domingo, 14 de junio de 2009

Pablo y los paganos

¿POR QUÉ PREDICÓ A LOS PAGANOS?

Que san Pablo haya predicado el Evangelio a los paganos, es decir, a los no judíos, para invitarlos a entrar en la Iglesia, puede parecemos a nosotros lógico y normal. Pero no es así. Porque Jesús, el fundador del movimiento al que Pablo pertenecía, predicó el Evangelio únicamente a los judíos. Nunca se dirigió a los paganos, ni les expuso a ellos su mensaje de salvación.
¿Cómo sabemos eso? Por varias razones.
En primer lugar, porque Jesús andaba siempre acompañado por un grupo de doce hombres, comúnmente llamados doce apóstoles. Los había elegido como símbolo de las doce tribus de Israel, ya desaparecidas. Al rodearse de doce hombres, Jesús quiso transmitir a la gente el mensaje de que él había venido de parte de Dios a restaurar aquellas tribus perdidas. Ahora bien, éste era un símbolo que sólo podían entender los judíos, no los paganos. Por lo tanto, está claro que Jesús se movió únicamente en ambientes judíos.
En segundo lugar, porque aunque Jesús siempre habló del Reino de Dios, nunca explicó qué era éste, ni en qué consistía, ni cómo había que entenderlo. Lo daba por supuesto. Eso se debía a que sus oyentes, por ser todos judíos, comprendían perfectamente a qué se refería Jesús con tal expresión.
En tercer lugar, porque Pablo llama a Jesús servidor de los circuncisos (es decir, de los judíos; Rom 15,8). O sea que hasta el mismo Pablo, a pesar de tener una mentalidad abierta a los paganos, reconoce que Jesús fue servidor únicamente de los judíos, es decir, que les predicó exclusivamente a ellos.

Jesús no dio el ejemplo
Pero la mejor prueba de que Jesús anunció el Evangelio a los judíos, y no a los paganos, es que cuando los primeros gentiles comenzaron a entrar en la Iglesia, se produjo un gran escándalo. Los dirigentes cristianos debieron convocar a una asamblea en Jerusalén para debatir el tema, y analizar si los paganos podían o no ingresar. Y lo más llamativo es que, quienes defendieron la entrada de los paganos en la Iglesia, no fundamentaron su postura en que Jesús lo había permitido, sino que ellos habían recibido revelaciones privadas que lo autorizaban (Hech 11, 4-18).
Todo esto nos muestra que Jesús, durante su vida, se limitó a anunciar el Evangelio a los judíos. Por eso los primeros cristianos fueron todos judíos, y trataron de evangelizar sólo a los judíos, siguiendo el ejemplo de Jesús (Hech 2, 44-46).

¿Por qué entonces el apóstol Pablo, un buen día, se lanzó a predicar también a los paganos para invitarlos a entrar en la Iglesia? ¿De dónde sacó esa idea? ¿Qué fue lo que impulsó a aquel joven apóstol, miembro de un minúsculo grupo judío, a lanzarse a comunicar el mensaje de Jesús a los gentiles, rompiendo así con la práctica de su fundador y de toda la Iglesia primitiva?

La solución a este enigma hay que buscarla en lo que se llama "la teología de la restauración de Israel". ¿Qué era esta teología?
Para entenderla debemos tener en cuenta que, después de la muerte de Jesús, sus discípulos comprendieron que él era el Mesías que había venido a traer la salvación al pueblo judío, y que el fin de los tiempos estaba cerca. Por eso salieron por todas partes a anunciar a los otros judíos que se prepararan, porque el Mesías ya había llegado, y de un momento a otro iba a llegar también la salvación divina sobre el pueblo de Israel.

Pero san Pablo, junto con un grupo de cristianos más abiertos, llamados los helenistas (porque eran judíos que hablaban griego, en vez de hebreo), comprendió que la salvación de los judíos, es decir, la "restauración de Israel", implicaba también la incorporación de algunos paganos al grupo de los salvados, para que también éstos pudieran contemplar y admirar la gloria que le aguardaba al pueblo judío.
Esta idea, Pablo no la había inventado. La había descubierto leyendo los libros de los profetas.

En efecto, cuando leemos el Antiguo Testamento, encontramos por ejemplo que:
a) el profeta Miqueas, en el siglo VIII a.C; profetizó que al final de los tiempos los paganos participarán de la gloria futura del pueblo judío (Mi 4);
b) más tarde, en el siglo V a.c, un profeta anónimo, al que suele llamarse el Tercer Isaías, también predijo que -en los últimos días Dios iba a aceptar a algunos extranjeros junto con las tribus de Israel (Is 56, 1-8);
c) otro profeta desconocido, contemporáneo del Tercer Isaías, había reconocido que los paganos no estaban excluidos de la salvación de Israel (Is 60, 3-7.10-l 4);
d) por esa misma época, un predicador inspirado vaticinó que Dios iba a reunir a algunos extranjeros para que se salvaran junto con el pueblo de Israel (Is 66, 18-24).

Todas estas profecías le mostraron a Pablo desde el primer momento de su fe cristiana, que el plan de Dios para los últimos tiempos tenía dos etapas: 1) que todos los judíos aceptaran a Jesús como el Mesías salvador; 2) que algunos paganos también creyeran en Jesús, para acompañar a los judíos en la futura salvación.
Cuando Pablo tomó conciencia de estas ideas, se dio cuenta de que toda la Iglesia, especialmente en Palestina, estaba abocada a predicar el Evangelio únicamente a los judíos. O sea, se estaba llevando a cabo sólo una parte del plan divino. Es cierto que así realizaba la misma labor que había hecho Jesús. Pero Pablo comprendió que, en esta nueva etapa de la historia, Dios quería otra cosa: que también algunos paganos conocieran al Mesías, y entraran en la salvación.
Fue por eso que el apóstol sintió desde un comienzo el llamado para dedicarse a cumplir el otro aspecto del plan: anunciar el Evangelio a los gentiles para que el proyecto de Dios se realizara completamente.

Pablo, pues, junto a otros misioneros, se lanzó a una carrera desenfrenada por conseguir fieles que procedieran del paganismo, antes de que llegara el fin de los tiempos. Por supuesto, también procuró en su marcha predicar a los judíos. Pero su misión específica era reunir paganos para que entraran en la Iglesia (Gal 1, 5-16).
Según lo entendía Pablo, no era necesario llegar a todos los paganos. Sólo hacía falta un cierto número, que ya estaba fijado previamente por Dios, para acompañar a los judíos en la futura salvación.
Así se explica el comportamiento tan especial que mostró Pablo como misionero al comienzo. En efecto, vemos cómo corría desordenadamente de un lado a otro, fundando comunidades pequeñas, saltando luego a otra ciudad, y dejando la tarea de bautizar a sus ayudantes (1 Cor 1, 17).

Con esos viajes más bien "relámpago", y catequizando a unos cuantos en cada lugar, Pablo sintió que cumplía la misión especial encomendada por Jesús. No importaba que los evangelizados fueran pocos. De hecho, los miembros de sus comunidades cristianas no sumaban ni el 0,5 % de los paganos del imperio romano. Pero para Pablo eran suficientes para componer el grupo que debía incorporarse al pueblo de Israel, en ese tramo final de su salvación.

Sin embargo, en cierto momento de su carrera Pablo advirtió que algo no funcionaba bien. Le llegaban noticias (y él mismo lo comprobaba) de que los judíos se negaban a creer en Jesús. En cambio los paganos sí aceptaban la fe y entraban en la Iglesia en masa. Parecía que el plan de salvación de Dios estaba fracasando en su primera parte.
Esto para Pablo constituía un grave problema. ¿Cómo era posible que la sección central del proyecto divino saliera mal? ¿Qué sentido tenía ahora seguir evangelizando a los paganos, si los judíos no iban a poder conseguir la salvación?
El apóstol se puso a revisar otra vez el plan de Dios. Y entonces cayó en la cuenta de que el propósito divino era más profundo de lo que él había sospechado. El objetivo no era que unos cuantos paganos se bautizaran, para acompañar al pueblo judío en su salvación final, sino que todos los paganos se bautizaran y aceptaran a Jesucristo. Recién entonces los israelitas, llenos de celo, aceptarían también en masa a Jesús, y así llegaría la esperada salvación para todos los hombres.
Al ir descubriendo estas nuevas ideas, Pablo comprendió que le aguardaba una misión más extensa de la que se había imaginado hasta ese momento. Un territorio inmenso, poblado de paganos, esperaba ahora el anuncio del Evangelio.
Ante este panorama, tomó la decisión de abandonar Oriente, donde había trabajado todo ese tiempo fundando comunidades cristianas, y resolvió viajar al otro extremo del imperio, a Occidente, para empezar una nueva labor en esa parte del mundo. Creyó que lo mejor sería hacer primero una escala en Roma, y desde allí, con el apoyo técnico y logística de los cristianos locales, lanzar una gran misión evangelizadora que pudiera llegar hasta la misma España.
Con estos pensamientos en su mente, a principios del año 57 Pablo escribió una carta desde la ciudad de Corinto, a los cristianos de Roma, anunciándoles que iba a ir a visitarlos pronto, para que lo ayudaran en la nueva labor que quería desarrollar en Occidente (Rom 15,22-29).
Pero antes de notificarles el motivo de su carta, y para que lo entendieran mejor, les expuso en tres largos capítulos las ideas que había descubierto sobre el plan de Dios (Rom 9-11).
Comienza reconociendo que siente una gran tristeza por sus hermanos de raza, los judíos, que 00 han querido aceptar a Jesús como el Mesías (Rom 9, 1-5). Pero eso no significa que la Palabra de Dios haya fallado (Rom 9, 6). El fracaso del plan divino se debe a los mismos israelitas, que han preferido seguir su propio camino de salvación (Rom 9, 30-10,21).
Ante esto, Pablo se pregunta: ¿Entonces Dios ha rechazado a su pueblo? (Rom 11, 1). Y responde enérgicamente que no. Que Israel sigue siendo el pueblo elegido por Dios. Y les revela el nuevo plan que él ha descubierto: Hermanos, no quiero que ignoren este secreto del plan, para que no se crean sabios. Lo que le ha sucedido a Israel es sólo un el endurecimiento parcial. Y durará hasta que hayan entrado (en la Iglesia) todos los gentiles. Recién entonces, todo Israel se salvará (Rom 11, 25).

Pero eso no fue lo único que Dios le reveló a Pablo. También le mostró que, en esta nueva etapa del proyecto, había que facilitar al máximo las condiciones de ingreso a los gentiles. No se les podía exigir que cumplieran la inmensa y complicada legislación judía, con sus cientos de normas, algunas de las cuales a veces ni los judíos lograban cumplir. Comprendió, así, que bastaba con que creyeran en Jesucristo, y que llevaran una vida digna de él, para que fueran considerados miembros de la Iglesia. Con ello, estaban liberados de cualquier otra norma.
Una vez que Pablo recibió esta revelación sobre los paganos, inspirado nuevamente por Dios, se dio cuenta de que si éstos estaban libres de las innumerables leyes de Moisés, sería injusto exigirles a los judíos que ellos sí las cumplieran para poder salvarse. ¿Acaso no era el mismo Jesús el que salvaba a judíos y paganos? ¿Por qué hacer esa desfavorable diferencia en detrimento del pueblo elegido, imponiéndole una carga tan pesada?
De ese modo, Pablo completó la que sería su más grande revelación, y su tesis más revolucionaria: que con la llegada de Jesús, tampoco los judíos estaban obligados a cumplir la ley de Moisés. Ni siquiera la circuncisión, considerada como el signo fundamental de la religiosidad hebrea, era ya requisito indispensable para formar parte del pueblo de Dios y salvarse. Lo que Dios queda ahora era el cumplimiento de una nueva ley, ya no ritual, sino ética: la ley del amor.
La defensa de este plan fue expuesta magistralmente por Pablo en otra carta suya, dirigida a los Gálatas.
De este modo el proyecto divino, que Pablo había descubierto al principio para admitir a los paganos en la 19lesia, fue finalmente comprendido en su totalidad por el apóstol. Y gracias a su brillante capacidad teológica, tanto judíos como paganos terminaron hermanados en el mismo y Único plan de salvación.

Pablo no fue un iluminado, que de manera directa e infusa recibió indicaciones del cielo para guiar desde el principio y de modo certero a la Iglesia. Fue un hombre preocupado por el Evangelio, que con honda inquietud vio cómo éste no terminaba de ser aceptado por la gente. Entonces, ante las dificultades halladas en su apostolado, trató de meditar sobre el plan divino y descubrir qué era lo que Dios realmente le pedía en esos momentos de la historia.
Al principio de su misión, creyendo haber comprendido la voluntad de Dios, se lanzó a anunciar el Evangelio a algunos paganos, para que acompañaran a los judíos en su futura salvación.
Pero en un segundo momento, al advertir que los judíos se negaban a reconocer el cristianismo, llegó a un descubrimiento más hondo del plan. Dios en realidad había dispuesto que se predicara el Evangelio a todos los gentiles. y cuando éstos hubieran entrado en la Iglesia, recién entonces, llenos de celo y envidia, ingresarían también los judíos.
Junto a esta nueva revelación, entendió también que Dios pedía para los paganos unas condiciones de ingreso diferentes, exigiéndoles sólo la fe en Jesucristo. No hacía falta ya imponerles las leyes judías.
Finalmente, llegó a la convicción de que Dios tampoco pedía a los judíos que cumplieran las leyes de Moisés para salvarse. Se salvaban sólo con la fe en Jesucristo.
Este "'evangelio" fue precisado y completado por Pablo durante años de maduración, por medio de reflexiones y noticias sobre Jesús, tanto propias como del grupo cristiano que trabajaba con él.

No seguir con planes viejos
Nunca terminaremos de admirar la grandeza de Pablo. Su profunda intuición teológica, su audacia para descubrir los planes de Dios, su valentía para aplicarlos en la Iglesia, y su coraje para enfrentar a quienes se oponían a él, lograron hacer de una modesta corriente religiosa una colosal Iglesia universal, capaz de ofrecer la salvación a todos los hombres del mundo.
Es que, como decía el mismo Pablo, ¡Los designios de Dios son insondables, y sus caminos inescrutables! (Rom 11, 33). Por eso, de vez en cuando conviene que la Iglesia también revise lo que supone que son "los planes definitivos de Dios". Quizá los haya comprendido parcialmente. Tal vez hace rato que Dios nos esté mostrando mejor sus designios, y nosotros aún los estemos entendiendo de manera incompleta. Y quizá, por seguir ateniéndonos a una comprensión anticuada de los "planes de salvación", estemos dejando fuera a hermanos que tendrían que entrar en la comunidad.
La osadía de un teólogo, y la de muchos otros misioneros que se adhirieron a sus ideas, sirvió para que hoy millones de personas formaran parte de la Iglesia. De igual modo la valentía de algunos teólogos contemporáneos, que se animan a proponer nuevas profundizaciones al camino de salvación para la humanidad, y el esfuerzo de los cristianos que los acepten, termine algún día abriendo las puertas de la comunidad cristiana a muchos hombres, que aún aguardan su voz maternal y misericordiosa invitándolos a la salvación.

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