martes, 15 de septiembre de 2009

Unción de los enfermos

Jesús sana y salva

"Si Dios es bueno, ¿cómo me puede hacer sufrir tanto? Así se cuestiona más de uno. Y otros piensan que Dios les "mandó una enfermedad para castigarlos”.

Los hombres hasta hoy no hemos encontrado una respuesta totalmente satisfactoria a la pregunta: "¿De dónde viene el sufrimiento?" Pero la Biblia nos hace descubrir el sentido del mal, del sufrimiento y de la enfermedad, dentro del plan de Dios. Y por medio de su Hijo Jesús, Dios Padre nos mostró que no quiere el mal y el sufrimiento, sino lo bueno y nuestra salud. Dios quiere que seamos felices y libres de todo dolor y enfermedad.


JESÚS Y LOS ENFERMOS
Jesús entendió como su misión: llamar a los pecadores y sanar a los enfermos (Mc.2, 17). Contestó a los enviados de Juan Bautista, los que le preguntaron si era Él quien debía venir: "'Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres” Lc.7, 22.

La curación de Jesús es de toda la persona. Jesús cura el cuerpo y el alma, y sólo pide una condición: la fe.
Por otro lado, Jesús da un sentido nuevo a nuestros sufrimientos. Podemos decir que el Evangelio nos da un doble mensaje:
- por una parte debemos pedir con fe y con perseverancia la curación
- Por otra, debemos, si es la Voluntad de Dios, asociamos al plan misterioso de Salvación, llevando nuestra cruz tras los pasos de Cristo.

Jesús cura a los enfermos no solamente por compasión, sino para demostrar al mundo la grandeza de Dios y la llegada de la Salvación. La fuerza divina ya está actuando en el mundo, y un día vencerá totalmente el dolor y la muerte.

LOS APÓSTOLES Y LOS ENFERMOS

Jesús eligió a los Apóstoles y les dio la misma autoridad y el mismo poder que Él había recibido del Padre. Los mandó a proclamar el Reino de Dios y les dio poder para sanar a los enfermos (Lc.9, 1- 3).

Los Apóstoles enviados por Jesús ungieron a los enfermos con aceite y los curaron (Mc.6, 13).
Después de la muerte y la Resurrección de Jesús continuaron la misma misión que el Señor les había transmitido. El Apóstol Santiago, en su carta, exhorta a los cristianos a llamar a los presbíteros (sacerdotes) de la Iglesia cuando hay un enfermo, "para que oren por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. " Santiago 5,13-15.

LA IGLESIA Y LOS ENFERMOS
Fiel al mandato de Jesús, también hoy la Iglesia sigue preocupándose por la salud espiritual y corporal de los enfermos. La Iglesia hace suya la misericordia y el amor de Cristo para con los que sufren.
Con la celebración del Sacramento de la Unción de los enfermos le asiste al enfermo en su tiempo de prueba y lo une a Cristo quien lo reconforta y lo acompaña en el sufrimiento.
Durante los ocho primeros siglos cristianos, la Unción de los enfermos fue considerada como rito de curación para toda clase de enfermedad. Fue sólo en el siglo 19 que se convirtió en el sacramento de la muerte. Gracias a Dios, el Concilio Vaticano II nos volvió a colocar en la tradición secular de la Iglesia, insistiendo en que la Unción de los enfermos es un Sacramento de curación.
El Sacramento de la Reconciliación es otro Sacramento de curación.
El pecado, los sentimientos de culpa y la no-conciliación nos hacen enfermar. Por medio de este Sacramento la Iglesia ha perdonado siempre los pecados y procurado la re-conciliación, el volver a Dios y a los hermanos.
En el Ritual y el Misal de la Iglesia hay oraciones para toda clase de necesidades: curación de enfermedades, liberación de las fuerzas del mal, protección contra cualquier adversidad. Señalamos particularmente la Misa por los enfermos.
La Iglesia no se contenta con pedir la paciencia en la prueba, ni con dar un sentido redentor al sufrimiento; hace que sus hijos oren por su curación.

EL SICNIFICADO DEL SACRAMENTO DE LA Unción DE LOS ENFERMOS

1. JESÚS VISITA AL ENFERMO.
Jesús Resucitado, vencedor de la enfermedad y de la muerte, también hoy se preocupa por los enfermos como lo hizo en el tiempo de su vida pública en Palestina. Pero ya no se presenta en cuerpo físico visible, sino actúa por medio del Sacramento. En la Unción de los enfermos, Cristo, en la persona del sacerdote, visita al enfermo. Este Sacramento, como todo Sacramento, es pues un verdadero ENCUENTRO CON EL SEÑOR, quien acompaña al enfermo con su misericordia en un momento difícil de la vida.

2. JESÚS-PERDONA LOS PECADOS AL ENFERMO.
Los “perdidos” son los preferidos de Cristo. Porque "no son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” Lc 5, 31. Jesús ante todo, busca sanar la enfermedad del hombre en la raíz: al arrepentido le perdona los pecados y le devuelve la amistad con Dios. Estar en paz con Dios es el primer paso para lograr la salud. Por eso, Jesús quiere sanar primero el espíritu y luego el cuerpo.

3. JESÚS FORTALECE Y ALIVIA AL ENFERMO.
Dice Jesús: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré." Mt.11, 28.
Iluminado por la fe e incorporado a Cristo que venció todo mal, el enfermo recibe fuerza y ánimo para luchar contra su enfermedad. La esperanza en la victoria final junto a Cristo le da valor para salir victorioso de la prueba. El Señor nos dice: "Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad” 2cor12, 9. Y con San Pablo queremos contestar: "Me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte." 2Cor.12, 9.10.

4. LA SANTA Unción ES SIGNO DE FE Y ESPERANZA
El Sacramento de la Unción ayuda al enfermo a reavivar y profundizar su fe. Mirando a Cristo que aceptó el sufrimiento y la muerte para llegar así a la Vida gloriosa, el enfermo comprende mejor el sentido de su propio sufrimiento.
Se fortalece su esperanza, porque confía en que, al participar en el sufrimiento de Cristo, llegará también a la gloria de Cristo. Es como si oyera a Jesús: “¡No tengas miedo, yo estoy contigo. Si sufres conmigo, llegarás también conmigo al cielo!”
Unido a Cristo en sus sufrimientos y aceptando sus dolores, el enfermo colabora en la salvación del mundo. Así se hace acreedor de la promesa de Jesús, quien ofrece la Vida Eterna a todos los que colaboran con Él.

5. LA IGLESIA-SE SOLIDARIZA CON EL ENFERMO
Al celebrar el Sacramento de la Unción, la Iglesia expresa su solidaridad con su miembro enfermo, preocupándose por su salud tanto espiritual como corporal. El hermano enfermo no está solo ni queda abandonado. Cuenta con la presencia de la comunidad que sufre con él y que busca animarlo y acompañarlo. Como en el cuerpo humano, también en la Iglesia todos los miembros deben ser mutuamente solidarios: "¿Un miembro sufre ?Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría."1cor.12, 26.

LA SANTA Unción ES UN SACRAMENTO PARA LOS ENFERMOS
Ya el nombre: “Unción de los enfermos” indica y todo lo que hemos dicho arriba pone bien en claro que se trata de un Sacramento PARA LOS ENFERMOS.
Cuando un católico cae en una grave o peligrosa enfermedad o se pone muy débil por su vejez, los familiares, contando con el acuerdo del enfermo, deben LLAMAR AL SACERDOTE A TIEMPO, Y no esperar hasta el último momento.
Entonces queda lugar para AVISAR A TODA LA COMUNIDAD (por lo menos a los familiares, vecinos, amigos...) para que asistan a la Celebración del Sacramento.

La Unción de los enfermos no es tanto un sacramento para los moribundos como para "arreglar la vida" antes de morir. Tampoco es un rito mágico que convierte al enfermo automática mente en ángel. No es tampoco un mensajero de la muerte como si el enfermo que lo recibe tuviera que morir después. Tampoco puede considerárselo como último remedio milagroso para sanar el cuerpo cuando todos los demás remedios ya no sirven. La Unción no sustituye la medicina, ni el sacerdote que la administra reemplaza al médico.
EL SACRAMENTO DE LA Unción Y LA SALUD CORPORAL
La Santa Unción une en primer lugar al enfermo a Cristo crucificado y Resucitado. Así lo puede ayudar al enfermo a curarse también corporal mente.
Sabemos que hay una íntima relación entre el espíritu y el cuerpo.AI sanar la enfermedad espiritual (perdón de los pecados, nueva amistad con Dios), las angustias e inquietudes pueden desaparecer.

Luego la paz interior recuperada da lugar a una curación acelerada.
Hay una serie de enfermedades causadas por pensamientos y afectos desordenados de la persona originados muchas veces en etapas de la vida pasadas. Estas son las enfermedades psicosomáticas. La persona se cura reordenando su vida, encontrando así una buena relación con Dios, con los demás y consigo mismo.
Una persona se enferma cuando vive mal. En tal caso se cura volviendo al buen camino. No se trata de un milagro, sino sencillamente es un volver a encontrar el equilibrio natural.AI curarse espiritualmente desde su interior se puede curar también el cuerpo.
Entonces con el Sacramento de la Unción primero se trata de fortalecer la salud espiritual, y luego, como consecuencia, puede producirse también un mejoramiento en la enfermedad del cuerpo.
Con todo no quedan excluidos verdaderos milagros. Ante todo en lugares donde es venerada de un modo particular la Virgen María (Lourdes, Fátima, etc.) ocurren curaciones realmente milagrosas comprobadas por equipos internacionales de profesionales no-católicos.
Pero ¡siempre vale más ganar la Vida Eterna que algunos años más en esta tierra!


¿QUIÉN PUEDE RECIBIR EL SACRAMENTO DE LA Unción?
El nombre de "Unción de los enfermos" ya indica que es un Sacramento para los ENFERMOS. Para determinar la gravedad de la enfermedad basta con tener un parecer prudente o probable, sin dar lugar a escrúpulos. Si hay un médico, él dirá si la enfermedad es grave o no.
Por consiguiente pueden recibir el Sacramento de la Unción:
* Todos los fieles que padecen de una enfermedad considerada como grave o peligrosa;
* También las personas, antes de someterse a una operación quirúrgica, cuando el motivo de la operación sea una enfermedad peligrosa;
* Los ancianos muy débiles por la vejez aun cuando no manifiestan una enfermedad peligrosa;
* Los niños gravemente enfermos cuando tengan el suficiente conocimiento para recibido.
* La administración del Sacramento de la Unción se puede repetir cuando el enfermo cae nuevamente en la enfermedad o si durante la enfermedad prolongada el peligro se hace más serio.
* También en caso extremo, como en un accidente, cuando se duda si la persona ya está muerta, se le puede aplicar la Unción bajo condición.
(Ritual para la Unción de los enfermos).

Reconciliación

Empezar de nuevo…

"Confesarse”; "hacer penitencia”; son palabras que no nos resultan muy agradables. Hoy mucha gente se confiesa menos que antes. Pero se puede palpar también que muchos tienen ganas de confesarse en serio.
Todos tenemos pecados; pero si nuestra conciencia está ciega no los vemos. Para darse cuenta de que uno es pecador y para poder reconocer los propios pecados, hay que educar y formar su conciencia moral, de acuerdo a los criterios del Evangelio. Hay que preocuparse por descubrir qué es el pecado.




Yo no tengo pecado
"Yo no tengo pecados”: Claro que a una persona que piensa así, es inútil hablarle de la Confesión o de cosas parecidas. Sería como decirle a una persona que se siente sana, que tiene que ir al médico. Pero las frases siguientes, por ser Palabra de Dios, tendrían que hacernos pensar: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros." 1JN 1,8 "Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar a Dios por mentiroso, y su palabra no está en nosotroS."1JN 1,10. Y la Biblia dice también que hasta
"el justo" cae muchas veces. Ver Prov.24, 16. Y San Pablo afirma que todos estamos sometidos al pecados, recordando: ''Así lo afirma la Escritura: No hay ningún justo, ni siquiera uno” Rom.3, 10.

Todo hombre sano tiene en su interior esa voz que llamamos conciencia moral, que le dice lo que está bien y lo que está mal. La conciencia es como el ojo. Si una persona es ciega o cierra los ojos, puede decir que no ve ningún color, aunque tenga el arco iris delante. Los colores están ahí, pero esa persona no los ve, no se da cuenta. Con el pecado sucede lo mismo.

¿QUÉ ES El PECADO?
Dios tiene un grandioso plan conmigo y con el mundo. Quiere que sea un mundo cada vez mejor. Pecado es oponerse a este plan de Dios, es no colaborar en la construcción de un mundo nuevo, donde haya más comprensión, más amor. PECADO ES NO HACER EL BIEN. Pecamos cada vez que nos quedamos con los brazos cruzados y no damos una mano en pequeñas y grandes cosas. En realidad hay un solo pecado que es: NO AMAR.

Los pecados son como los síntomas de esa única enfermedad: falta de amor. Porque si uno quiere a una persona, no le roba, no le miente, no le entristece, no habla ni piensa mal de ella, y menos la mata, sino va a ayudarla en todo lo posible.

¡Cuánto más ames, descubrirás más tu falta de amor!

Lo peor no es tanto cada acto malo tomado aisladamente, sino más bien la actitud interior que nos lleva a cometer esos actos. Una "mentirita" puede no tener importancia pero sí la tiene la falta habitual de sinceridad.


Pecando no sólo nos negamos a construir un mundo según el plan de Dios sino también debilitamos y hasta podemos llegar a destruir completamente nuestra relación con Dios y con el prójimo. En el lugar de la hermandad que debería reinar entre los hombres, ponemos odios, violencia, envidias, celos, rencores, acusación, división. En lugar de vivir en amistad con Dios rompemos la comunión con Él, nuestro Creador y única fuente de Vida y felicidad. De ese modo perdemos la armonía interior y nos condenamos a nosotros mismos a vivir en soledad. Así que el pecador rompiendo los lazos con Dios y sus hermanos se castiga a sí mismo. Por ejemplo, el que miente va a perder poco a poco la confianza de los demás.
Y cuando decimos que Dios castiga al pecador, estamos hablando de un Padre que castiga a su hijo para corregirlo.
No es fácil amar. No nos alcanzará toda la vida para amar como hijos y hermanos. Por eso siempre necesitamos ser perdonados. Ser perdonado es cambiar, convertirse.
Toda la vida del cristiano ha de ser un camino de penitencia, o sea, de RETORNO CONSTANTE A DIOS Y AL HERMANO.
Ahora usted comprende que si mañana va a confesar y le dice al sacerdote que hace una semana que no le habla a su esposa, aunque el sacerdote le dé la absolución, usted no está perdonado si no quiere a su mujer y le habla con cariño.


El amor cubre todos los pecados
Hay muchos caminos de recibir el perdón, especialmente para "los pecados de cada día':
Todo lo que nos hace más "unos con otros”, más "Iglesia”, es fuente de perdón. "El amor cubre todos los pecados."1Pe 4,8
Los caminos de reparar el daño causado son caminos de perdón, porque nos unen más. En el Padrenuestro pedimos a Dios que nos perdone nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. El breve rito de la reconciliación que abre la Santa Misa purifica nuestro corazón. La lectura, la atenta escucha y la meditación de la Palabra de Dios nos da el perdón. La participación en la Santa Misa, re-unión de hermanos por excelencia, es también fuente de perdón en grado sumo. Y no es casualidad que el Sacramento que abre el acceso a la comunidad de la Iglesia -el Bautismo- sea también el baño que limpia todos los pecados.
El gran Sacramento del Perdón es el Sacramento de la Penitencia o Confesión, llamado también SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN.
El Señor dio a su Iglesia el poder de perdonar en su nombre: "Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan." Jn.20, 23. Es lo que San Pablo llama el ministerio de la reconciliación. Que podamos confesarnos es algo grande y admirable.

"SUS PECADOS, SUS NUMEROSOS PECADOS, LE HAN SIDO PERDONADOS, PORQUE HA DEMOSTRADO MUCHO AMOR." (Lucas 7,36-50).

¿CUÁNDO TENGO QUE CONFESARME?

Cada uno puede hacerlo cuando lo necesita. Cuando una persona rompió gravemente la amistad con Dios y el prójimo (pecado grave o mortal), lo mejor es confesarse cuanto antes, como cuando uno tiene una enfermedad grave trata de ver con urgencia al médico. Mientras espera el momento de confesarse puede reconciliarse interiormente con Dios y con los hermanos, arrepintiéndose en serio por lo que hizo y volviendo a querer a las personas que ofendió. Quien ha cometido un pecado grave no debe recibir la Santa Comunión mientras no se haya confesado. (En el caso de que sea imposible encontrar a un sacerdote, basta para poder comulgar que uno se arrepienta y
Se proponga sinceramente recibir la absolución sacra mental en la próxima oportunidad).

El que es consciente sólo de pequeñas faltas (pecados veniales) no tiene obligación estricta de confesarse. Pero de vez en cuando conviene detenernos en la ruta y repasar, mapa en mano, el camino recorrido, para darnos cuenta de equivocaciones, y no ir acostumbrándonos a esos pecados, aunque sean pequeños, y de a poco caer en otros mayores. Aquel que no va periódicamente al dentista, tiene que contar con que el día de mañana será necesario un tratamiento de raíz.

Conviene confesarse especialmente en CUA-RESMA, también en Adviento y en víspera de unirse en Santo Matrimonio y del Bautismo o de la Primera Comunión de un hijo o ahijado, o de otro acontecimiento importante.

Algunos están acostumbrados a confesarse con frecuencia, antes de cada Misa. Si alguien lo hiciese por escrúpulos, mera costumbre y con rutina, no es de aconsejar. No se trata de "sacar un boleto" para comulgar, pero sin comprometerse a cambiar su vida en nada.


CELEBRACIÓN COMUNITARIA DE LA Reconciliación

Hoy redescubrimos el CARÁCTER COMUNITARIO DE LA Reconciliación. Somos más conscientes de que ser perdonados es no sólo reencontrarse con Dios sino también con los hermanos. Tiene también la ventaja de que la preparación común puede liberar a muchos de una idea estrecha y falsa del pecado, que tal vez arrastren desde su juventud. Ayuda a formar la conciencia según criterios del Evangelio. Todos quedan invitados a participar en esas Celebraciones del Sacramento de la Reconciliación que se realizan periódicamente en las parroquias y a acercarse con plena confianza a la Confesión. No hay pecado que Dios no perdone. Y usted experimentará paz.


¿COMO ME CONFIESO BIEN?

Jesucristo no prescribió los sacramentos en todos sus detalles. De hecho, a lo largo de la historia, la Iglesia iba cambiando la manera de celebrar el Sacramento de la Reconciliación, pero lo esencial sigue siendo lo mismo.


1.- RECONOCIMIENTO DE LOS PECADOS: Para conocer nuestros pecados hacemos lo que comúnmente llamamos "EXAMEN DE CONCIENCIA". Tratamos de ver todo lo que nuestra conciencia recuerda como pecado. Esto no quiere decir que tenemos obligación de rompemos la cabeza para recordar y confesar todos los "pecaditos". Lo que no debemos callar son los pecados graves. De entre los pecados veniales conviene elegir algunos los que nos parecen que perjudican más a los otros y a nosotros, o aquellos de los que nos sentimos más arrepentidos.
Confesando pocos pecados y tratando de penetrar hasta la raíz de ellos (actitud interior mala), es más fácil tomar en serio la decisión de hacer algo para cambiar de veras.

2.- ARREPENTIMIENTO POR LOS PECADOS: Todo el rito de este Sacramento no tendrá sentido para quien no se arrepienta, para quien no se convierta interiormente. El arrepentimiento es algo más que angustia, malestar, amargura o "quebrantos". Es el dolor de haber violado el amor de Dios y roto los lazos de hermandad.

3.- Decisión DE CAMBIAR
Si damos los dos pasos anteriores, nace sola la decisión o el propósito de cambiar nuestra conducta. No basta sentir un deseo general de ser mejores, porque esos deseos podemos tenerlos mucho tiempo, y mientras tanto ¡seguimos obrando siempre igual! Se trata de ver CONCRETAMENTE en qué y cómo vamos a cambiar nuestra vida.
Esto no significa que si después volvemos a caer en el mismo pecado tengamos que desanimamos o pensar que nos habíamos confesado mal. A pesar de toda nuestra buena voluntad seguimos siendo débiles y en toda la vida no acabaremos de salir del todo del pecado.

4.- Confesión DE LOS PECADOS: Así preparados podemos acercamos al sacerdote para confesar NUESTROS pecados (¡no los de los vecinos!). El sacerdote es un delegado de Cristo y un representante de la Iglesia que nos expresa visiblemente el perdón de Dios y de nuestros hermanos.

5.- Manifestación DE ARREPENTIMIENTO: Pecando rompemos el plan de Dios, causamos un desorden y hacemos un daño. Y es normal que uno tiene que hacer algo para arreglar esa situación. No es más que justo. ¿No le parece?
Si yo le robo a usted plata, y después voy a visitarlo para pedirle perdón, ¿qué hará usted? ¡Me dirá que le devuelva su dinero! ¿o no?
Además, la "penitencia" nos ayuda a comenzar a cumplir la decisión de cambiar la conducta. Si usted confiesa que es muy apegado al dinero, podría proponerle al sacerdote que le dé como "penitencia" ayudar a una persona pobre. O si nunca reza, que lea alguna página de la Biblia. Así la confesión le irá ayudando a que su vida sea cada día un poco más conforme al Evangelio.

6.- Absolución: "Absolver" quiere decir "desatar". Usted estaba como atado por sus pecados y Dios lo libera desatándolo. Usted queda reconciliado con Dios, su Padre, y con los hombres, sus hermanos. Esto debería ser motivo de alegría y acción de gracias a Dios por su gran bondad.


¿Por qué confesar mis pecados a un hombre como yo?
El sacerdote es un hombre como todos. Es cierto. Él también es un pecador que necesita ser perdonado. Pero ¿rechazaría usted un tesoro porque no le gusta quien se lo entrega? ¿Y no le parece que Jesús simplificó las cosas al hacerlo así? La Iglesia es una familia, y TODO pecado afecta de alguna manera a todos sus miembros. Y cada uno ocupa SU lugar en esta comunidad. Lo que él destruye causa una herida al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y como nadie puede reemplazar ningún otro en su lugar, deja lo que uno no construye, un vacío en la comunidad y perjudica a todos. ¡Piense, si tuviéramos que ir a buscar a todos los miembros de la Comunidad, la Iglesia, para reconciliamos y pedir perdón a cada uno! Como todo buen padre, Dios quiere que no sólo vivamos en amistad con Él, sino también que todos sus hijos nos queramos y nos reconciliemos entre nosotros. Piense en la SEGURIDAD que nos da el escuchar una voz que nos dice con palabras humanas, en nombre de Dios y en representación de la Iglesia entera: "Tus pecados están perdonados. Puedes irte en paz."

lunes, 14 de septiembre de 2009

Los Signos de la Eucaristía

Los cristianos de hoy tenemos un gran desafío: lograr unir nuestros profundos deseos espirituales con lo que hacemos en la misa. Es importante crecer para llegar a expresar en los signos, gestos y momentos de la misa eso que llevamos dentro.
Para ello, hay que descubrir que en realidad una verdadera espiritualidad sólo puede vivirse en contacto con las cosas externas, y nunca puede encerrarse en la intimidad y en la soledad.
De hecho, enseña la Palabra de Dios que "el que no ama al hermano que ve no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). Dios eligió un camino "encarnatorio" para llegar al hombre camino que llegó a su plenitud en la encarnación de su Hijo. Eso implica también que Dios habitualmente llega a cada uno de nosotros a través de signos externos y sensibles.
Hay muchas cosas en el mundo exterior que nos hablan de Dios y que son un llamado suyo. En este sentido, san Buenaventura enseñaba que el ideal no es pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino lograr encontrar también a Dios en las criaturas exteriores: "El hombre perfecto no es el que sólo encuentra a Dios en la intimidad, sino el que también puede encontrarlo en el mundo exterior. San Francisco era un buen modelo, porque "degustaba en los seres creados, como si fueran ríos, la misma Bondad de la fuente que los produce".
Recordemos que Jesús se detenía ante las personas y las cosas con toda su atención. No era sólo una atención intelectual, sino una mirada de amor:
Jesús fijó en él su mirada y le amó (Mc 10, 21). Vio a una mujer que ponía dos pequeñas monedas de cobre (Lc 21, 2).
Además, Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención, a contemplar las cosas y la vida, a percibir el mensaje de la naturaleza:
Fíjense en los pájaros... Miren los lirios (Lc 12,24.27).
Alcen los ojos y miren los campos (On 4,35). Dios llega a nosotros a través de signos externos que nos hablan de él. Por eso la espiritualidad no consiste en un recogimiento dentro de nosotros mismos, escapando de todo lo externo. Hay personas que desprecian las imágenes, las velas, y todo lo sensible, porque creen que tienen una espiritualidad superior. Pero tarde o temprano se quedan sin espiritualidad y terminan arrastrados por las cosas del mundo. El monje Anselm Grun ha explicado el valor de los "rituales" personales. Estos ritos son una necesaria expresión exterior, porque reflejan el amor a Dios y ayudan a recuperar el sentido profundo y gozoso de la actividad cotidiana:
Reacciono alérgicamente cuando alguien sueña con amar mucho a Dios, pero en su vida concreta no se hace visible nada de ese amor a Dios... Si nuestra relación con Jesucristo es auténtica, se ve por la organización que se hace del día, y para ello las primeras horas de la mañana son decisivas. Los rituales matutinos deciden ... si lo que nos mueve son los plazos fijados para nuestras tareas o si ponemos todo cuanto hacemos bajo la bendición de Dios ... Un ritual matutino que motive para el día de hoy despierta las energías que se encierran en cada uno de nosotros.
La fe no puede sostenerse mucho tiempo en el aire, sólo con los pensamientos y los sentimientos. Necesita esos signos. De otra manera, terminan arrastrándonos los signos de la televisión y de la sociedad consumista y erotizada. Pero lo más importante es que podamos valorar y vivir los signos de la oración comunitaria, y sobre todo de la misa, que es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida cristiana.
¿Por qué no descubrir a Dios en el templo, en el altar, en las flores, en los vestidos litúrgicos, en el incienso, en los gestos de la misa, en las ofrendas, en la lectura de la Palabra, en los hermanos que forman la asamblea, y sobre todo en la presencia eucarística? Ese es el gran desafío.
Por eso es mejor no engañarme creyendo que yo sé dónde encontrar a Dios o que yo sé cómo vivir la espiritualidad. Es mejor creerle al Señor que me habla del valor inmenso que tiene la oración comunitaria, y aceptar los signos que la Iglesia me ofrece. La oración más excelente es la misa, porque allí le ofrecemos al Padre Dios, como asamblea, lo más inmenso: su propio Hijo hecho hombre, presente sobre el altar.
Hay que descubrir y gozar el sentido de la asamblea reunida, de la entrada, de las ofrendas, de los gestos (parado, sentado, arrodillado), de los colores; tratar de encontrar el mensaje del Señor en las lecturas, tratar de comprender lo que se dice en las oraciones que lee el sacerdote y hacerla mío, etc. Allí está toda la riqueza del lenguaje de la misa.
A continuación veremos cuáles son los principales signos de la misa, y en el capítulo siguiente cuáles son los gestos y las acciones que se realizan en la celebración. Este recorrido nos ayudará a encontrar el sentido profundo de todo esto, para que podamos gozarlo y vivirlo en cada misa.

1. El templo y sus imágenes
El templo es como un monte santo y una casa de oración donde el Padre Dios quiere alegramos: "Yo los traeré a mi monte santo y los alegraré en mi casa de oración... Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos" (Is 56, 7).
Los templos cristianos están llenos de signos que nos ayudan a entrar en oración: la cruz, la imagen de la Virgen o de los santos, los vitrales, las pinturas. Durante la misa no conviene quedarse en los detalles ni distraerse de lo más importante, que es la celebración de la eucaristía. Pero a veces, levantar los ojos por un instante y mirar la cúpula del templo, ayuda a despertar un sentido de Dios que permite vivir mejor la misa.
También puede ayudamos mirar la cruz, y así recordar el amor de Jesús, y llenamos de deseos de recibido en la comunión. O mirar la imagen de un santo que nos motiva a la oración y a la entrega, etc.
La Iglesia dice que cuando se colocan imágenes en las iglesias" debe hacerse en número moderado" (CIC 1188), para que no distraigan a los fieles de lo esencial. El Concilio Vaticano II enseña que además debe haber un "debido orden" (SC 125), para que no nos entretengamos demasiado con un santo olvidando a Cristo, sobre todo en misa. Dice también que esas imágenes deben llevamos a Cristo (LG 50). Porque cuando recordamos a un santo, debemos recordar que ese santo entregó su vida a Cristo, y eso nos estimula a amar más al Señor.
En Adviento y Navidad, las imágenes típicas nos llevan especialmente al Señor Jesús, tanto el Pesebre como el árbol de Navidad, que simboliza a Jesucristo. Pero hay que afinar la sensibilidad para no entretenerse tanto en los aspectos llamativos o coloridos sin elevar el corazón a Jesucristo. Esto vale sobre todo para la celebración de la misa, donde el centro lo debe ocupar completamente Jesucristo, a quien celebramos.
Es cierto que los primeros cristianos no le daban tanta importancia al lugar de la celebración. Decían que "el Altísimo no habita en casas hechas por manos de hombre" (Hech 7,48), Y que el verdadero templo es Jesucristo resucitado que nos contiene (Col 2, 9). También la comunidad, congregada por Cristo, es un templo vivo, más importante que las paredes de material (Ef2, 1922; 1 Ped 2,45).
Sin embargo, a Jesús le preocupaba que el templo fuera una casa de oración, y se molestó cuando lo usaban para otros fines (Mt 21, 1213). Jesús mismo cuidaba celosamente (On 2, 17; Sal 69, 10) el templo de Jerusalén, para que fuera verdaderamente lugar de alabanza y no de comercio: "No hagan de la casa de mi Padre una casa de mercado" (On 2, 16). Porque él dejó sin efecto los sacrificios que se realizaban en el templo, pero no rechazaba al templo como casa de oración.

Le dijo a la samaritana que era lo mismo un lugar que otro, el templo de Jerusalén o el templo de Samaría (In 4, 2021), pero eso no significaba un desprecio de los templos como lugares de oración. También para nosotros, al fin de cuentas, vale lo mismo un templo de Jerusalén que de Roma o de Bolivia, porque lo más importante es la presencia de Jesús en ellos y sobre todo la celebración de la misa, que tiene el mismo valor infinito en cualquier templo del mundo.
Cuando Jesús dijo que hay que adorar "en Espíritu y en verdad" (In 4,2324) quiso decir que de nada sirve entrar en un templo si no nos dejamos impulsar a la oración por el Espíritu Santo, y si no conocemos al verdadero Dios que él nos ha revelado. Pero eso tampoco es un desprecio de los templos.
Tengamos en cuenta que, cuando la eucaristía se celebraba en casas, se reservaba un lugar especial, que se preparaba también de una manera especial. Así lo vemos en Hech 20, 78, que dice que se reservaba "el piso superior, con abundantes lámparas".
Más que un monumento a Dios, el templo es una casa de la comunidad, para alabar a Dios y celebrar la fraternidad. Por eso, lo mejor que podemos ofrecerle al Padre Dios es a su Hijo Jesús en la eucaristía, juma con nuestras alabanzas y nuestro deseo de vivir como hermanos. Pero si no tenemos un lugar digno para celebrar la eucaristía, eso puede indicar una falta de amor de la comunidad a la eucaristía que se celebra. La Iglesia también expresa su amor al Señor cuidando los templos, y es cierto que a veces los detalles del templo nos estimulan a orar.

2. El altar
El altar representa a Jesucristo
Jesucristo es el sacerdote (Heb 4, 14), el único sacerdote (Heb 7, 24) que celebra, a través del cura. Él es también la única víctima que se ofrece (Heb 9, 14) Y que recibimos en la comunión. Pero además él es el verdadero altar. Por eso el altar es el centro del templo, y dentro de la celebración de la misa es el lugar más importante.
¿No es más importante el sagrario? En realidad, el sagrario no debería ocupar nuestra atención durante la misa, porque lo más importante es la celebración comunitaria, donde Jesús se hará presente para ser comido. Por eso es lamentable que algunas personas, durante la misa, se coloquen cerca del sagrario y se dediquen a hacer su oración personal, ignorando lo que sucede en la celebración.
Si el altar representa a Jesucristo, eso explica por qué a veces el sacerdote o los demás ministros lo saludan con una reverencia cuando pasan al frente. Eso explica también por qué el sacerdote lo besa al comienzo y al final de la misa.

3. La asamblea
La asamblea es el conjunto de los cristianos que se reúnen para celebrar al Señor. Es toda esa comunidad reunida la que celebra, no sólo el sacerdote. Por eso no conviene decir que el sacerdote que preside es "el celebrante" como si él fuera el único que celebra. En todo caso, habría que llamarle "el sacerdote celebrante", y si los sacerdotes son varios, "el sacerdote que preside".
Porque la asamblea no es espectadora, no es un público para que el cura se luzca. La asamblea celebra la misa: "El pueblo de Dios se reúne para celebrar y Cristo está presente en la asamblea" (IGMR 7). Son todos los fieles reunidos los que hacen la Liturgia, y por eso se llaman "asamblea litúrgica" (CCE 1097 y 1144).
Es cierto que sin el sacerdote no hay misa, porque sólo él tiene el orden sagrado que lo capacita para que pueda pronunciar las palabras de la consagración. Sin él no hay eucaristía. Pero también es cierto que los fieles lo acompañan y actúan también como celebrantes, ya que por el Bautismo tienen una forma distinta de sacerdocio que los capacita para eso: el sacerdocio común de los fieles. Ellos no realizan la consagración, pero sí pueden ofrecerle al Padre Dios ese Cristo que se hace presente por las manos del sacerdote: "Los fieles forman un sacerdocio real para ofrecer la víctima inmaculada", y también, junto con Cristo, se ofrecen a sí mismos (IGMR 62).
Por eso la misa no es una reunión de personas que se sienten cómodas juntas: "Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales" (CCE 1097). Entonces no conviene que haya Misas para jóvenes, para viejos, para pobres, para ricos, para negros o para blancos, como si nos uniera la edad, la condición social o el color de la piel. De esa manera podemos llegar a alimentar los desprecios y divisiones que ya existen en esta sociedad, donde se trata de ignorar a los débiles, a los viejos ya los pobres. Lo que nos une es el Espíritu Santo "que reúne a los hijos de Dios en el único cuerpo de Cristo" (CCE 1097). Nos une una fuerza sobrenatural y unas razones espirituales, no la atracción afectiva o razones meramente humanas.
Y creemos que en esa asamblea está verdaderamente presente Jesús en medio de nosotros, porque él lo prometió: "Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20).
La asamblea nos recuerda que en la Iglesia no estamos solos, porque "es la asamblea festiva la que nos hace caer en la cuenta de que somos y debemos ser Iglesia".
En la misa también nos unimos al papa, a los obispos, y a todos los hermanos de la tierra. Más aún, participamos de la Liturgia del cielo, ya que en la misa nos unimos con los hermanos que están celebrando al Señor en esa fiesta sin fin del Reino celestial. Por eso, a lo largo de la misa recordamos a los santos, nos unimos con el coro de los ángeles para cantar el "Santo, Santo, Santo", tenemos presentes también a los difuntos y oramos por ellos. La misa es profundamente comunitaria. Por ello no tiene sentido ir a ensimismarse, tratando de ignorar a los demás o buscando sólo un "Jesús para mí".
Así reunidos, como asamblea litúrgica, celebramos la misa. Y lo hacemos con una serie de gestos comunes a todos: respondiendo, cantando, escuchando, deseándonos la paz, caminando juntos a recibir la comunión, etc.
Hay algo importante que puede ayudarnos a tomar consciencia de que no estamos orando solos, sino que somos parte de una asamblea: que todas las oraciones se dicen en plural: "Escúchanos, ten piedad de nosotros, líbranos... ",
Los textos de 1 Cor 11, 2023 Y Mt S, 2325 nos muestran algunas dificultades para formar asambleas verdaderamente fraternas: las discriminaciones y los conflictos. Estas incoherencias deberían dar lugar a la apertura, a la cercanía y al perdón, o quizás a la reparación del mal que hemos hecho. Así podremos favorecer una unidad más auténtica donde el Señor pueda estar presente con toda su gloria

4. Las flores
Las flores son signo de alegría y de vida, porque la misa no es una celebración de muertos. Se celebra el misterio de la Pascua, que es también resurrección. También en la misa de difuntos celebramos la Resurrección del Señor.
Las flores nos recuerdan que estamos celebrando al Dios de la vida, que nos quiere y ama nuestra felicidad.
Además, las flores son un gesto de delicadeza y cariño que tenemos con el Señor. Si en cualquier mesa importante se colocan unas flores, con más razón en la mesa más importante de todas, que es el altar donde se hace presente el Señor.

5. Las velas
Las velas tienen el simbolismo de la luz.
Ante todo nos recuerdan que Dios mismo es la luz que ilumina nuestras vidas: "Tú eres Yahvé mi lámpara, mi Dios que alumbra mi oscuridad" (Sal 18, 29). "Dios es luz y en él no hay oscuridad alguna" (1 Jn1, 5)
"Dios mío, que grande eres. Te vistes de grandeza y hermosura, te cubres con el manto de la luz" (Sal 104, 2).
Especialmente su Palabra es luz para nuestros pasos:
"Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Sal 119, 105)

Pero ante todo la luz es Cristo mismo, el verdadero sol, o el lucero brillante de la mañana. "Luz para iluminar a las naciones" (Le 2,32). Él mismo dijo: "Yo soy la luz del mundo" (In 8, 12). El cirio pascual tiene un valor especial como símbolo de Cristo resucitado que ilumina nuestras vidas.

Por otra parte, nosotros estamos llamados a dejamos tomar por esa luz para iluminar a los demás; porque somos "hijos de la luz" (Ef. 5, 8). Jesús nos dijo: "Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5, 14). Estamos llamados a ser como la vela que se va consumiendo para iluminar.

Pero no se trata de creer que uno es un iluminado y despreciar a los demás, porque para descubrir si estamos en esa luz, lo primero que hay que tener en cuenta es el amor al hermano, ya que "el que ama al hermano permanece en la luz" (1 Jn 2, 10).
* Además de la luz, en las velas está el simbolismo del fuego. En la Biblia, el fuego se utiliza para indicar que Dios se ha hecho presente de una manera especial: "Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en forma de fuego" (Ex 19, 18). Dios es "un fuego devorador" (Heb 12, 29) que nos purifica.

Pero en el Nuevo Testamento, el fuego, su color y su calor, simbolizan al Espíritu Santo (Lc 3, 16; Hech 2, 3) que nos purifica con su presencia, nos da el calor del amor y nos llena de fuerza y de vida. El Espíritu Santo actúa durante toda la misa.

6. El sacerdote
El sacerdote es un signo muy importante, no sólo porque es quien tiene la potestad para consagrar el pan y el vino, sino porque lo tenemos permanentemente presente ante los ojos. Por lo tanto, si tenemos prejuicios contra el sacerdote, la misa nos provocará una molestia permanente.
El sacerdote hace las veces de Cristo (IGMR 60). Ciertamente no es Cristo, pero lo representa. Es un signo de Cristo sacerdote (CCE 1] 42), que en realidad es el único Sacerdote, representado por los ministros que llamamos "sacerdotes". Por eso, al cura no hay que darle más importancia de la que tiene, no hay que idealizado, o pensar que él es Jesucristo. No vale la pena pretender que tenga el rostro, la voz, la ternura o la sabiduría del Señor. Es sólo un humilde signo que Jesús resucitado utiliza para hacerse presente. Por lo tanto, no cabe mirar si es parecido a Jesús (por la barba, o por la mirada, etc.). Como en todo signo hay que usar siempre la "analogía": me refleja a Jesús porque es un ser humano, pero no es igual a Jesús; Jesús es mucho más, mucho más bello, mucho más sabio; sólo él es el Señor de mi vida, no el sacerdote. Aquí hay que distinguir el signo "instrumental" del sacerdote del signo "principal" que es la eucaristía. No podemos dar al sacerdote la misma importancia que a Cristo o a su presencia eucarística, porque en ese caso estaríamos cayendo en una idolatría que termina desengañando y perjudicando la fe de los cristianos.
Jesús es quien preside la eucaristía, pero no lo vemos; es el sacerdote quien lo hace visible. Esto sucede sobre todo cuando el sacerdote se dirige a la asamblea diciendo: "Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo". En ese momento, como decía san Juan Crisóstomo, el sacerdote "presta a Cristo su lengua, le ofrece SU mano". Pero hay 'que tratar de reconocer a Jesús mismo diciendo esas palabras, a través de la voz del sacerdote.
Hay también otras oraciones donde el sacerdote representa a Cristo que se dirige al Padre e invita a la asamblea a unirse a su oración. Y representa a Jesús que nos habla del Padre cada vez que nos dice: "El Señor (es decir, el Padre) esté con ustedes". También representa a Jesús cuando dice: "La paz esté con ustedes", como en Jn 20, 1920.
Pero en otras partes de la misa el sacerdote no representa a Cristo, sino que es un signo de la unidad de la Iglesia. Esto sucede cuando él ora en plural junto con la asamblea, como un fiel más. O cuando dice, por ejemplo: "Señor, ten piedad", o "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa".
La función del sacerdote en la misa, aunque es indispensable, no debe ser vista como una superioridad sobre la asamblea, ya que está al servicio de la asamblea que celebra.

7. Los vestidos
Los vestidos que usa el sacerdote ayudan a mantener un sentido del misterio, recuerdan que la misa no es una reunión más. También dan a la misa un tono festivo. Así sucedía en el Antiguo Testamento: "Cuando se ponía la vestidura de gala y se colocaba sus elegantes ornamentos, cuando subía hacia el altar sagrado, llenaba de gloria el santuario
(Exo 50, 11). La Iglesia prefiere que las vestiduras para la misa sean más sencillas y discretas, pero de todos modos quiere que se note la diferencia con la ropa común.
En los primeros siglos de la Iglesia, cada una de estas vestiduras no tenía un simbolismo especial, sólo servían para lo que dijimos: dar un tono de fiesta. No indican un poder especial o una superioridad del sacerdote. Sólo tienen una función al servicio de la participación de los fieles.
Recibamos entonces ese mensaje, y al ver los vestidos del sacerdote, recordemos que estamos en una fiesta de la fe, una fiesta especial, que hemos salido de lo común.
Que al menos el sacerdote use unas vestiduras distintas a las que usa cuando anda por la calle, nos ayuda a descubrir que la misa es una celebración, pero que nos introduce en otro ámbito más profundo, que hay un misterio que se celebra y que nos supera, que no coincide completamente con lo rutinario de nuestra vida. Hay algo diferente y nunca podremos nivelado con el resto de los momentos de la vida.
Es cierto que debería haber sencillez y naturalidad en la misa, y no gestos artificiosos. Pero también es necesario que haya algunas cosas que nos recuerden que hay algo diferente a la rutina de la vida en el mundo.
Esto no debería llamar demasiado la atención, porque en realidad, en cualquier fiesta importante se usan vestidos especiales, diferentes, que uno no utilizaría para hacer las compras o para trabajar.
En Cirta, norte de África, los guardias romanos tomaron una casa que se usaba para el culto. Era el año 303. Allí encontraron 98 túnicas que se utilizaban en las celebraciones, porque en esa época todos se vestían de una manera especial en la Liturgia.
Cabe que los laicos para la misa de domingo usen lo mejor que tengan, para manifestar que la misa es realmente una fiesta para ellos, más que cualquier otra celebración; un descuido o dejadez puede ser un signo negativo de la escasa importancia que se le otorga a la celebración comunitaria.


8. Los colores
Podríamos hablar simplemente de los colores de las flores, que ayudan a recordar que estamos en una celebración festiva.
Pero hablemos particularmente de los colores de las vestiduras del sacerdote. Esos colores permiten descubrir el sentido de lo que se celebra (IGMR 307):

* El blanco, que destaca la luz, es un color de fiesta y de triunfo. El Cristo transfigurado y glorioso, está vestido de una blancura deslumbrante (Mt 7, 12). El joven vestido de blanco anuncia la Resurrección (Mc 16, 5). Los fieles que han triunfado aparecen en el Apocalipsis vestidos de blanco (Apoc 7,9; 19, 14). El jinete del caballo blanco "salió como vencedor y para seguir venciendo" (Apoc 6,2).
A veces, en lugar del blanco, se usan otros colores con significado parecido, como el dorado o el plateado (IGMR 309). También el amarillo puede servir para destacar un sentido de fiesta y de alegría.

* El rojo recuerda la sangre o el fuego.
Como recuerdo de la sangre, se usa para celebrar a los mártires y a Jesucristo que se entregó por nosotros (el Domingo de Ramos, el Viernes santo, la fiesta de la exaltación de la Cruz).
Como recuerdo del fuego, se usa en Pentecostés y en las Misas del Espíritu Santo. Recordemos que en Pentecostés el Espíritu Santo se manifestó "como lenguas de fuego" (Hech 2,3).

* El morado es el color que se utiliza en Cuaresma y en Adviento, porque es un color discreto que invita al recogimiento y a la vez tiene un sentido de penitencia que invita a la conversión. También por su discreción se utiliza en las misas de difuntos, para no utilizar el negro, que suele tener un sentido de fatalidad.

* El verde es un color que nos dice que no estamos celebrando nada en especial, sino simplemente al Señor, tratando de profundizar lo que la Palabra de Dios nos ofrezca en cada celebración. Se usa en las treinta y cuatro semanas del tiempo ordinario, donde se va recorriendo la historia de la salvación y la vida pública de Jesús, con sus enseñanzas y obras. Por ser el color más utilizado, tiene la ventaja de ser un color de serenidad que reposa la vista. Suele tener un sentido de esperanza y de vida.

El Año Litúrgico
Además de estos significados, la variedad de colores que se va utilizando a lo largo del año tiene otro sentido pedagógico: ayuda a recordar que el año litúrgico cristiano es un camino con varias etapas que debemos recorrer juntos (ICMR 307). Eso se ve muy claro especialmente cuando se pasa del verde al morado, y así se recuerda que iniciamos un camino de preparación (el Adviento o la Cuaresma). Lo mismo luego cuando se pasa del morado al blanco, se destaca que ha terminado ese camino de preparación y ha comenzado una festividad especial (el tiempo de Pascua o de Navidad).


9. El incienso
El incienso hoy se utiliza poco, porque a muchos fieles les molesta, les parece algo muy extraño y lejano a la sencillez del evangelio, o les da una idea de demasiada solemnidad. Sin embargo, ese humo perfumado tiene un simbolismo interesante. El humo que se eleva al cielo simboliza la oración y la ofrenda que sube hasta Dios, y también sirve para indicar que algo está consagrado a Dios. Así aparece en la Biblia:
"Suba mi oración como incienso en tu presencia" (Sal 140).
El Apocalipsis habla de las oraciones de los santos como perfumes que suben hasta Dios (Apoc 5,8; 8, 34).
Pero el verdadero perfume que sube hasta Dios somos nosotros mismos cuando nos ofrendamos a él unidos a Jesús: "Nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo" (2 Cor 2, 15). Porque Cristo es la ofrenda y víctima de suave aroma" (Ef. 5, 2). Nosotros lo somos cuando nos unimos a él y damos muestras de generosidad. Como decía san Pablo, nuestras limosnas son "suave aroma, sacrificio que Dios acepta con agrado" (Flp 4, 18).
Por eso el incienso nos recuerda que en la misa tenemos que ofrecer nuestras vidas junto con Cristo, procurando tener un corazón generoso como el suyo. Cuando se inciensan las ofrendas, allí también entregamos a Dios los actos de generosidad y de servicio fraterno que pudimos hacer, y pedimos la gracia de amar más. Cuando nos inciensan a nosotros, procuramos ofrecernos nosotros mismos a Dios (Rom 12, 1), pidiéndole que podamos darle gloria con toda nuestra vida.
El perfume del incienso tiene también el valor de incorporar también el olfato en nuestro culto a Dios, para que todos los sentidos se integren en la adoración. La virgen Egeria, aproximadamente en el año 350, contaba con gusto que los domingos en Jerusalén entraban con incienso en la fiesta de la Resurrección para que "toda la basílica se llene de perfumes" (Itinerario de Egeria 24, 10).
Es verdad que una iglesia con un suave perfume a incienso invita particularmente a la oración.

10. La campanilla
No es un invento cristiano. Ya en el Antiguo Testamento se utilizaban campanillas en el culto del Templo (Ex 28,3335). Así se llamaba la atención al pueblo para que se concentrara cuando llegaba un momento importante de la celebración, para que recordara lo que se estaba haciendo: "como memorial y recordatorio para los hijos del pueblo" (Edo 45,9).
En la misa se utiliza sólo en el momento de la consagración, para que los fieles tomen consciencia de la presencia de Cristo en el santísimo Sacramento.
En realidad, debería tomarse como una invitación a la alabanza. La campanilla representa también a toda la creación que de alguna manera se une en la adoración a Jesucristo presente en el altar.

11. El pan
El pan es alimento, y un pedazo de pan es simplemente el símbolo de la comida. Por eso muchas veces, cuando decimos "pan", sólo queremos decir la comida. Por ejemplo, nos preocupa que a algunos "les falte el pan", o decimos que trabajamos "para ganamos el pan", etc.
El pan siempre se usó para simbolizar el alimento espiritual que Dios nos da. En el Antiguo Testamento la Sabiduría invitaba:
"Vengan a comer mi pan, beban del vino que he preparado" (Pr 9, 5).
Pero en Jn 6, 35 Jesús dice: "Yo soy el pan de vida". En el pan de la eucaristía no se simboliza a Jesús, porque la eucaristía es Jesús mismo.
Hasta el versículo 51 de ese capítulo 6 de san Juan, el pan es la Palabra de Jesús que recibimos por la fe. Pero a partir del versículo 51 el pan no es su Palabra, sino su carne, y la respuesta del hombre ya no es simplemente creer, sino comer. Los judíos, de hecho, reaccionaron inmediatamente contra esto (6,52), porque les resultaba inconcebible tener que comer a Jesús. Esto no hace más que recordamos que la presencia de Jesús en la eucaristía no es "física", sino "sacramental". Tras las apariencias del pan, su blancura y su delicadeza que a nadie impresiona mal, recibimos verdaderamente al mismo Cristo. No obstante, la insistencia que hay en este discurso en "comer la carne" indica que realmente, al recibir la eucaristía, entra en nuestra vida Cristo entero: Dios y hombre, espíritu y cuerpo resucitado. De hecho, carne y sangre en la Biblia indican la totalidad del hombre.
Por otra parte, para la Iglesia el pan siempre simbolizó también la unidad de los hermanos.
"Como este pan estaba disperso por los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra".
Así como el pan está formado por muchos granos que intercambian su contenido y se compenetran unos con otros, así muchos fieles unidos por el afecto y comulgando con Cristo, forman místicamente el único cuerpo de Cristo... y por eso este sacramento nos 'lleva a realizar la comunión de todos nuestros bienes... Porque Cristo une a todos con él, también los une entre ellos, porque si varias cosas están unidas a una tercera, entonces también están unidas entre sí".
Esta convicción en realidad parte de una enseñanza de san Pablo, cuando dice que "aún eso muchas veces, cuando decimos "pan", sólo queremos decir la comida. Por ejemplo, nos preocupa que a algunos "les falte el pan", o decimos que trabajamos "para ganamos el pan", etc.

El pan siempre se usó para simbolizar el alimento espiritual que Dios nos da. En el Antiguo Testamento la Sabiduría invitaba:
"Vengan a comer mi pan, beban del vino que he preparado" (Pr 9, 5).
Pero en Jn 6, 35 Jesús dice: "Yo soy el pan de vida". En el pan de la eucaristía no se simboliza a Jesús, porque la eucaristía es Jesús mismo.
Hasta el versículo 51 de ese capítulo 6 de san Juan, el pan es la Palabra de Jesús que recibimos por la fe. Pero a partir del versículo 51 el pan no es su Palabra, sino su carne, y la respuesta del hombre ya no es simplemente creer, sino comer. Los judíos, de hecho, reaccionaron inmediatamente contra esto (6, 52), porque les resultaba inconcebible tener que comer a Jesús. Esto no hace más que recordamos que la presencia de Jesús en la eucaristía no es "física", sino "sacramental". Tras las apariencias del pan, su blancura y su delicadeza que a nadie impresiona mal, recibimos verdaderamente al mismo Cristo. No obstante, la insistencia que hay en este discurso en "comer la carne" indica que realmente, al recibir la eucaristía, entra en nuestra vida Cristo entero: Dios y hombre, espíritu y cuerpo resucitado. De hecho, carne y sangre en la Biblia indican la totalidad del hombre.
Por otra parte, para la Iglesia el pan siempre simbolizó también la unidad de los hermanos.
"Como este pan estaba disperso por los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra".
Así como el pan está formado por muchos granos que intercambian su contenido y se compenetran unos con otros, así muchos fieles unidos por el afecto y comulgando con Cristo, forman místicamente el único cuerpo de Cristo... y por eso este sacramento nos lleva a realizar la comunión de todos nuestros bienes... Porque Cristo une a todos con él, también los une entre ellos, porque si varias cosas están unidas a una tercera, entonces también están unidas entre sí".
Esta convicción en realidad parte de una enseñanza de san Pablo, cuando dice que "aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, porque todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10, 17). Por eso reprocha a los cristianos las divisiones entre ricos y pobres que hay en la comunidad (1 Cor 11, 1722), ya que eso deja sin sentido la celebración de la eucaristía: "Eso ya no es comer la cena del Señor" (1 Cor 11, 20).
Por ser el resultado de muchos granos de trigo que se parten, el pan nos habla de una unidad conquistada con muchas entregas,

Muchas renuncias, como fruto de muchos corazones que han aceptado romper sus paredes para unirse unos con otros. El pan manifiesta que esas rupturas, esas donaciones, esas oblaciones, terminan produciendo belleza, salud, perfección. En cambio, aquellos que prefieren permanecer intocables, encerrados en sí mismos, terminan enfermándose y destruyéndose a sí mismos, como granos secos.

La hostia redonda
Que ese pan tenga la forma de una hostia redonda también tiene su significado. A veces desearíamos que la eucaristía se celebrara con trozos de pan como los que usó Jesús en la última cena, y nos da la impresión de que la hostia no se parece mucho a un pedazo de pan de nuestras mesas. Pero esa forma de la hostia también tiene un significado. Por una parte, puede ayudamos a descubrir que lo que vamos a recibir no es una comida cualquiera, y que no vamos a recibir simplemente un pan para alimentar el cuerpo.
Por otra parte, la hostia simboliza muy bien que la eucaristía representa el sueño de unidad que está en la marcha misteriosa del mundo hacia su plenitud; representa la utopía de la unidad, que nos ayuda a creer todavía que es posible un mundo unido.
Ese círculo intacto, limpio y blanco, con un fondo infinito, representa la unidad sin fisuras. La eucaristía es el símbolo perfecto y la fuente viva de este misterio de unidad a la que está llamado todo el universo. En ella se sintetiza todo el universo, en unidad y armonía; en ella ya se ha realizado la unidad a la que tiende toda la creación. Pero en ella está también el poder que puede acelerar esa marcha deslumbrante y oculta, para que nos vayamos llenando "hasta la total plenitud de Dios" (Ef. 3, 19), hasta alcanzar "la madurez de la plenitud de Cristo" (Ef. 4, 14), porque de él todo "recibe trabazón y unión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad de cada una de las partes, realizando así e! crecimiento del cuerpo que se construye en el amor" (Ef. 4, 16).
Hay que evitar una confusión: es cierto que el pan tiene estos simbolismos, pero después de la consagración, lo que vemos no es sólo un símbolo, es Jesús mismo que se ha hecho presente. No está allí simbólicamente; está realmente presente. Las apariencias del pan sirven sobre todo para indicamos que allí está Jesús.

12. El vino
Igual que con la hostia, en el vino hay que distinguir dos momentos, antes y después de la consagración. Porque después de la consagración sólo quedan las apariencias de! vino, y lo que hay en el cáliz es Jesús. Ya no es simple vino, sino Jesucristo mismo.
En la Biblia, e! vino recuerda la sangre, por su color rojo, y por eso se le llamaba "la roja sangre de la uva" (Dt 32, 14).
Pero recordemos que lo que hay en el cáliz no es sólo su sangre, porque en una sola gotita del cáliz consagrado esta Jesucristo entero. Por eso, si no recibiéramos la hostia y recibiéramos únicamente una gotita del cáliz, igualmente recibiríamos a Jesús entero, no sólo su sangre. Pero e! hecho de consagrar por separado el pan y el vino, que siguen separados después de la consagración, es un simbolismo que nos está diciendo algo.
Podemos preguntamos por qué, además de invitamos a recibido cuando nos llama a "comer su carne", Jesús nos habla también de "beber su sangre", si todo está contenido en la misma eucaristía. De hecho, la expresión "carne" para los judíos, solía usarse para indicar la persona entera. ¿Entonces qué nos agrega hablar también de "beber su sangre"?
La presentación de carne y sangre como dos cosas separadas recuerda la muerte. Así sucedía en la muerte de los animales que se ofrecían en sacrificio a Yahvé por los pecados (Lev 1,5.15). Por eso, el cuerpo y la sangre separados, aunque Jesús está resucitado, recuerdan e! sacrificio de Cristo que nos salvó con su muerte: "Así como los hijos participan de la misma sangre y de la misma carne, así también participó él de ellas para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte" (Heb 2,14).
Es cierto que en cada gota del vino consagrado está Jesús entero y vivo, así como en cada trozo de la hostia consagrada está Jesús entero, resucitado con nosotros. Pero al ver el cuerpo y la sangre separados, recordamos la muerte de Jesús que se ofreció en la cruz.
Los judíos tenían la idea de que "sin derramamiento de sangre no hay salvación" (Heb 9, 22). Pero también para nosotros es así, ya que la sangre derramada de Cristo nos consiguió la salvación.
Penetró en el santuario de una vez para siempre, no con sangre de cabrones ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna (Heb 9, 12).
Por todo esto, podemos decir que la sangre nos recuerda lo que le costó a Cristo nuestra salvación. De su costado herido brotó la sangre (On 19,34); y el vino que en la eucaristía se convierte en su sangre (Mc 14, 2325) nos recuerda que recibimos a alguien que se entregó por nosotros hasta la muerte, hasta el último sacrificio: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2, 20). Por eso, dice san Pablo que en la eucaristía "anunciamos la muerte del Señor" (1 Cor 11, 26).
La sangre también nos recuerda que la eucaristía es el sacramento de la nueva Alianza, porque los judíos rubricaban las alianzas con sangre de animales, y así se había sellado la antigua alianza en el Sinaí (ver Ex 24). En cada eucaristía Jesús renueva la Alianza con su Iglesia. Y eso es una alegría. El vino también representa la vida, la alegría y la plenitud. Tomamos una copa juntos para festejar un momento importante y feliz en la vida. Pero el vino nos habla especialmente de la plenitud que nos trae el Mesías. Ese es el significado de la abundancia de vino en las bodas de Caná (On 2).
El color rojo del vino simboliza al mismo tiempo la vida y la muerte, la alegría y el sacrificio. Ambas cosas se unen en el profundo sentido de "intensidad" que tiene el vino. La misa debe ser una experiencia fuerte, vigorosa, ardiente como el calor de la sangre y el color del vino. Este doble significado, de sacrificio y de fiesta puede estar unido, porque en la misa celebramos al mismo tiempo la muerte de Cristo y su resurrección.

El cáliz
A veces nos gustaría que en la misa se usara una copa como las que usamos nosotros en nuestras mesas. Pero el cáliz no es lo mismo que una simple copa, y por eso mismo para la misa no se usa una copa exactamente igual a las de uso común.

Un cáliz era una copa que se utilizaba en el culto para recoger la sangre de los sacrificios. Así nos recuerda que, después de la consagración, lo que hay dentro de él no es simple vino, sino la sangre que Jesús derramó en la cruz. Por eso Jesús, anunciando su muerte, preguntaba: ¿Ustedes podrán beber el cáliz que yo vaya beber" (Mt 20, 22), Y en su pasión decía: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz" (Lc 22,42).