamos o pensar que nos habíamos confesado mal. A pesar de toda nuestra buena voluntad seguimos siendo débiles y en toda la vida no acabaremos de salir del todo del pecado.

4.- Confesión DE LOS PECADOS: Así preparados podemos acercamos al sacerdote para confesar NUESTROS pecados (¡no los de los vecinos!). El sacerdote es un delegado de Cristo y un representante de la Iglesia que nos expresa visiblemente el perdón de Dios y de nuestros hermanos.

5.- Manifestación DE ARREPENTIMIENTO: Pecando rompemos el plan de Dios, causamos un desorden y hacemos un daño. Y es normal que uno tiene que hacer algo para arreglar esa situación. No es más que justo. ¿No le parece?
Si yo le robo a usted plata, y después voy a visitarlo para pedirle perdón, ¿qué hará usted? ¡Me dirá que le devuelva su dinero! ¿o no?
Además, la "penitencia" nos ayuda a comenzar a cumplir la decisión de cambiar la conducta. Si usted confiesa que es muy apegado al dinero, podría proponerle al sacerdote que le dé como "penitencia" ayudar a una persona pobre. O si nunca reza, que lea alguna página de la Biblia. Así la confesión le irá ayudando a que su vida sea cada día un poco más conforme al Evangelio.

6.- Absolución: "Absolver" quiere decir "desatar". Usted estaba como atado por sus pecados y Dios lo libera desatándolo. Usted queda reconciliado con Dios, su Padre, y con los hombres, sus hermanos. Esto debería ser motivo de alegría y acción de gracias a Dios por su gran bondad.


¿Por qué confesar mis pecados a un hombre como yo?
El sacerdote es un hombre como todos. Es cierto. Él también es un pecador que necesita ser perdonado. Pero ¿rechazaría usted un tesoro porque no le gusta quien se lo entrega? ¿Y no le parece que Jesús simplificó las cosas al hacerlo así? La Iglesia es una familia, y TODO pecado afecta de alguna manera a todos sus miembros. Y cada uno ocupa SU lugar en esta comunidad. Lo que él destruye causa una herida al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y como nadie puede reemplazar ningún otro en su lugar, deja lo que uno no construye, un vacío en la comunidad y perjudica a todos. ¡Piense, si tuviéramos que ir a buscar a todos los miembros de la Comunidad, la Iglesia, para reconciliamos y pedir perdón a cada uno! Como todo buen padre, Dios quiere que no sólo vivamos en amistad con Él, sino también que todos sus hijos nos queramos y nos reconciliemos entre nosotros. Piense en la SEGURIDAD que nos da el escuchar una voz que nos dice con palabras humanas, en nombre de Dios y en representación de la Iglesia entera: "Tus pecados están perdonados. Puedes irte en paz."

lunes, 14 de septiembre de 2009

Los Signos de la Eucaristía

Los cristianos de hoy tenemos un gran desafío: lograr unir nuestros profundos deseos espirituales con lo que hacemos en la misa. Es importante crecer para llegar a expresar en los signos, gestos y momentos de la misa eso que llevamos dentro.
Para ello, hay que descubrir que en realidad una verdadera espiritualidad sólo puede vivirse en contacto con las cosas externas, y nunca puede encerrarse en la intimidad y en la soledad.
De hecho, enseña la Palabra de Dios que "el que no ama al hermano que ve no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). Dios eligió un camino "encarnatorio" para llegar al hombre camino que llegó a su plenitud en la encarnación de su Hijo. Eso implica también que Dios habitualmente llega a cada uno de nosotros a través de signos externos y sensibles.
Hay muchas cosas en el mundo exterior que nos hablan de Dios y que son un llamado suyo. En este sentido, san Buenaventura enseñaba que el ideal no es pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino lograr encontrar también a Dios en las criaturas exteriores: "El hombre perfecto no es el que sólo encuentra a Dios en la intimidad, sino el que también puede encontrarlo en el mundo exterior. San Francisco era un buen modelo, porque "degustaba en los seres creados, como si fueran ríos, la misma Bondad de la fuente que los produce".
Recordemos que Jesús se detenía ante las personas y las cosas con toda su atención. No era sólo una atención intelectual, sino una mirada de amor:
Jesús fijó en él su mirada y le amó (Mc 10, 21). Vio a una mujer que ponía dos pequeñas monedas de cobre (Lc 21, 2).
Además, Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención, a contemplar las cosas y la vida, a percibir el mensaje de la naturaleza:
Fíjense en los pájaros... Miren los lirios (Lc 12,24.27).
Alcen los ojos y miren los campos (On 4,35). Dios llega a nosotros a través de signos externos que nos hablan de él. Por eso la espiritualidad no consiste en un recogimiento dentro de nosotros mismos, escapando de todo lo externo. Hay personas que desprecian las imágenes, las velas, y todo lo sensible, porque creen que tienen una espiritualidad superior. Pero tarde o temprano se quedan sin espiritualidad y terminan arrastrados por las cosas del mundo. El monje Anselm Grun ha explicado el valor de los "rituales" personales. Estos ritos son una necesaria expresión exterior, porque reflejan el amor a Dios y ayudan a recuperar el sentido profundo y gozoso de la actividad cotidiana:
Reacciono alérgicamente cuando alguien sueña con amar mucho a Dios, pero en su vida concreta no se hace visible nada de ese amor a Dios... Si nuestra relación con Jesucristo es auténtica, se ve por la organización que se hace del día, y para ello las primeras horas de la mañana son decisivas. Los rituales matutinos deciden ... si lo que nos mueve son los plazos fijados para nuestras tareas o si ponemos todo cuanto hacemos bajo la bendición de Dios ... Un ritual matutino que motive para el día de hoy despierta las energías que se encierran en cada uno de nosotros.
La fe no puede sostenerse mucho tiempo en el aire, sólo con los pensamientos y los sentimientos. Necesita esos signos. De otra manera, terminan arrastrándonos los signos de la televisión y de la sociedad consumista y erotizada. Pero lo más importante es que podamos valorar y vivir los signos de la oración comunitaria, y sobre todo de la misa, que es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida cristiana.
¿Por qué no descubrir a Dios en el templo, en el altar, en las flores, en los vestidos litúrgicos, en el incienso, en los gestos de la misa, en las ofrendas, en la lectura de la Palabra, en los hermanos que forman la asamblea, y sobre todo en la presencia eucarística? Ese es el gran desafío.
Por eso es mejor no engañarme creyendo que yo sé dónde encontrar a Dios o que yo sé cómo vivir la espiritualidad. Es mejor creerle al Señor que me habla del valor inmenso que tiene la oración comunitaria, y aceptar los signos que la Iglesia me ofrece. La oración más excelente es la misa, porque allí le ofrecemos al Padre Dios, como asamblea, lo más inmenso: su propio Hijo hecho hombre, presente sobre el altar.
Hay que descubrir y gozar el sentido de la asamblea reunida, de la entrada, de las ofrendas, de los gestos (parado, sentado, arrodillado), de los colores; tratar de encontrar el mensaje del Señor en las lecturas, tratar de comprender lo que se dice en las oraciones que lee el sacerdote y hacerla mío, etc. Allí está toda la riqueza del lenguaje de la misa.
A continuación veremos cuáles son los principales signos de la misa, y en el capítulo siguiente cuáles son los gestos y las acciones que se realizan en la celebración. Este recorrido nos ayudará a encontrar el sentido profundo de todo esto, para que podamos gozarlo y vivirlo en cada misa.

1. El templo y sus imágenes
El templo es como un monte santo y una casa de oración donde el Padre Dios quiere alegramos: "Yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración... Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7).
Los templos cristianos están llenos de signos que nos ayudan a entrar en oración: la cruz, la imagen de la Virgen o de los santos, los vitrales, las pinturas. Durante la misa no conviene quedarse en los detalles ni distraerse de lo más importante, que es la celebración de la eucaristía. Pero a veces, levantar los ojos por un instante y mirar la cúpula del templo, ayuda a despertar un sentido de Dios que permite vivir mejor la misa.
También puede ayudamos mirar la cruz, y así recordar el amor de Jesús, y llenamos de deseos de recibido en la comunión. O mirar la imagen de un santo que nos motiva a la oración y a la entrega, etc.
La Iglesia dice que cuando se colocan imágenes en las iglesias" debe hacerse en número moderado" (CIC 1188), para que no distraigan a los fieles de lo esencial. El Concilio Vaticano II enseña que además debe haber un "debido orden" (SC 125), para que no nos entretengamos demasiado con un santo olvidando a Cristo, sobre todo en misa. Dice también que esas imágenes deben llevamos a Cristo (LG 50). Porque cuando recordamos a un santo, debemos recordar que ese santo entregó su vida a Cristo, y eso nos estimula a amar más al Señor.
En Adviento y Navidad, las imágenes típicas nos llevan especialmente al Señor Jesús, tanto el Pesebre como el árbol de Navidad, que simboliza a Jesucristo. Pero hay que afinar la sensibilidad para no entretenerse tanto en los aspectos llamativos o coloridos sin elevar el corazón a Jesucristo. Esto vale sobre todo para la celebración de la misa, donde el centro lo debe ocupar completamente Jesucristo, a quien celebramos.
Es cierto que los primeros cristianos no le daban tanta importancia al lugar de la celebración. Decían que "el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombre" (Hech 7,48), Y que el verdadero templo es Jesucristo resucitado que nos contiene (Col 2, 9). También la comunidad, congregada por Cristo, es un templo vivo, más importante que las paredes de material (Ef2, 1922; 1 Ped 2,45).
Sin embargo, a Jesús le preocupaba que el templo fuera una casa de oración, y se molestó cuando lo usaban para otros fines (Mt 21, 1213). Jesús mismo cuidaba celosamente (On 2, 17; Sal 69, 10) el templo de Jerusalén, para que fuera verdaderamente lugar de alabanza y no de comercio: "No hagan de la casa de mi Padre una casa de mercado" (On 2, 16). Porque él dejó sin efecto los sacrificios que se realizaban en el templo, pero no rechazaba al templo como casa de oración.

Le dijo a la samaritana que era lo mismo un lugar que otro, el templo de Jerusalén o el templo de Samaría (In 4, 2021), pero eso no significaba un desprecio de los templos como lugares de oración. También para nosotros, al fin de cuentas, vale lo mismo un templo de Jerusalén que de Roma o de Bolivia, porque lo más importante es la presencia de Jesús en ellos y sobre todo la celebración de la misa, que tiene el mismo valor infinito en cualquier templo del mundo.
Cuando Jesús dijo que hay que adorar "en Espíritu y en verdad" (In 4,2324) quiso decir que de nada sirve entrar en un templo si no nos dejamos impulsar a la oración por el Espíritu Santo, y si no conocemos al verdadero Dios que él nos ha revelado. Pero eso tampoco es un desprecio de los templos.
Tengamos en cuenta que, cuando la eucaristía se celebraba en casas, se reservaba un lugar especial, que se preparaba también de una manera especial. Así lo vemos en Hech 20, 78, que dice que se reservaba "el piso superior, con abundantes lámparas".
Más que un monumento a Dios, el templo es una casa de la comunidad, para alabar a Dios y celebrar la fraternidad. Por eso, lo mejor que podemos ofrecerle al Padre Dios es a su Hijo Jesús en la eucaristía, juma con nuestras alabanzas y nuestro deseo de vivir como hermanos. Pero si no tenemos un lugar digno para celebrar la eucaristía, eso puede indicar una falta de amor de la comunidad a la eucaristía que se celebra. La Iglesia también expresa su amor al Señor cuidando los templos, y es cierto que a veces los detalles del templo nos estimulan a orar.

2. El altar
El altar representa a Jesucristo
Jesucristo es el sacerdote (Heb 4, 14), el único sacerdote (Heb 7, 24) que celebra, a través del cura. Él es también la única víctima que se ofrece (Heb 9, 14) Y que recibimos en la comunión. Pero además él es el verdadero altar. Por eso el altar es el centro del templo, y dentro de la celebración de la misa es el lugar más importante.
¿No es más importante el sagrario? En realidad, el sagrario no debería ocupar nuestra atención durante la misa, porque lo más importante es la celebración comunitaria, donde Jesús se hará presente para ser comido. Por eso es lamentable que algunas personas, durante la misa, se coloquen cerca del sagrario y se dediquen a hacer su oración personal, ignorando lo que sucede en la celebración.
Si el altar representa a Jesucristo, eso explica por qué a veces el sacerdote o los demás ministros lo saludan con una reverencia cuando pasan al frente. Eso explica también por qué el sacerdote lo besa al comienzo y al final de la misa.

3. La asamblea
La asamblea es el conjunto de los cristianos que se reúnen para celebrar al Señor. Es toda esa comunidad reunida la que celebra, no sólo el sacerdote. Por eso no conviene decir que el sacerdote que preside es "el celebrante" como si él fuera el único que celebra. En todo caso, habría que llamarle "el sacerdote celebrante", y si los sacerdotes son varios, "el sacerdote que preside".
Porque la asamblea no es espectadora, no es un público para que el cura se luzca. La asamblea celebra la misa: "El pueblo de Dios se reúne para celebrar y Cristo está presente en la asamblea" (IGMR 7). Son todos los fieles reunidos los que hacen la Liturgia, y por eso se llaman "asamblea litúrgica" (CCE 1097 y 1144).
Es cierto que sin el sacerdote no hay misa, porque sólo él tiene el orden sagrado que lo capacita para que pueda pronunciar las palabras de la consagración. Sin él no hay eucaristía. Pero también es cierto que los fieles lo acompañan y actúan también como celebrantes, ya que por el Bautismo tienen una forma distinta de sacerdocio que los capacita para eso: el sacerdocio común de los fieles. Ellos no realizan la consagración, pero sí pueden ofrecerle al Padre Dios ese Cristo que se hace presente por las manos del sacerdote: "Los fieles forman un sacerdocio real para ofrecer la víctima inmaculada", y también, junto con Cristo, se ofrecen a sí mismos (IGMR 62).
Por eso la misa no es una reunión de personas que se sienten cómodas juntas: "Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales" (CCE 1097). Entonces no conviene que haya Misas para jóvenes, para viejos, para pobres, para ricos, para negros o para blancos, como si nos uniera la edad, la condición social o el color de la piel. De esa manera podemos llegar a alimentar los desprecios y divisiones que ya existen en esta sociedad, donde se trata de ignorar a los débiles, a los viejos ya los pobres. Lo que nos une es el Espíritu Santo "que reúne a los hijos de Dios en el único cuerpo de Cristo" (CCE 1097). Nos une una fuerza sobrenatural y unas razones espirituales, no la atracción afectiva o razones meramente humanas.
Y creemos que en esa asamblea está verdaderamente presente Jesús en medio de nosotros, porque él lo prometió: "Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20).
La asamblea nos recuerda que en la Iglesia no estamos solos, porque "es la asamblea festiva la que nos hace caer en la cuenta de que somos y debemos ser Iglesia".
En la misa también nos unimos al papa, a los obispos, y a todos los hermanos de la tierra. Más aún, participamos de la Liturgia del cielo, ya que en la misa nos unimos con los hermanos que están celebrando al Señor en esa fiesta sin fin del Reino celestial. Por eso, a lo largo de la misa recordamos a los santos, nos unimos con el coro de los ángeles para cantar el "Santo, Santo, Santo", tenemos presentes también a los difuntos y oramos por ellos. La misa es profundamente comunitaria. Por ello no tiene sentido ir a ensimismarse, tratando de ignorar a los demás o buscando sólo un "Jesús para mí".
Así reunidos, como asamblea litúrgica, celebramos la misa. Y lo hacemos con una serie de gestos comunes a todos: respondiendo, cantando, escuchando, deseándonos la paz, caminando juntos a recibir la comunión, etc.
Hay algo importante que puede ayudarnos a tomar consciencia de que no estamos orando solos, sino que somos parte de una asamblea: que todas las oraciones se dicen en plural: "Escúchanos, ten piedad de nosotros, líbranos... ",
Los textos de 1 Cor 11, 2023 Y Mt S, 2325 nos muestran algunas dificultades para formar asambleas verdaderamente fraternas: las discriminaciones y los conflictos. Estas incoherencias deberían dar lugar a la apertura, a la cercanía y al perdón, o quizás a la reparación del mal que hemos hecho. Así podremos favorecer una unidad más auténtica donde el Señor pueda estar presente con toda su gloria

4. Las flores
Las flores son signo de alegría y de vida, porque la misa no es una celebración de muertos. Se celebra el misterio de la Pascua, que es también resurrección. También en la misa de difuntos celebramos la Resurrección del Señor.
Las flores nos recuerdan que estamos celebrando al Dios de la vida, que nos quiere y ama nuestra felicidad.
Además, las flores son un gesto de delicadeza y cariño que tenemos con el Señor. Si en cualquier mesa importante se colocan unas flores, con más razón en la mesa más importante de todas, que es el altar donde se hace presente el Señor.

5. Las velas
Las velas tienen el simbolismo de la luz.
Ante todo nos recuerdan que Dios mismo es la luz que ilumina nuestras vidas: "Tú eres Yahvé mi lámpara, mi Dios que alumbra mi oscuridad" (Sal 18, 29). "Dios es luz y en él no hay oscuridad alguna" (1 Jn1, 5)
"Dios mío, que grande eres. Te vistes de grandeza y hermosura, te cubres con el manto de la luz" (Sal 104, 2).
Especialmente su Palabra es luz para nuestros pasos:
"Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Sal 119, 105)

Pero ante todo la luz es Cristo mismo, el verdadero sol, o el lucero brillante de la mañana. "Luz para iluminar a las naciones" (Le 2,32). Él mismo dijo: "Yo soy la luz del mundo" (In 8, 12). El cirio pascual tiene un valor especial como símbolo de Cristo resucitado que ilumina nuestras vidas.

Por otra parte, nosotros estamos llamados a dejamos tomar por esa luz para iluminar a los demás; porque somos "hijos de la luz" (Ef. 5, 8). Jesús nos dijo: "Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5, 14). Estamos llamados a ser como la vela que se va consumiendo para iluminar.

Pero no se trata de creer que uno es un iluminado y despreciar a los demás, porque para descubrir si estamos en esa luz, lo primero que hay que tener en cuenta es el amor al hermano, ya que "el que ama al hermano permanece en la luz" (1 Jn 2, 10).
* Además de la luz, en las velas está el simbolismo del fuego. En la Biblia, el fuego se utiliza para indicar que Dios se ha hecho presente de una manera especial: "Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en forma de fuego" (Ex 19, 18). Dios es "un fuego devorador" (Heb 12, 29) que nos purifica.

Pero en el Nuevo Testamento, el fuego, su color y su calor, simbolizan al Espíritu Santo (Lc 3, 16; Hech 2, 3) que nos purifica con su presencia, nos da el calor del amor y nos llena de fuerza y de vida. El Espíritu Santo actúa durante toda la misa.

6. El sacerdote
El sacerdote es un signo muy importante, no sólo porque es quien tiene la potestad para consagrar el pan y el vino, sino porque lo tenemos permanentemente presente ante los ojos. Por lo tanto, si tenemos prejuicios contra el sacerdote, la misa nos provocará una molestia permanente.
El sacerdote hace las veces de Cristo (IGMR 60). Ciertamente no es Cristo, pero lo representa. Es un signo de Cristo sacerdote (CCE 1] 42), que en realidad es el único Sacerdote, representado por los ministros que llamamos "sacerdotes". Por eso, al cura no hay que darle más importancia de la que tiene, no hay que idealizado, o pensar que él es Jesucristo. No vale la pena pretender que tenga el rostro, la voz, la ternura o la sabiduría del Señor. Es sólo un humilde signo que Jesús resucitado utiliza para hacerse presente. Por lo tanto, no cabe mirar si es parecido a Jesús (por la barba, o por la mirada, etc.). Como en todo signo hay que usar siempre la "analogía": me refleja a Jesús porque es un ser humano, pero no es igual a Jesús; Jesús es mucho más, mucho más bello, mucho más sabio; sólo él es el Señor de mi vida, no el sacerdote. Aquí hay que distinguir el signo "instrumental" del sacerdote del signo "principal" que es la eucaristía. No podemos dar al sacerdote la misma importancia que a Cristo o a su presencia eucarística, porque en ese caso estaríamos cayendo en una idolatría que termina desengañando y perjudicando la fe de los cristianos.
Jesús es quien preside la eucaristía, pero no lo vemos; es el sacerdote quien lo hace visible. Esto sucede sobre todo cuando el sacerdote se dirige a la asamblea diciendo: "Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo". En ese momento, como decía san Juan Crisóstomo, el sacerdote "presta a Cristo su lengua, le ofrece SU mano". Pero hay 'que tratar de reconocer a Jesús mismo diciendo esas palabras, a través de la voz del sacerdote.
Hay también otras oraciones donde el sacerdote representa a Cristo que se dirige al Padre e invita a la asamblea a unirse a su oración. Y representa a Jesús que nos habla del Padre cada vez que nos dice: "El Señor (es decir, el Padre) esté con ustedes". También representa a Jesús cuando dice: "La paz esté con ustedes", como en Jn 20, 1920.
Pero en otras partes de la misa el sacerdote no representa a Cristo, sino que es un signo de la unidad de la Iglesia. Esto sucede cuando él ora en plural junto con la asamblea, como un fiel más. O cuando dice, por ejemplo: "Señor, ten piedad", o "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa".
La función del sacerdote en la misa, aunque es indispensable, no debe ser vista como una superioridad sobre la asamblea, ya que está al servicio de la asamblea que celebra.

7. Los vestidos
Los vestidos que usa el sacerdote ayudan a mantener un sentido del misterio, recuerdan que la misa no es una reunión más. También dan a la misa un tono festivo. Así sucedía en el Antiguo Testamento: "Cuando se ponía la vestidura de gala y se colocaba sus elegantes ornamentos, cuando subía hacia el altar sagrado, llenaba de gloria el santuario
(Exo 50, 11). La Iglesia prefiere que las vestiduras para la misa sean más sencillas y discretas, pero de todos modos quiere que se note la diferencia con la ropa común.
En los primeros siglos de la Iglesia, cada una de estas vestiduras no tenía un simbolismo especial, sólo servían para lo que dijimos: dar un tono de fiesta. No indican un poder especial o una superioridad del sacerdote. Sólo tienen una función al servicio de la participación de los fieles.
Recibamos entonces ese mensaje, y al ver los vestidos del sacerdote, recordemos que estamos en una fiesta de la fe, una fiesta especial, que hemos salido de lo común.
Que al menos el sacerdote use unas vestiduras distintas a las que usa cuando anda por la calle, nos ayuda a descubrir que la misa es una celebración, pero que nos introduce en otro ámbito más profundo, que hay un misterio que se celebra y que nos supera, que no coincide completamente con lo rutinario de nuestra vida. Hay algo diferente y nunca podremos nivelado con el resto de los momentos de la vida.
Es cierto que debería haber sencillez y naturalidad en la misa, y no gestos artificiosos. Pero también es necesario que haya algunas cosas que nos recuerden que hay algo diferente a la rutina de la vida en el mundo.
Esto no debería llamar demasiado la atención, porque en realidad, en cualquier fiesta importante se usan vestidos especiales, diferentes, que uno no utilizaría para hacer las compras o para trabajar.
En Cirta, norte de África, los guardias romanos tomaron una casa que se usaba para el culto. Era el año 303. Allí encontraron 98 túnicas que se utilizaban en las celebraciones, porque en esa época todos se vestían de una manera especial en la Liturgia.
Cabe que los laicos para la misa de domingo usen lo mejor que tengan, para manifestar que la misa es realmente una fiesta para ellos, más que cualquier otra celebración; un descuido o dejadez puede ser un signo negativo de la escasa importancia que se le otorga a la celebración comunitaria.


8. Los colores
Podríamos hablar simplemente de los colores de las flores, que ayudan a recordar que estamos en una celebración festiva.
Pero hablemos particularmente de los colores de las vestiduras del sacerdote. Esos colores permiten descubrir el sentido de lo que se celebra (IGMR 307):

* El blanco, que destaca la luz, es un color de fiesta y de triunfo. El Cristo transfigurado y glorioso, está vestido de una blancura deslumbrante (Mt 7, 12). El joven vestido de blanco anuncia la Resurrección (Mc 16, 5). Los fieles que han triunfado aparecen en el Apocalipsis vestidos de blanco (Apoc 7,9; 19, 14). El jinete del caballo blanco "salió como vencedor y para seguir venciendo" (Apoc 6,2).
A veces, en lugar del blanco, se usan otros colores con significado parecido, como el dorado o el plateado (IGMR 309). También el amarillo puede servir para destacar un sentido de fiesta y de alegría.

* El rojo recuerda la sangre o el fuego.
Como recuerdo de la sangre, se usa para celebrar a los mártires y a Jesucristo que se entregó por nosotros (el Domingo de Ramos, el Viernes santo, la fiesta de la exaltación de la Cruz).
Como recuerdo del fuego, se usa en Pentecostés y en las Misas del Espíritu Santo. Recordemos que en Pentecostés el Espíritu Santo se manifestó "como lenguas de fuego" (Hech 2,3).

* El morado es el color que se utiliza en Cuaresma y en Adviento, porque es un color discreto que invita al recogimiento y a la vez tiene un sentido de penitencia que invita a la conversión. También por su discreción se utiliza en las misas de difuntos, para no utilizar el negro, que suele tener un sentido de fatalidad.

* El verde es un color que nos dice que no estamos celebrando nada en especial, sino simplemente al Señor, tratando de profundizar lo que la Palabra de Dios nos ofrezca en cada celebración. Se usa en las treinta y cuatro semanas del tiempo ordinario, donde se va recorriendo la historia de la salvación y la vida pública de Jesús, con sus enseñanzas y obras. Por ser el color más utilizado, tiene la ventaja de ser un color de serenidad que reposa la vista. Suele tener un sentido de esperanza y de vida.

El Año Litúrgico
Además de estos significados, la variedad de colores que se va utilizando a lo largo del año tiene otro sentido pedagógico: ayuda a recordar que el año litúrgico cristiano es un camino con varias etapas que debemos recorrer juntos (ICMR 307). Eso se ve muy claro especialmente cuando se pasa del verde al morado, y así se recuerda que iniciamos un camino de preparación (el Adviento o la Cuaresma). Lo mismo luego cuando se pasa del morado al blanco, se destaca que ha terminado ese camino de preparación y ha comenzado una festividad especial (el tiempo de Pascua o de Navidad).


9. El incienso
El incienso hoy se utiliza poco, porque a muchos fieles les molesta, les parece algo muy extraño y lejano a la sencillez del evangelio, o les da una idea de demasiada solemnidad. Sin embargo, ese humo perfumado tiene un simbolismo interesante. El humo que se eleva al cielo simboliza la oración y la ofrenda que sube hasta Dios, y también sirve para indicar que algo está consagrado a Dios. Así aparece en la Biblia:
"Suba mi oración como incienso en tu presencia" (Sal 140).
El Apocalipsis habla de las oraciones de los santos como perfumes que suben hasta Dios (Apoc 5,8; 8, 34).
Pero el verdadero perfume que sube hasta Dios somos nosotros mismos cuando nos ofrendamos a él unidos a Jesús: "Nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo" (2 Cor 2, 15). Porque Cristo es la ofrenda y víctima de suave aroma" (Ef. 5, 2). Nosotros lo somos cuando nos unimos a él y damos muestras de generosidad. Como decía san Pablo, nuestras limosnas son "suave aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado" (Flp 4, 18).
Por eso el incienso nos recuerda que en la misa tenemos que ofrecer nuestras vidas junto con Cristo, procurando tener un corazón generoso como el suyo. Cuando se inciensan las ofrendas, allí también entregamos a Dios los actos de generosidad y de servicio fraterno que pudimos hacer, y pedimos la gracia de amar más. Cuando nos inciensan a nosotros, procuramos ofrecernos nosotros mismos a Dios (Rom 12, 1), pidiéndole que podamos darle gloria con toda nuestra vida.
El perfume del incienso tiene también el valor de incorporar también el olfato en nuestro culto a Dios, para que todos los sentidos se integren en la adoración. La virgen Egeria, aproximadamente en el año 350, contaba con gusto que los domingos en Jerusalén entraban con incienso en la fiesta de la Resurrección para que "toda la basílica se llene de perfumes" (Itinerario de Egeria 24, 10).
Es verdad que una iglesia con un suave perfume a incienso invita particularmente a la oración.

10. La campanilla
No es un invento cristiano. Ya en el Antiguo Testamento se utilizaban campanillas en el culto del Templo (Ex 28,3335). Así se llamaba la atención al pueblo para que se concentrara cuando llegaba un momento importante de la celebración, para que recordara lo que se estaba haciendo: "como memorial y recordatorio para los hijos del pueblo" (Edo 45,9).
En la misa se utiliza sólo en el momento de la consagración, para que los fieles tomen consciencia de la presencia de Cristo en el santísimo Sacramento.
En realidad, debería tomarse como una invitación a la alabanza. La campanilla representa también a toda la creación que de alguna manera se une en la adoración a Jesucristo presente en el altar.

11. El pan
El pan es alimento, y un pedazo de pan es simplemente el símbolo de la comida. Por eso muchas veces, cuando decimos "pan", sólo queremos decir la comida. Por ejemplo, nos preocupa que a algunos "les falte el pan", o decimos que trabajamos "para ganamos el pan", etc.
El pan siempre se usó para simbolizar el alimento espiritual que Dios nos da. En el Antiguo Testamento la Sabiduría invitaba:
"Vengan a comer mi pan, beban del vino que he preparado" (Pr 9, 5).
Pero en Jn 6, 35 Jesús dice: "Yo soy el pan de vida". En el pan de la eucaristía no se simboliza a Jesús, porque la eucaristía es Jesús mismo.
Hasta el versículo 51 de ese capítulo 6 de san Juan, el pan es la Palabra de Jesús que recibimos por la fe. Pero a partir del versículo 51 el pan no es su Palabra, sino su carne, y la respuesta del hombre ya no es simplemente creer, sino comer. Los judíos, de hecho, reaccionaron inmediatamente contra esto (6,52), porque les resultaba inconcebible tener que comer a Jesús. Esto no hace más que recordamos que la presencia de Jesús en la eucaristía no es "física", sino "sacramental". Tras las apariencias del pan, su blancura y su delicadeza que a nadie impresiona mal, recibimos verdaderamente al mismo Cristo. No obstante, la insistencia que hay en este discurso en "comer la carne" indica que realmente, al recibir la eucaristía, entra en nuestra vida Cristo entero: Dios y hombre, espíritu y cuerpo resucitado. De hecho, carne y sangre en la Biblia indican la totalidad del hombre.
Por otra parte, para la Iglesia el pan siempre simbolizó también la unidad de los hermanos.
"Como este pan estaba disperso por los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra".
Así como el pan está formado por muchos granos que intercambian su contenido y se compenetran unos con otros, así muchos fieles unidos por el afecto y comulgando con Cristo, forman místicamente el único cuerpo de Cristo... y por eso este sacramento nos 'lleva a realizar la comunión de todos nuestros bienes... Porque Cristo une a todos con él, también los une entre ellos, porque si varias cosas están unidas a una tercera, entonces también están unidas entre sí".
Esta convicción en realidad parte de una enseñanza de san Pablo, cuando dice que "aún eso muchas veces, cuando decimos "pan", sólo queremos decir la comida. Por ejemplo, nos preocupa que a algunos "les falte el pan", o decimos que trabajamos "para ganamos el pan", etc.

El pan siempre se usó para simbolizar el alimento espiritual que Dios nos da. En el Antiguo Testamento la Sabiduría invitaba:
"Vengan a comer mi pan, beban del vino que he preparado" (Pr 9, 5).
Pero en Jn 6, 35 Jesús dice: "Yo soy el pan de vida". En el pan de la eucaristía no se simboliza a Jesús, porque la eucaristía es Jesús mismo.
Hasta el versículo 51 de ese capítulo 6 de san Juan, el pan es la Palabra de Jesús que recibimos por la fe. Pero a partir del versículo 51 el pan no es su Palabra, sino su carne, y la respuesta del hombre ya no es simplemente creer, sino comer. Los judíos, de hecho, reaccionaron inmediatamente contra esto (6, 52), porque les resultaba inconcebible tener que comer a Jesús. Esto no hace más que recordamos que la presencia de Jesús en la eucaristía no es "física", sino "sacramental". Tras las apariencias del pan, su blancura y su delicadeza que a nadie impresiona mal, recibimos verdaderamente al mismo Cristo. No obstante, la insistencia que hay en este discurso en "comer la carne" indica que realmente, al recibir la eucaristía, entra en nuestra vida Cristo entero: Dios y hombre, espíritu y cuerpo resucitado. De hecho, carne y sangre en la Biblia indican la totalidad del hombre.
Por otra parte, para la Iglesia el pan siempre simbolizó también la unidad de los hermanos.
"Como este pan estaba disperso por los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra".
Así como el pan está formado por muchos granos que intercambian su contenido y se compenetran unos con otros, así muchos fieles unidos por el afecto y comulgando con Cristo, forman místicamente el único cuerpo de Cristo... y por eso este sacramento nos lleva a realizar la comunión de todos nuestros bienes... Porque Cristo une a todos con él, también los une entre ellos, porque si varias cosas están unidas a una tercera, entonces también están unidas entre sí".
Esta convicción en realidad parte de una enseñanza de san Pablo, cuando dice que "aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, porque todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10, 17). Por eso reprocha a los cristianos las divisiones entre ricos y pobres que hay en la comunidad (1 Cor 11, 1722), ya que eso deja sin sentido la celebración de la eucaristía: "Eso ya no es comer la cena del Señor" (1 Cor 11, 20).
Por ser el resultado de muchos granos de trigo que se parten, el pan nos habla de una unidad conquistada con muchas entregas,

Muchas renuncias, como fruto de muchos corazones que han aceptado romper sus paredes para unirse unos con otros. El pan manifiesta que esas rupturas, esas donaciones, esas oblaciones, terminan produciendo belleza, salud, perfección. En cambio, aquellos que prefieren permanecer intocables, encerrados en sí mismos, terminan enfermándose y destruyéndose a sí mismos, como granos secos.

La hostia redonda
Que ese pan tenga la forma de una hostia redonda también tiene su significado. A veces desearíamos que la eucaristía se celebrara con trozos de pan como los que usó Jesús en la última cena, y nos da la impresión de que la hostia no se parece mucho a un pedazo de pan de nuestras mesas. Pero esa forma de la hostia también tiene un significado. Por una parte, puede ayudamos a descubrir que lo que vamos a recibir no es una comida cualquiera, y que no vamos a recibir simplemente un pan para alimentar el cuerpo.
Por otra parte, la hostia simboliza muy bien que la eucaristía representa el sueño de unidad que está en la marcha misteriosa del mundo hacia su plenitud; representa la utopía de la unidad, que nos ayuda a creer todavía que es posible un mundo unido.
Ese círculo intacto, limpio y blanco, con un fondo infinito, representa la unidad sin fisuras. La eucaristía es el símbolo perfecto y la fuente viva de este misterio de unidad a la que está llamado todo el universo. En ella se sintetiza todo el universo, en unidad y armonía; en ella ya se ha realizado la unidad a la que tiende toda la creación. Pero en ella está también el poder que puede acelerar esa marcha deslumbrante y oculta, para que nos vayamos llenando "hasta la total plenitud de Dios" (Ef. 3, 19), hasta alcanzar "la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef. 4, 14), porque de él todo "recibe trabazón y unión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad de cada una de las partes, realizando así e! crecimiento del cuerpo que se construye en el amor" (Ef. 4, 16).
Hay que evitar una confusión: es cierto que el pan tiene estos simbolismos, pero después de la consagración, lo que vemos no es sólo un símbolo, es Jesús mismo que se ha hecho presente. No está allí simbólicamente; está realmente presente. Las apariencias del pan sirven sobre todo para indicamos que allí está Jesús.

12. El vino
Igual que con la hostia, en el vino hay que distinguir dos momentos, antes y después de la consagración. Porque después de la consagración sólo quedan las apariencias de! vino, y lo que hay en el cáliz es Jesús. Ya no es simple vino, sino Jesucristo mismo.
En la Biblia, e! vino recuerda la sangre, por su color rojo, y por eso se le llamaba "la roja sangre de la uva" (Dt 32, 14).
Pero recordemos que lo que hay en el cáliz no es sólo su sangre, porque en una sola gotita del cáliz consagrado esta Jesucristo entero. Por eso, si no recibiéramos la hostia y recibiéramos únicamente una gotita del cáliz, igualmente recibiríamos a Jesús entero, no sólo su sangre. Pero e! hecho de consagrar por separado el pan y el vino, que siguen separados después de la consagración, es un simbolismo que nos está diciendo algo.
Podemos preguntamos por qué, además de invitamos a recibido cuando nos llama a "comer su carne", Jesús nos habla también de "beber su sangre", si todo está contenido en la misma eucaristía. De hecho, la expresión "carne" para los judíos, solía usarse para indicar la persona entera. ¿Entonces qué nos agrega hablar también de "beber su sangre"?
La presentación de carne y sangre como dos cosas separadas recuerda la muerte. Así sucedía en la muerte de los animales que se ofrecían en sacrificio a Yahvé por los pecados (Lev 1,5.15). Por eso, el cuerpo y la sangre separados, aunque Jesús está resucitado, recuerdan e! sacrificio de Cristo que nos salvó con su muerte: "Así como los hijos participan de la misma sangre y de la misma carne, así también participó él de ellas para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte" (Heb 2,14).
Es cierto que en cada gota del vino consagrado está Jesús entero y vivo, así como en cada trozo de la hostia consagrada está Jesús entero, resucitado con nosotros. Pero al ver el cuerpo y la sangre separados, recordamos la muerte de Jesús que se ofreció en la cruz.
Los judíos tenían la idea de que "sin derramamiento de sangre no hay salvación" (Heb 9, 22). Pero también para nosotros es así, ya que la sangre derramada de Cristo nos consiguió la salvación.
Penetró en el santuario de una vez para siempre, no con sangre de cabrones ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna (Heb 9, 12).
Por todo esto, podemos decir que la sangre nos recuerda lo que le costó a Cristo nuestra salvación. De su costado herido brotó la sangre (On 19,34); y el vino que en la eucaristía se convierte en su sangre (Mc 14, 2325) nos recuerda que recibimos a alguien que se entregó por nosotros hasta la muerte, hasta el último sacrificio: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2, 20). Por eso, dice san Pablo que en la eucaristía "anunciamos la muerte del Señor" (1 Cor 11, 26).
La sangre también nos recuerda que la eucaristía es el sacramento de la nueva Alianza, porque los judíos rubricaban las alianzas con sangre de animales, y así se había sellado la antigua alianza en el Sinaí (ver Ex 24). En cada eucaristía Jesús renueva la Alianza con su Iglesia. Y eso es una alegría. El vino también representa la vida, la alegría y la plenitud. Tomamos una copa juntos para festejar un momento importante y feliz en la vida. Pero el vino nos habla especialmente de la plenitud que nos trae el Mesías. Ese es el significado de la abundancia de vino en las bodas de Caná (On 2).
El color rojo del vino simboliza al mismo tiempo la vida y la muerte, la alegría y el sacrificio. Ambas cosas se unen en el profundo sentido de "intensidad" que tiene el vino. La misa debe ser una experiencia fuerte, vigorosa, ardiente como el calor de la sangre y el color del vino. Este doble significado, de sacrificio y de fiesta puede estar unido, porque en la misa celebramos al mismo tiempo la muerte de Cristo y su resurrección.

El cáliz
A veces nos gustaría que en la misa se usara una copa como las que usamos nosotros en nuestras mesas. Pero el cáliz no es lo mismo que una simple copa, y por eso mismo para la misa no se usa una copa exactamente igual a las de uso común.

Un cáliz era una copa que se utilizaba en el culto para recoger la sangre de los sacrificios. Así nos recuerda que, después de la consagración, lo que hay dentro de él no es simple vino, sino la sangre que Jesús derramó en la cruz. Por eso Jesús, anunciando su muerte, preguntaba: ¿Ustedes podrán beber el cáliz que yo vaya beber" (Mt 20, 22), Y en su pasión decía: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz" (Lc 22,42).

viernes, 10 de julio de 2009

segundo trabajo

Consignas

1. Tomar lo trabajado en el práctico anterior sobre las características de Pedro y Pablo como hombres de Iglesia.
2. Indicar si esas características positivas de aquellos dos, las ven presentes en la Iglesia de hoy en día.
3. Cada una de las características deberán ser justificadas adecuadamente, teniendo en cuenta el material trabajado.
4. Realizar una conclusión personal al respecto.

Fecha tope de entrega: viernes 17 de julio 20:00 hs.
Ante cualquier duda, me consultan!!!

Detalles de la modalidad de trabajo semi presencial: El trabajo final deberá ser entregado al profesor Agustin:
1. a las siguientes direcciónes de mail: prof.agustin@gmail.com, prof.agustin@yahoo.com.ar, prof.agustin@live.com
2. o vía Facebook: buscar por Agustin Bergonselli
3. Antes de la fecha de entrega (indicada en las consignas del trabajo).
4. Si fuera entregado fuera de los plazos, el trabajo tendrá 4 (cuatro) puntos menos en su calificación.
5. Si el mismo nunca fuera entregado, será calificado con un 1 (uno).
6. El trabajo no se considera entregado hasta que el profesor no confirma la recepción por alguno de los medios utilizados. De no recibir dicha confirmación, recomiendo solicitarla mediante el mail de algún compañero.

domingo, 5 de julio de 2009

primer trabajo

Consignas

1. Leer y releer los textos ya trabajados sobre los apóstoles Pedro y Pablo. (todos los que están en este blog)
2. Identificar las características positivas que tenían Pablo y Pedro como hombres de Iglesia.
3. De ellas, deberás elegir las que considerás más importantes para que la Iglesia hoy pueda continuar con la construcción del Reino y anotarlas en un listado.
4. Explicar el por qué de cada elección.
5. Fecha tope de entrega: viernes 10 de julio 22:00 hs.
6. Ante cualquier duda, me consultan!!!

Detalles de la modalidad de trabajo semi presencial: El trabajo final deberá ser entregado al profesor Agustin:
1. a las siguientes direcciónes de mail: prof.agustin@gmail.com, prof.agustin@yahoo.com.ar, prof.agustin@live.com
2. o vía Facebook: buscar por Agustin Bergonselli
3. Antes de la fecha de entrega (indicada en las consignas del trabajo).
4. Si fuera entregado fuera de los plazos, el trabajo tendrá 4 (cuatro) puntos menos en su calificación.
5. Si el mismo nunca fuera entregado, será calificado con un 1 (uno).
6. El trabajo no se considera entregado hasta que el profesor no confirma la recepción por alguno de los medios utilizados. De no recibir dicha confirmación, recomiendo solicitarla mediante el mail de algún compañero.

domingo, 14 de junio de 2009

Pelea entre Pablo y Pedro

¿POR QUÉ SE PELEÓ CON SAN PEDRO?
El gran experimento
Una de las peleas más duras y apasionadas que se haya registrado en la Biblia es la que sostuvieron san Pedro y san Pablo en la ciudad de Antioquía, alrededor del año 48, cuando ambos se encontraron allí por casualidad, debido a cuestiones misioneras.
¿Cuál fue el motivo? Todo comenzó en Antioquía, ciudad de Siria, a 480 kilómetros al norte de Jerusalén. Hasta allí habían llegado, varios años antes, unos misioneros cristianos, provenientes de Jerusalén, para predicar a los judíos de la ciudad, que eran numerosos (alrededor de 50.000), Y decides que ya había llegado el Mesías enviado por Dios, llamado Jesús de Nazaret
(Hech 11, 19).
Mientras la comunidad cristiana iba en aumento, un día se produjo en la ciudad un hecho inesperado: algunos misioneros empezaron a predicar también a los paganos, y algunos de ellos se convirtieron y pidieron entrar en la iglesia local (Hech 11, 20-21). Los jefes de la comunidad los aceptaron, y así nació un grupo nuevo y revolucionario: la primera comunidad mixta de la historia, formada por judíos y por paganos, que compartían la misma fe en Jesucristo.

Poco después, hacia el año 36, llegaron a la ciudad dos nuevos misioneros: uno se llamaba Bernabé y el otro Pablo. Ambos habían venido a colaborar en el trabajo de organización y evangelización de la comunidad local (Hech 11,22-26).
Pronto los dos apóstoles se dieron cuenta de que la iglesia de Antioquía tenía una extraña particularidad. Mientras que sus integrantes de origen judío seguían siendo judíos y cumplían las leyes de Moisés, los de origen pagano no practicaban la ley judía.
Pablo y Bernabé, con los demás dirigentes de Antioquía, se hallaron ante un dilema: ¿había que obligar también a los paganos a cumplir la ley de Moisés? En otras palabras: los paganos que entraban en la Iglesia, ¿tenían que hacerse primero judíos?
Si decidían que no, se produciría una situación de desigualdad en la comunidad, pues algunos cristianos (de origen judío) se verían obligados a cumplir las leyes judías, con toda la carga de dificultades que eso significaba, mientas que los otros (de origen pagano) vivirían libres de esas normas. Pero si contestaban que sí, se cometería una injusticia con los segundos, pues se les impondría una carga extra cuando ellos sólo querían aceptar a Cristo y nada más.
La gran pregunta era: ¿son necesarias las leyes judías para ser un buen cristiano? Hasta ese momento se pensaba que sí. La ley de Moisés se consideraba fundamental e irrevocable. Pero ahora se había producido una situación insólita; había nacido una comunidad mixta, formada por dos clases de cristianos: cristianos-judíos y cristianos-paganos, y la respuesta que antes se daba no servía para la nueva situación.
Después de mucho reflexionar, los dirigentes de la comunidad antioquena llegaron a una respuesta: si ya Cristo nos ha salvado, y lo ha hecho con su muerte y resurrección, ¿qué necesidad hay de seguir observando las normas propiamente judías? Circuncidarse, abstenerse de ciertos alimentos o descansar el sábado nada puede añadir a la salvación realizada por Jesús. De modo que se autorizó a todos los cristianos, cualquiera fuera su origen, a vivir sin cumplir los preceptos judíos. Quien quisiera podía hacerla, pero no era ya una obligación.
Sólo mentes muy clarificadas y de gran intuición teológica podían haber realizado una reforma de ese tipo; es decir: que a pesar de que Jesús fue judío, predicó a los judíos y practicó la religión judía, los cristianos no estaban obligados a ser judíos para seguirlo. De este modo Pablo, Bernabé y los demás dirigentes de la iglesia dé Antioquía sentaron las bases de la gran universalización del cristianismo.
Esta decisión hizo que muchas otras personas de origen pagano quisieran también entrar en la comunidad cristiana de la ciudad, pues no existía más el obstáculo doloroso de la circuncisión, ni otras leyes difíciles de practicar; sólo era necesario bautizarse y aceptar el mensaje cristiano que los dirigentes predicaban (Hech 11, 21). En cambio, a los judíos les resultó cada vez más difícil aceptar el cristianismo.


Poco a poco fue apareciendo en la sociedad un nuevo grupo, desconocido hasta entonces. Hasta ese momento, a los cristianos se los consideraba judíos, porque sus prácticas exteriores eran semejantes en todo a las de ellos. Pero ahora había surgido un movimiento que no practicaba más aquellas leyes; sólo mostraban el amor al prójimo como distintivo, y celebraban ciertos ritos en nombre de Jesús. Eso nunca antes se había visto.

La gente empezó a preguntarse: ¿cómo Llamarlos? Ya no podían seguir diciéndoles judíos, como habían hecho hasta entonces, porque ahora se veía claramente la diferencia. Entonces les inventaron un nombre: los llamaron cristianos (hech 11, 26). Así fue como nació este título, creado por los vecinos de Antioquía. Más tarde se volverá tan famoso, que se extenderá por el mundo entero y se convertirá en el calificativo de millones de personas a lo largo y ancho de todo el mundo.
La nueva situación creada en Antioquía hizo surgir entre los dirigentes otra fantástica idea: ¿por qué no organizar una misión fuera de la ciudad? Así muchos otros paganos podrían conocer el Evangelio y convertirse a la nueva fe.
Pero los nuevos aires que se vivían en Antioquía llegaron pronto a la iglesia madre de Jerusalén, y sus dirigentes, más conservadores, comenzaron a ver con malos ojos lo que estaba sucediendo. ¿Cómo se habían atrevido los antioquenos a tomar semejante decisión de abandonar la ley de Moisés? Eso equivalía a tirar por la borda mil años de tradición. Y decidieron enviar a Antioquía algunos emisarios para comunicar el malestar provocado en Jerusalén por su actitud (Hech 15, 1).
Pablo se molestó mucho con la llegada de estos enviados, a tal punto que en una de sus cartas llega a tacharlos de intrusos, falsos hermanos, infiltrados, y espías (Gál 2,4). Y la división estalló en la comunidad. Mientras algunos aceptaban a los legados, otros los rechazaban. Los diversos grupos de cristianos se miraban con desconfianza, y un clima enrarecido se instaló en la otrora feliz Antioquia.
Para acabar con las tensiones y aclarar la cuestión, la comunidad antioquena decidió enviar una delegación a Jerusalén para que expusiera la nueva postura. Los enviados partieron, así, encabezados por Pablo, Bernabé y Tito (Gál 2, 3). Era el año 48.

Al llegar a Jerusalén, los antioquenos fueron muy bien recibidos, y se celebró una primera reunión entre Pablo y los principales dirigentes de Jerusalén, es decir, Pedro, Santiago y Juan (Gál 2, 2b).
En esta reunión plenaria, Pablo expuso delante de todos el Evangelio que él predicaba, y contó cómo había desarrollado su actividad misionera entre los paganos fuera de Antioquía. Los cristianos de Jerusalén, de mentalidad más rígida, lo escucharon con atención, pero le replicaron que los judíos eran el pueblo elegido por Dios; por eso, si un pagano se convertía al cristianismo debía antes hacerse judío y cumplir las leyes de Moisés. Pero Pablo insistió en que la postura antioquena sostenía que para Dios no hay acepción de personas (Gál 2, 6), que no era necesario hacerse judío para ser cristiano, y contaba cómo durante la misión realizada en Chipre y Asia Menor, Dios había derramado su Espíritu sobre tantos paganos. Dios mismo daba testimonio de que el Evangelio no necesitaba de la ley de Moisés.

El debate fue intenso y apasionado, y hubo una fuerte discusión. Los cristianos-judíos de Jerusalén tenían más peso en la comunidad de lo que Pablo hubiera querido, y si bien no rechazaban la evangelización de los paganos (Gál 2, 3), tampoco veían las bondades del proceder paulino.
Terminada la asamblea, los principales de Jerusalén y Pablo volvieron a reunirse en privado (Gál 2, 6). El argumento que esta vez usó Pablo para tratar de persuadirlos fue el del apostolado de Pedro: si éste sentía el llamado de Dios para evangelizar a los judíos, ¿por qué Pablo no podía sentir el llamado de Dios para evangelizar a los paganos? (Gál 2, 7-8).
Los dirigentes de la iglesia madre finalmente se convencieron. Aceptaron que Pablo y Bernabé siguieran trabajando en la misión antioquena, es decir, en la evangelización de los paganos, sin obligarlos a circuncidarse ni a cumplir la ley judía. Mientras tanto, los cristianos de Jerusalén seguirían dedicados como hasta entonces a la misión entre los judíos. Y el acuerdo se rubricó con un apretón de manos (Gál 2, 9).
La delegación antioquena obtuvo, así, un resonante triunfo pastoral. Pablo estaba feliz. No le habían impuesto ninguna condición (Gál 2, 6), habían reconocido su trabajo, y la teología antioquena de que el hombre se salva sólo por Jesucristo, y no por el cumplimiento de la ley judía, había sido aprobada. Nadie sospechaba los negros nubarrones que pronto se cernirían sobre Antioquía.

Meses después de la asamblea de Jerusalén, sucedió un hecho imprevisto: llegó Pedro de visita a Antioquía. Lo recibieron cordialmente, y pudo comprobar el éxito grandioso de la labor de Pablo y Bernabé. Cómo había crecido la comunidad, y cómo vivían los hermanos antioquenos, libres de toda ley incómoda y asfixiante. Tan distinto a como se vivía en Jerusalén, donde todavía los cristianos seguían observando minuciosamente los preceptos de Moisés.
Pedro se sintió tan a gusto, que él mismo se sumó a aquella forma de vida cristiana de la comunidad, como si fuera un miembro más, viviendo según el particular estilo surgido en Antioquía.
Todo habría continuado bien, de no haber sido por el arribo, poco después, de un grupo de cristianos "conservadores" de Jerusalén. Éstos, al ver el comportamiento laxo que allí llevaba Pedro, comiendo con paganos, aceptando todo tipo de alimentos y viviendo sin sujeción a la ley, quedaron sorprendidos.
¿Qué sucedió entonces? ¿Le dijeron algo a Pedro? ¿O fue éste quien se sintió incómodo, y temió provocar un escándalo a los recién llegados? No lo sabemos. Lo cierto es que Pedro decidió dar marcha atrás, y asumir de nuevo una actitud más estricta, apartándose de los cristianos-paganos y juntándose sólo con los cristianos-judíos. Rompió así la unidad de la iglesia y desgarró la comunión que había en el grupo (Gal 2, 12).
La actitud de Pedro tuvo consecuencias desastrosas. Debido a su prestigio, todos los cristianos de origen judío lo imitaron, separándose de los cristianos de origen pagano. Hasta Bernabé, que tanto había defendido a los antioquenos junto a Pablo en Jerusalén, esta vez apoyó la postura de Pedro (Gál 2, 13). Pablo y los cristianos-paganos se quedaron solos.


Ante la división surgida en la comunidad, Pablo delante de todos reprendió duramente a Pedro (Gál 2, 14). Lo llamó hipócrita, lo mismo que a Bernabé y a los demás cristianos-judíos (Gál 2, 13). Le preguntó: ¿ahora hay que celebrar dos mesas separadas? ¿Hay que tener dos comunidades distintas? Para Pablo estaba en juego la verdad del Evangelio, es decir, la igualdad de derechos de los paganos (Gál 2, 14). ¿Acaso no se había decidido eso ya en Jerusalén? Volver a la práctica anterior era dar un paso atrás.
Pedro respondió que sólo se trataba de una actitud práctica, pero Pablo veía las enormes implicaciones teológicas de esa práctica. Estaba en peligro la salvación que Cristo había venido a traer. Si la salvación se alcanzaba mediante la ley de Moisés, entonces Cristo había muerto en vano (Gál 2, 21).
Todo fue inútil. Pedro no cedió. Y Pablo comprendió que estaba derrotado y aislado. Ya no tenía nada que hacer en Antioquía. Su comunidad había aceptado volver a las prácticas judías. Decidió entonces marcharse y emprender una nueva misión, lejos, entre los paganos, donde pudiera hacer valer las decisiones de la asamblea de Jerusalén sin injerencias de los más rígidos. Así, después de trece años de trabajar sin descanso en la ciudad, dando lo mejor de sí, Pablo debió tomar sus cosas e irse, sin pena ni gloria. Se separó de Bernabé, e inició su segundo viaje misionero, esta vez sin depender de Antioquía. Es el período de su llamada "misión independiente". Sólo lo acompañó Silas, uno de los pocos defensores que le quedaban en la ciudad.
¿Qué pasó después? Las autoridades de Jerusalén, al enterarse del conflicto, decidieron que no era conveniente que en Antioquía se viviera sin observar ninguna ley judía, como habían resuelto antes. Pero tampoco quisieron imponer/es todas las leyes. Redactaron entonces un decreto estableciendo que debían observar sólo cuatro normas: a) no comer carne sacrificada a los ídolos; b) no comer sangre; c) no comer animales sin desangrar; d) y evitar casamientos entre parientes próximos (Hech 15, 13-29).
Cuando el decreto llegó a Antioquía, Pablo ya se había marchado, así que nunca tuvo noticias de él. Al menos no hay señales, durante el resto de su actividad misionera, de que lo hubiera conocido. Ello le evitó una nueva amargura, porque el decreto, más que una medida de conciliación, significaba un paso atrás en relación con el acuerdo de Jerusalén, y ponía a los cristianos-paganos definitivamente en un rango interior.
¿Qué fue de Bernabé y Pedro? No lo sabemos. Al parecer, ambos se replantearon su actitud, y volvieron a su antigua opción antioquena, más abierta. Al menos vemos que Pablo menciona más tarde a ambos (1 Cor 9,5.6), sin dejar traslucir rencor alguno ni resentimientos personales.

Pablo perdió la discusión en Antioquía, de modo que dolido y derrotado tuvo que abandonar la ciudad. Sin embargo el tiempo le daría la razón. Su propuesta de prescindir de la ley judía, que había sido rechazada, se convertirá más tarde en la norma general de las comunidades cristianas, y finalmente se impondrá en toda la Iglesia universal.

Pero más allá de su éxito póstumo, la disputa entre Pedro y Pablo fue enormemente provechosa como enseñanza para la Iglesia. En efecto, Pedro se animó a discutir con Pablo, ya sea a solas, como en asamblea pública, y después otra vez en Antioquía. Y lo grandioso es que Pedro siempre se mostró dispuesto a debatir, dialogar y confrontar. Nunca consideró un error la postura de Pablo, aun cuando no la compartiera. Y ese altercado sirvió para que se pensara, discutiera y examinara una de las cuestiones fundamentales de la fe cristiana, como es la de la salvación (k Cristo basada en la Pascua y no en la ley de Moisés.

Ése es el mensaje que nos dejaron estos dos pilares del cristianismo: que la Iglesia debe aprender a discutir y a dialogar todos los temas, incluso los más graves y comprometidos, aun cuando parezca que la postura contraria es errónea. Porque como dice Rabindranath Tagore con la belleza de sus palabras:
"Si cierras la puerta a todos los errores, terminarás dejando afuera a la verdad".

Pablo y los paganos

¿POR QUÉ PREDICÓ A LOS PAGANOS?

Que san Pablo haya predicado el Evangelio a los paganos, es decir, a los no judíos, para invitarlos a entrar en la Iglesia, puede parecemos a nosotros lógico y normal. Pero no es así. Porque Jesús, el fundador del movimiento al que Pablo pertenecía, predicó el Evangelio únicamente a los judíos. Nunca se dirigió a los paganos, ni les expuso a ellos su mensaje de salvación.
¿Cómo sabemos eso? Por varias razones.
En primer lugar, porque Jesús andaba siempre acompañado por un grupo de doce hombres, comúnmente llamados doce apóstoles. Los había elegido como símbolo de las doce tribus de Israel, ya desaparecidas. Al rodearse de doce hombres, Jesús quiso transmitir a la gente el mensaje de que él había venido de parte de Dios a restaurar aquellas tribus perdidas. Ahora bien, éste era un símbolo que sólo podían entender los judíos, no los paganos. Por lo tanto, está claro que Jesús se movió únicamente en ambientes judíos.
En segundo lugar, porque aunque Jesús siempre habló del Reino de Dios, nunca explicó qué era éste, ni en qué consistía, ni cómo había que entenderlo. Lo daba por supuesto. Eso se debía a que sus oyentes, por ser todos judíos, comprendían perfectamente a qué se refería Jesús con tal expresión.
En tercer lugar, porque Pablo llama a Jesús servidor de los circuncisos (es decir, de los judíos; Rom 15,8). O sea que hasta el mismo Pablo, a pesar de tener una mentalidad abierta a los paganos, reconoce que Jesús fue servidor únicamente de los judíos, es decir, que les predicó exclusivamente a ellos.

Jesús no dio el ejemplo
Pero la mejor prueba de que Jesús anunció el Evangelio a los judíos, y no a los paganos, es que cuando los primeros gentiles comenzaron a entrar en la Iglesia, se produjo un gran escándalo. Los dirigentes cristianos debieron convocar a una asamblea en Jerusalén para debatir el tema, y analizar si los paganos podían o no ingresar. Y lo más llamativo es que, quienes defendieron la entrada de los paganos en la Iglesia, no fundamentaron su postura en que Jesús lo había permitido, sino que ellos habían recibido revelaciones privadas que lo autorizaban (Hech 11, 4-18).
Todo esto nos muestra que Jesús, durante su vida, se limitó a anunciar el Evangelio a los judíos. Por eso los primeros cristianos fueron todos judíos, y trataron de evangelizar sólo a los judíos, siguiendo el ejemplo de Jesús (Hech 2, 44-46).

¿Por qué entonces el apóstol Pablo, un buen día, se lanzó a predicar también a los paganos para invitarlos a entrar en la Iglesia? ¿De dónde sacó esa idea? ¿Qué fue lo que impulsó a aquel joven apóstol, miembro de un minúsculo grupo judío, a lanzarse a comunicar el mensaje de Jesús a los gentiles, rompiendo así con la práctica de su fundador y de toda la Iglesia primitiva?

La solución a este enigma hay que buscarla en lo que se llama "la teología de la restauración de Israel". ¿Qué era esta teología?
Para entenderla debemos tener en cuenta que, después de la muerte de Jesús, sus discípulos comprendieron que él era el Mesías que había venido a traer la salvación al pueblo judío, y que el fin de los tiempos estaba cerca. Por eso salieron por todas partes a anunciar a los otros judíos que se prepararan, porque el Mesías ya había llegado, y de un momento a otro iba a llegar también la salvación divina sobre el pueblo de Israel.

Pero san Pablo, junto con un grupo de cristianos más abiertos, llamados los helenistas (porque eran judíos que hablaban griego, en vez de hebreo), comprendió que la salvación de los judíos, es decir, la "restauración de Israel", implicaba también la incorporación de algunos paganos al grupo de los salvados, para que también éstos pudieran contemplar y admirar la gloria que le aguardaba al pueblo judío.
Esta idea, Pablo no la había inventado. La había descubierto leyendo los libros de los profetas.

En efecto, cuando leemos el Antiguo Testamento, encontramos por ejemplo que:
a) el profeta Miqueas, en el siglo VIII a.C; profetizó que al final de los tiempos los paganos participarán de la gloria futura del pueblo judío (Mi 4);
b) más tarde, en el siglo V a.c, un profeta anónimo, al que suele llamarse el Tercer Isaías, también predijo que -en los últimos días Dios iba a aceptar a algunos extranjeros junto con las tribus de Israel (Is 56, 1-8);
c) otro profeta desconocido, contemporáneo del Tercer Isaías, había reconocido que los paganos no estaban excluidos de la salvación de Israel (Is 60, 3-7.10-l 4);
d) por esa misma época, un predicador inspirado vaticinó que Dios iba a reunir a algunos extranjeros para que se salvaran junto con el pueblo de Israel (Is 66, 18-24).

Todas estas profecías le mostraron a Pablo desde el primer momento de su fe cristiana, que el plan de Dios para los últimos tiempos tenía dos etapas: 1) que todos los judíos aceptaran a Jesús como el Mesías salvador; 2) que algunos paganos también creyeran en Jesús, para acompañar a los judíos en la futura salvación.
Cuando Pablo tomó conciencia de estas ideas, se dio cuenta de que toda la Iglesia, especialmente en Palestina, estaba abocada a predicar el Evangelio únicamente a los judíos. O sea, se estaba llevando a cabo sólo una parte del plan divino. Es cierto que así realizaba la misma labor que había hecho Jesús. Pero Pablo comprendió que, en esta nueva etapa de la historia, Dios quería otra cosa: que también algunos paganos conocieran al Mesías, y entraran en la salvación.
Fue por eso que el apóstol sintió desde un comienzo el llamado para dedicarse a cumplir el otro aspecto del plan: anunciar el Evangelio a los gentiles para que el proyecto de Dios se realizara completamente.

Pablo, pues, junto a otros misioneros, se lanzó a una carrera desenfrenada por conseguir fieles que procedieran del paganismo, antes de que llegara el fin de los tiempos. Por supuesto, también procuró en su marcha predicar a los judíos. Pero su misión específica era reunir paganos para que entraran en la Iglesia (Gal 1, 5-16).
Según lo entendía Pablo, no era necesario llegar a todos los paganos. Sólo hacía falta un cierto número, que ya estaba fijado previamente por Dios, para acompañar a los judíos en la futura salvación.
Así se explica el comportamiento tan especial que mostró Pablo como misionero al comienzo. En efecto, vemos cómo corría desordenadamente de un lado a otro, fundando comunidades pequeñas, saltando luego a otra ciudad, y dejando la tarea de bautizar a sus ayudantes (1 Cor 1, 17).

Con esos viajes más bien "relámpago", y catequizando a unos cuantos en cada lugar, Pablo sintió que cumplía la misión especial encomendada por Jesús. No importaba que los evangelizados fueran pocos. De hecho, los miembros de sus comunidades cristianas no sumaban ni el 0,5 % de los paganos del imperio romano. Pero para Pablo eran suficientes para componer el grupo que debía incorporarse al pueblo de Israel, en ese tramo final de su salvación.

Sin embargo, en cierto momento de su carrera Pablo advirtió que algo no funcionaba bien. Le llegaban noticias (y él mismo lo comprobaba) de que los judíos se negaban a creer en Jesús. En cambio los paganos sí aceptaban la fe y entraban en la Iglesia en masa. Parecía que el plan de salvación de Dios estaba fracasando en su primera parte.
Esto para Pablo constituía un grave problema. ¿Cómo era posible que la sección central del proyecto divino saliera mal? ¿Qué sentido tenía ahora seguir evangelizando a los paganos, si los judíos no iban a poder conseguir la salvación?
El apóstol se puso a revisar otra vez el plan de Dios. Y entonces cayó en la cuenta de que el propósito divino era más profundo de lo que él había sospechado. El objetivo no era que unos cuantos paganos se bautizaran, para acompañar al pueblo judío en su salvación final, sino que todos los paganos se bautizaran y aceptaran a Jesucristo. Recién entonces los israelitas, llenos de celo, aceptarían también en masa a Jesús, y así llegaría la esperada salvación para todos los hombres.
Al ir descubriendo estas nuevas ideas, Pablo comprendió que le aguardaba una misión más extensa de la que se había imaginado hasta ese momento. Un territorio inmenso, poblado de paganos, esperaba ahora el anuncio del Evangelio.
Ante este panorama, tomó la decisión de abandonar Oriente, donde había trabajado todo ese tiempo fundando comunidades cristianas, y resolvió viajar al otro extremo del imperio, a Occidente, para empezar una nueva labor en esa parte del mundo. Creyó que lo mejor sería hacer primero una escala en Roma, y desde allí, con el apoyo técnico y logística de los cristianos locales, lanzar una gran misión evangelizadora que pudiera llegar hasta la misma España.
Con estos pensamientos en su mente, a principios del año 57 Pablo escribió una carta desde la ciudad de Corinto, a los cristianos de Roma, anunciándoles que iba a ir a visitarlos pronto, para que lo ayudaran en la nueva labor que quería desarrollar en Occidente (Rom 15,22-29).
Pero antes de notificarles el motivo de su carta, y para que lo entendieran mejor, les expuso en tres largos capítulos las ideas que había descubierto sobre el plan de Dios (Rom 9-11).
Comienza reconociendo que siente una gran tristeza por sus hermanos de raza, los judíos, que 00 han querido aceptar a Jesús como el Mesías (Rom 9, 1-5). Pero eso no significa que la Palabra de Dios haya fallado (Rom 9, 6). El fracaso del plan divino se debe a los mismos israelitas, que han preferido seguir su propio camino de salvación (Rom 9, 30-10,21).
Ante esto, Pablo se pregunta: ¿Entonces Dios ha rechazado a su pueblo? (Rom 11, 1). Y responde enérgicamente que no. Que Israel sigue siendo el pueblo elegido por Dios. Y les revela el nuevo plan que él ha descubierto: Hermanos, no quiero que ignoren este secreto del plan, para que no se crean sabios. Lo que le ha sucedido a Israel es sólo un el endurecimiento parcial. Y durará hasta que hayan entrado (en la Iglesia) todos los gentiles. Recién entonces, todo Israel se salvará (Rom 11, 25).

Pero eso no fue lo único que Dios le reveló a Pablo. También le mostró que, en esta nueva etapa del proyecto, había que facilitar al máximo las condiciones de ingreso a los gentiles. No se les podía exigir que cumplieran la inmensa y complicada legislación judía, con sus cientos de normas, algunas de las cuales a veces ni los judíos lograban cumplir. Comprendió, así, que bastaba con que creyeran en Jesucristo, y que llevaran una vida digna de él, para que fueran considerados miembros de la Iglesia. Con ello, estaban liberados de cualquier otra norma.
Una vez que Pablo recibió esta revelación sobre los paganos, inspirado nuevamente por Dios, se dio cuenta de que si éstos estaban libres de las innumerables leyes de Moisés, sería injusto exigirles a los judíos que ellos sí las cumplieran para poder salvarse. ¿Acaso no era el mismo Jesús el que salvaba a judíos y paganos? ¿Por qué hacer esa desfavorable diferencia en detrimento del pueblo elegido, imponiéndole una carga tan pesada?
De ese modo, Pablo completó la que sería su más grande revelación, y su tesis más revolucionaria: que con la llegada de Jesús, tampoco los judíos estaban obligados a cumplir la ley de Moisés. Ni siquiera la circuncisión, considerada como el signo fundamental de la religiosidad hebrea, era ya requisito indispensable para formar parte del pueblo de Dios y salvarse. Lo que Dios queda ahora era el cumplimiento de una nueva ley, ya no ritual, sino ética: la ley del amor.
La defensa de este plan fue expuesta magistralmente por Pablo en otra carta suya, dirigida a los Gálatas.
De este modo el proyecto divino, que Pablo había descubierto al principio para admitir a los paganos en la 19lesia, fue finalmente comprendido en su totalidad por el apóstol. Y gracias a su brillante capacidad teológica, tanto judíos como paganos terminaron hermanados en el mismo y Único plan de salvación.

Pablo no fue un iluminado, que de manera directa e infusa recibió indicaciones del cielo para guiar desde el principio y de modo certero a la Iglesia. Fue un hombre preocupado por el Evangelio, que con honda inquietud vio cómo éste no terminaba de ser aceptado por la gente. Entonces, ante las dificultades halladas en su apostolado, trató de meditar sobre el plan divino y descubrir qué era lo que Dios realmente le pedía en esos momentos de la historia.
Al principio de su misión, creyendo haber comprendido la voluntad de Dios, se lanzó a anunciar el Evangelio a algunos paganos, para que acompañaran a los judíos en su futura salvación.
Pero en un segundo momento, al advertir que los judíos se negaban a reconocer el cristianismo, llegó a un descubrimiento más hondo del plan. Dios en realidad había dispuesto que se predicara el Evangelio a todos los gentiles. y cuando éstos hubieran entrado en la Iglesia, recién entonces, llenos de celo y envidia, ingresarían también los judíos.
Junto a esta nueva revelación, entendió también que Dios pedía para los paganos unas condiciones de ingreso diferentes, exigiéndoles sólo la fe en Jesucristo. No hacía falta ya imponerles las leyes judías.
Finalmente, llegó a la convicción de que Dios tampoco pedía a los judíos que cumplieran las leyes de Moisés para salvarse. Se salvaban sólo con la fe en Jesucristo.
Este "'evangelio" fue precisado y completado por Pablo durante años de maduración, por medio de reflexiones y noticias sobre Jesús, tanto propias como del grupo cristiano que trabajaba con él.

No seguir con planes viejos
Nunca terminaremos de admirar la grandeza de Pablo. Su profunda intuición teológica, su audacia para descubrir los planes de Dios, su valentía para aplicarlos en la Iglesia, y su coraje para enfrentar a quienes se oponían a él, lograron hacer de una modesta corriente religiosa una colosal Iglesia universal, capaz de ofrecer la salvación a todos los hombres del mundo.
Es que, como decía el mismo Pablo, ¡Los designios de Dios son insondables, y sus caminos inescrutables! (Rom 11, 33). Por eso, de vez en cuando conviene que la Iglesia también revise lo que supone que son "los planes definitivos de Dios". Quizá los haya comprendido parcialmente. Tal vez hace rato que Dios nos esté mostrando mejor sus designios, y nosotros aún los estemos entendiendo de manera incompleta. Y quizá, por seguir ateniéndonos a una comprensión anticuada de los "planes de salvación", estemos dejando fuera a hermanos que tendrían que entrar en la comunidad.
La osadía de un teólogo, y la de muchos otros misioneros que se adhirieron a sus ideas, sirvió para que hoy millones de personas formaran parte de la Iglesia. De igual modo la valentía de algunos teólogos contemporáneos, que se animan a proponer nuevas profundizaciones al camino de salvación para la humanidad, y el esfuerzo de los cristianos que los acepten, termine algún día abriendo las puertas de la comunidad cristiana a muchos hombres, que aún aguardan su voz maternal y misericordiosa invitándolos a la salvación.

viernes, 12 de junio de 2009

Resumen de Pablo 1

Este personaje no cambió su nombre al convertirse al cristianismo, ya que como ciudadano romano y nacido en Tarso, además de ser judío tenía gran influencia de la cultura helenística y romana, por lo que como todo romano de la época tenía un “prognomen” relacionado con una característica familiar (el cual es SAULO, su nombre judío), y un “congnomen” que se asocia a una característica física (que en este caso es PABLO, que es su nombre romano).
El conocimiento de la cultura helénica (hablaba fluidamente el griego como el arameo) le permite a este Apóstol predicar el Evangelio con ejemplos y comparaciones comunes de esta cultura por lo que el mensaje fue recibido en territorio griego claramente y esta característica marca el éxito de sus viajes fundando comunidades cristianas.

Nació entre el año 5 y el año 10 en Tarso, en la región de Cilicia, en la costa sur del Asia Menor (la actual Turquía). La ciudad de Tarso tenía concedida la ciudadanía romana por nacimiento. Por lo que Pablo era ciudadano romano pese a ser hijo de judíos.

Hijo de hebreos y descendiente de la tribu de Benjamín, en su adolescencia es enviado a Jerusalén, donde estudia con el famoso rabino Gamaliel. Tuvo una educación natural mucho mayor que los humildes pescadores que fueron los primeros apóstoles de Cristo. También es aquí donde se une al grupo de los fariseos.

Tras la muerte de Jesús, hacia el año 33, comienzan a formarse grupos de seguidores de Jesús.
Pablo de Tarso fue un activo perseguidor de estas comunidades bajo la influencia de los fariseos. De hecho el fue de los que participó y asintió en la ejecución de San Esteban, el primer mártir de la iglesia cristiana de aquel entonces, quien cayera víctima de lapidación no como consecuencia de la barbarie de la multitud, si no como cumplimiento de una ejecución judicial, pues Saulo contaba con la venia de Roma.
En el año 36, camino a Damasco, tuvo una visiòn y se convirtió al cristianismo. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles y las epístolas paulinas fue gracias a una aparición de Cristo camino de la ciudad de Damasco, luego de la cual pide ser bautizado.


Educación
• Pablo nació en Tarso, en Cilicia (Hechos, xxi, 39), entre los años 5 y 10 de la Era Cristiana.
• De un padre que era ciudadano romano (Hechos, xxii, 26-28; cf. xvi, 37), en el seno de una familia en la que la piedad era hereditaria (II Tim., i, 3) y muy ligada a las tradiciones y observancias fariseas (Fil., iii, 5-6).
• Dado que pertenecía a la tribu de Benjamín, se le dio el nombre de Saúl (o Saulo) que era común en esta tribu en memoria del primer rey de los judíos. (Fil., iii, 5).
• Puesto que todo judío que se respetase había de enseñar a su hijo un oficio, el joven Saulo aprendió a hacer tiendas de lona (Hechos, xviii, 3).
• Era aún muy joven cuando fue enviado a Jerusalén para recibir una buena educación en la escuela de Gamaliel (Hechos, xxii, 3).
• Parte de su familia residía quizá en la ciudad santa puesto que más tarde se haría mención de una hermana cuyo hijo le salvaría la vida (Hechos, xxiii).
• A partir de este momento resulta imposible seguir su pista hasta que tomó parte en el martirio de San Esteban (Hechos, vii, 58-60; xxii, 20). En ese momento se le califica de “joven” (neanias).

Su conversión y primeras empresas
Leemos en los hechos de los apóstoles tres relatos de la conversión de San Pablo.
Pablo está seguro de haber "visto a" Cristo como los otros apóstoles lo hicieron (I Cor., ix, 1); él mismo declara que Cristo se le “apareció” (I Cor., xv, 8) como a Pedro, Santiago o a los doce después de su resurrección.

Después de su conversión, de su bautismo y de su cura milagrosa Pablo empezó a predicar a los judíos (Hechos, ix, 19-20).

Relación con el Judaísmo
Pablo era judío.
Aparece practicando la circuncisión judía en Romanos 3:1-2, diciendo que la circuncisión no importa en 1 Corintios 3:2 y desde entonces se opuso a esta práctica para los gentiles que deseaban incorporarse al cristianismo (en oposición a lo planteado por San Pedro inicialmente).
Es denominado el apóstol de los gentiles.
Uno de los aportes mayores de San Pablo es la concepción de que el cristianismo es una Iglesia Nueva.
Los Apóstoles seguían considerándose judíos, pero Pablo establece en el Concilio de Jerusalén que los seguidores de Jesús no están bajo las leyes religiosas judías y transforma la Iglesia en algo universal que debe ser anunciada a todo hombre que pueble la tierra independientemente de su origen.
Esto le lleva a tener no pocos problemas con las primeras Iglesias cristianas que consideraban que predicarle a los gentiles y llevarlos a las sinagogas iba contra los deseos de Dios. También Jesús, según los Evangelios le puso la tarea de predicar por todo el mundo y fundó comunidades cristianas por toda Europa y medio oriente.


La cautividad (Hechos 21, 27-28. 31)
• Cuando los judíos acusaron en falso a Pablo de haber introducido a los gentiles en el templo, el populacho maltrató a Pablo, y, cubierto de cadenas, el tribuno Lisias lo echó a la cárcel de la fortaleza Antonia.
• Cuando éste supo que los judíos habían conspirado para matar al prisionero, lo envió bajo fuerte escolta a Cesárea, que era la residencia del procurador Félix.
• Pablo no tuvo dificultad para poner en claro las contradicciones de los que lo acusaban pero, al negarse a comprar su libertad, Félix lo mantuvo encadenado durante dos años e incluso lo arrojó a la cárcel para dar gusto a los judíos en espera de la llegada de su sucesor el procurador Festo.
• El nuevo gobernador quiso enviar al prisionero a Jerusalén para que fuese juzgado en presencia de sus acusadores, pero Pablo, que conocía perfectamente las argucias de sus enemigos, apeló al César. En consecuencia, esta causa podía sólo ser despachada en Roma.
• Este periodo de cautividad se caracteriza por cinco discursos del Apóstol:
• El primero fue pronunciado en hebreo en las escaleras de la fortaleza Antonia ante una multitud amenazante; Pablo relató su vocación y su conversión al apostolado, pero fue interrumpido por los gritos hostiles de la gente (Hechos, xxii, 1-22).
• En el segundo, al día siguiente ante el Sanedrín reunido bajo la presidencia de Lisias, el apóstol enredó hábilmente a los fariseos contra los saduceos con lo que no se pudo llevar adelante ninguna acusación.
• El tercero fue la respuesta al acusador Tértulo en presencia del gobernador Félix; en ella hizo ver que los hechos habían sido manipulados probando, así, su inocencia. (Hechos xxiv, 10-21).
• El cuarto discurso es una simple explicación resumida de la fe cristiana ante el gobernador Félix y su mujer Drusila (Hechos, xxiv, 24-25).
• El quinto, pronunciado ante el gobernador Festo, el rey Agripa y su mujer Berenice, repite de nuevo la historia de la conversión y quedó sin terminar debido a las interrupciones sarcásticas del gobernador y la actitud molesta del rey (Hechos, xxvi).
• El viaje del prisionero Pablo de Cesárea a Roma fue descrito por San Lucas con una viveza de colores y una precisión que no dejan nada que desear.
• El centurión Julio había enviado a Pablo y a otros prisioneros en un navío mercante en el que Lucas y Aristarco pudieron sacar pasaje. Dado que la estación se encontraba avanzada, el viaje fue lento y difícil. Costearon Siria, Cilicia y Panfilia. En Mira de Licia los prisioneros fueron transferidos a un bajel dirigido a Italia, pero unos vientos contrarios persistentes los empujaron hacia un puerto de Chipre llamado Buenpuerto, alcanzado incluso con mucha dificultad y Pablo aconsejó invernar allí, pero su opinión fue rechazada y el barco derivó sin rumbo fijo durante catorce días terminando en las costas de Malta.
• Durante los tres meses siguientes, la navegación fue considerada demasiado peligrosa, con lo que no se movieron del lugar, mas con los primeros días de la primavera, se apresuraron a reanudar el viaje.
• Pablo debió llegar a Roma algún día de marzo. "Quedó dos años completos en una vivienda alquilada predicando el Reino de Dios y la fe en Jesucristo con toda confianza, sin prohibición" (Hechos, xxviii, 30-31). Y, con estas palabras, concluyen los Hechos de los Apóstoles.