domingo, 14 de junio de 2009

Pelea entre Pablo y Pedro

¿POR QUÉ SE PELEÓ CON SAN PEDRO?
El gran experimento
Una de las peleas más duras y apasionadas que se haya registrado en la Biblia es la que sostuvieron san Pedro y san Pablo en la ciudad de Antioquía, alrededor del año 48, cuando ambos se encontraron allí por casualidad, debido a cuestiones misioneras.
¿Cuál fue el motivo? Todo comenzó en Antioquía, ciudad de Siria, a 480 kilómetros al norte de Jerusalén. Hasta allí habían llegado, varios años antes, unos misioneros cristianos, provenientes de Jerusalén, para predicar a los judíos de la ciudad, que eran numerosos (alrededor de 50.000), Y decides que ya había llegado el Mesías enviado por Dios, llamado Jesús de Nazaret
(Hech 11, 19).
Mientras la comunidad cristiana iba en aumento, un día se produjo en la ciudad un hecho inesperado: algunos misioneros empezaron a predicar también a los paganos, y algunos de ellos se convirtieron y pidieron entrar en la iglesia local (Hech 11, 20-21). Los jefes de la comunidad los aceptaron, y así nació un grupo nuevo y revolucionario: la primera comunidad mixta de la historia, formada por judíos y por paganos, que compartían la misma fe en Jesucristo.

Poco después, hacia el año 36, llegaron a la ciudad dos nuevos misioneros: uno se llamaba Bernabé y el otro Pablo. Ambos habían venido a colaborar en el trabajo de organización y evangelización de la comunidad local (Hech 11,22-26).
Pronto los dos apóstoles se dieron cuenta de que la iglesia de Antioquía tenía una extraña particularidad. Mientras que sus integrantes de origen judío seguían siendo judíos y cumplían las leyes de Moisés, los de origen pagano no practicaban la ley judía.
Pablo y Bernabé, con los demás dirigentes de Antioquía, se hallaron ante un dilema: ¿había que obligar también a los paganos a cumplir la ley de Moisés? En otras palabras: los paganos que entraban en la Iglesia, ¿tenían que hacerse primero judíos?
Si decidían que no, se produciría una situación de desigualdad en la comunidad, pues algunos cristianos (de origen judío) se verían obligados a cumplir las leyes judías, con toda la carga de dificultades que eso significaba, mientas que los otros (de origen pagano) vivirían libres de esas normas. Pero si contestaban que sí, se cometería una injusticia con los segundos, pues se les impondría una carga extra cuando ellos sólo querían aceptar a Cristo y nada más.
La gran pregunta era: ¿son necesarias las leyes judías para ser un buen cristiano? Hasta ese momento se pensaba que sí. La ley de Moisés se consideraba fundamental e irrevocable. Pero ahora se había producido una situación insólita; había nacido una comunidad mixta, formada por dos clases de cristianos: cristianos-judíos y cristianos-paganos, y la respuesta que antes se daba no servía para la nueva situación.
Después de mucho reflexionar, los dirigentes de la comunidad antioquena llegaron a una respuesta: si ya Cristo nos ha salvado, y lo ha hecho con su muerte y resurrección, ¿qué necesidad hay de seguir observando las normas propiamente judías? Circuncidarse, abstenerse de ciertos alimentos o descansar el sábado nada puede añadir a la salvación realizada por Jesús. De modo que se autorizó a todos los cristianos, cualquiera fuera su origen, a vivir sin cumplir los preceptos judíos. Quien quisiera podía hacerla, pero no era ya una obligación.
Sólo mentes muy clarificadas y de gran intuición teológica podían haber realizado una reforma de ese tipo; es decir: que a pesar de que Jesús fue judío, predicó a los judíos y practicó la religión judía, los cristianos no estaban obligados a ser judíos para seguirlo. De este modo Pablo, Bernabé y los demás dirigentes de la iglesia dé Antioquía sentaron las bases de la gran universalización del cristianismo.
Esta decisión hizo que muchas otras personas de origen pagano quisieran también entrar en la comunidad cristiana de la ciudad, pues no existía más el obstáculo doloroso de la circuncisión, ni otras leyes difíciles de practicar; sólo era necesario bautizarse y aceptar el mensaje cristiano que los dirigentes predicaban (Hech 11, 21). En cambio, a los judíos les resultó cada vez más difícil aceptar el cristianismo.


Poco a poco fue apareciendo en la sociedad un nuevo grupo, desconocido hasta entonces. Hasta ese momento, a los cristianos se los consideraba judíos, porque sus prácticas exteriores eran semejantes en todo a las de ellos. Pero ahora había surgido un movimiento que no practicaba más aquellas leyes; sólo mostraban el amor al prójimo como distintivo, y celebraban ciertos ritos en nombre de Jesús. Eso nunca antes se había visto.

La gente empezó a preguntarse: ¿cómo Llamarlos? Ya no podían seguir diciéndoles judíos, como habían hecho hasta entonces, porque ahora se veía claramente la diferencia. Entonces les inventaron un nombre: los llamaron cristianos (hech 11, 26). Así fue como nació este título, creado por los vecinos de Antioquía. Más tarde se volverá tan famoso, que se extenderá por el mundo entero y se convertirá en el calificativo de millones de personas a lo largo y ancho de todo el mundo.
La nueva situación creada en Antioquía hizo surgir entre los dirigentes otra fantástica idea: ¿por qué no organizar una misión fuera de la ciudad? Así muchos otros paganos podrían conocer el Evangelio y convertirse a la nueva fe.
Pero los nuevos aires que se vivían en Antioquía llegaron pronto a la iglesia madre de Jerusalén, y sus dirigentes, más conservadores, comenzaron a ver con malos ojos lo que estaba sucediendo. ¿Cómo se habían atrevido los antioquenos a tomar semejante decisión de abandonar la ley de Moisés? Eso equivalía a tirar por la borda mil años de tradición. Y decidieron enviar a Antioquía algunos emisarios para comunicar el malestar provocado en Jerusalén por su actitud (Hech 15, 1).
Pablo se molestó mucho con la llegada de estos enviados, a tal punto que en una de sus cartas llega a tacharlos de intrusos, falsos hermanos, infiltrados, y espías (Gál 2,4). Y la división estalló en la comunidad. Mientras algunos aceptaban a los legados, otros los rechazaban. Los diversos grupos de cristianos se miraban con desconfianza, y un clima enrarecido se instaló en la otrora feliz Antioquia.
Para acabar con las tensiones y aclarar la cuestión, la comunidad antioquena decidió enviar una delegación a Jerusalén para que expusiera la nueva postura. Los enviados partieron, así, encabezados por Pablo, Bernabé y Tito (Gál 2, 3). Era el año 48.

Al llegar a Jerusalén, los antioquenos fueron muy bien recibidos, y se celebró una primera reunión entre Pablo y los principales dirigentes de Jerusalén, es decir, Pedro, Santiago y Juan (Gál 2, 2b).
En esta reunión plenaria, Pablo expuso delante de todos el Evangelio que él predicaba, y contó cómo había desarrollado su actividad misionera entre los paganos fuera de Antioquía. Los cristianos de Jerusalén, de mentalidad más rígida, lo escucharon con atención, pero le replicaron que los judíos eran el pueblo elegido por Dios; por eso, si un pagano se convertía al cristianismo debía antes hacerse judío y cumplir las leyes de Moisés. Pero Pablo insistió en que la postura antioquena sostenía que para Dios no hay acepción de personas (Gál 2, 6), que no era necesario hacerse judío para ser cristiano, y contaba cómo durante la misión realizada en Chipre y Asia Menor, Dios había derramado su Espíritu sobre tantos paganos. Dios mismo daba testimonio de que el Evangelio no necesitaba de la ley de Moisés.

El debate fue intenso y apasionado, y hubo una fuerte discusión. Los cristianos-judíos de Jerusalén tenían más peso en la comunidad de lo que Pablo hubiera querido, y si bien no rechazaban la evangelización de los paganos (Gál 2, 3), tampoco veían las bondades del proceder paulino.
Terminada la asamblea, los principales de Jerusalén y Pablo volvieron a reunirse en privado (Gál 2, 6). El argumento que esta vez usó Pablo para tratar de persuadirlos fue el del apostolado de Pedro: si éste sentía el llamado de Dios para evangelizar a los judíos, ¿por qué Pablo no podía sentir el llamado de Dios para evangelizar a los paganos? (Gál 2, 7-8).
Los dirigentes de la iglesia madre finalmente se convencieron. Aceptaron que Pablo y Bernabé siguieran trabajando en la misión antioquena, es decir, en la evangelización de los paganos, sin obligarlos a circuncidarse ni a cumplir la ley judía. Mientras tanto, los cristianos de Jerusalén seguirían dedicados como hasta entonces a la misión entre los judíos. Y el acuerdo se rubricó con un apretón de manos (Gál 2, 9).
La delegación antioquena obtuvo, así, un resonante triunfo pastoral. Pablo estaba feliz. No le habían impuesto ninguna condición (Gál 2, 6), habían reconocido su trabajo, y la teología antioquena de que el hombre se salva sólo por Jesucristo, y no por el cumplimiento de la ley judía, había sido aprobada. Nadie sospechaba los negros nubarrones que pronto se cernirían sobre Antioquía.

Meses después de la asamblea de Jerusalén, sucedió un hecho imprevisto: llegó Pedro de visita a Antioquía. Lo recibieron cordialmente, y pudo comprobar el éxito grandioso de la labor de Pablo y Bernabé. Cómo había crecido la comunidad, y cómo vivían los hermanos antioquenos, libres de toda ley incómoda y asfixiante. Tan distinto a como se vivía en Jerusalén, donde todavía los cristianos seguían observando minuciosamente los preceptos de Moisés.
Pedro se sintió tan a gusto, que él mismo se sumó a aquella forma de vida cristiana de la comunidad, como si fuera un miembro más, viviendo según el particular estilo surgido en Antioquía.
Todo habría continuado bien, de no haber sido por el arribo, poco después, de un grupo de cristianos "conservadores" de Jerusalén. Éstos, al ver el comportamiento laxo que allí llevaba Pedro, comiendo con paganos, aceptando todo tipo de alimentos y viviendo sin sujeción a la ley, quedaron sorprendidos.
¿Qué sucedió entonces? ¿Le dijeron algo a Pedro? ¿O fue éste quien se sintió incómodo, y temió provocar un escándalo a los recién llegados? No lo sabemos. Lo cierto es que Pedro decidió dar marcha atrás, y asumir de nuevo una actitud más estricta, apartándose de los cristianos-paganos y juntándose sólo con los cristianos-judíos. Rompió así la unidad de la iglesia y desgarró la comunión que había en el grupo (Gal 2, 12).
La actitud de Pedro tuvo consecuencias desastrosas. Debido a su prestigio, todos los cristianos de origen judío lo imitaron, separándose de los cristianos de origen pagano. Hasta Bernabé, que tanto había defendido a los antioquenos junto a Pablo en Jerusalén, esta vez apoyó la postura de Pedro (Gál 2, 13). Pablo y los cristianos-paganos se quedaron solos.


Ante la división surgida en la comunidad, Pablo delante de todos reprendió duramente a Pedro (Gál 2, 14). Lo llamó hipócrita, lo mismo que a Bernabé y a los demás cristianos-judíos (Gál 2, 13). Le preguntó: ¿ahora hay que celebrar dos mesas separadas? ¿Hay que tener dos comunidades distintas? Para Pablo estaba en juego la verdad del Evangelio, es decir, la igualdad de derechos de los paganos (Gál 2, 14). ¿Acaso no se había decidido eso ya en Jerusalén? Volver a la práctica anterior era dar un paso atrás.
Pedro respondió que sólo se trataba de una actitud práctica, pero Pablo veía las enormes implicaciones teológicas de esa práctica. Estaba en peligro la salvación que Cristo había venido a traer. Si la salvación se alcanzaba mediante la ley de Moisés, entonces Cristo había muerto en vano (Gál 2, 21).
Todo fue inútil. Pedro no cedió. Y Pablo comprendió que estaba derrotado y aislado. Ya no tenía nada que hacer en Antioquía. Su comunidad había aceptado volver a las prácticas judías. Decidió entonces marcharse y emprender una nueva misión, lejos, entre los paganos, donde pudiera hacer valer las decisiones de la asamblea de Jerusalén sin injerencias de los más rígidos. Así, después de trece años de trabajar sin descanso en la ciudad, dando lo mejor de sí, Pablo debió tomar sus cosas e irse, sin pena ni gloria. Se separó de Bernabé, e inició su segundo viaje misionero, esta vez sin depender de Antioquía. Es el período de su llamada "misión independiente". Sólo lo acompañó Silas, uno de los pocos defensores que le quedaban en la ciudad.
¿Qué pasó después? Las autoridades de Jerusalén, al enterarse del conflicto, decidieron que no era conveniente que en Antioquía se viviera sin observar ninguna ley judía, como habían resuelto antes. Pero tampoco quisieron imponer/es todas las leyes. Redactaron entonces un decreto estableciendo que debían observar sólo cuatro normas: a) no comer carne sacrificada a los ídolos; b) no comer sangre; c) no comer animales sin desangrar; d) y evitar casamientos entre parientes próximos (Hech 15, 13-29).
Cuando el decreto llegó a Antioquía, Pablo ya se había marchado, así que nunca tuvo noticias de él. Al menos no hay señales, durante el resto de su actividad misionera, de que lo hubiera conocido. Ello le evitó una nueva amargura, porque el decreto, más que una medida de conciliación, significaba un paso atrás en relación con el acuerdo de Jerusalén, y ponía a los cristianos-paganos definitivamente en un rango interior.
¿Qué fue de Bernabé y Pedro? No lo sabemos. Al parecer, ambos se replantearon su actitud, y volvieron a su antigua opción antioquena, más abierta. Al menos vemos que Pablo menciona más tarde a ambos (1 Cor 9,5.6), sin dejar traslucir rencor alguno ni resentimientos personales.

Pablo perdió la discusión en Antioquía, de modo que dolido y derrotado tuvo que abandonar la ciudad. Sin embargo el tiempo le daría la razón. Su propuesta de prescindir de la ley judía, que había sido rechazada, se convertirá más tarde en la norma general de las comunidades cristianas, y finalmente se impondrá en toda la Iglesia universal.

Pero más allá de su éxito póstumo, la disputa entre Pedro y Pablo fue enormemente provechosa como enseñanza para la Iglesia. En efecto, Pedro se animó a discutir con Pablo, ya sea a solas, como en asamblea pública, y después otra vez en Antioquía. Y lo grandioso es que Pedro siempre se mostró dispuesto a debatir, dialogar y confrontar. Nunca consideró un error la postura de Pablo, aun cuando no la compartiera. Y ese altercado sirvió para que se pensara, discutiera y examinara una de las cuestiones fundamentales de la fe cristiana, como es la de la salvación (k Cristo basada en la Pascua y no en la ley de Moisés.

Ése es el mensaje que nos dejaron estos dos pilares del cristianismo: que la Iglesia debe aprender a discutir y a dialogar todos los temas, incluso los más graves y comprometidos, aun cuando parezca que la postura contraria es errónea. Porque como dice Rabindranath Tagore con la belleza de sus palabras:
"Si cierras la puerta a todos los errores, terminarás dejando afuera a la verdad".

Pablo y los paganos

¿POR QUÉ PREDICÓ A LOS PAGANOS?

Que san Pablo haya predicado el Evangelio a los paganos, es decir, a los no judíos, para invitarlos a entrar en la Iglesia, puede parecemos a nosotros lógico y normal. Pero no es así. Porque Jesús, el fundador del movimiento al que Pablo pertenecía, predicó el Evangelio únicamente a los judíos. Nunca se dirigió a los paganos, ni les expuso a ellos su mensaje de salvación.
¿Cómo sabemos eso? Por varias razones.
En primer lugar, porque Jesús andaba siempre acompañado por un grupo de doce hombres, comúnmente llamados doce apóstoles. Los había elegido como símbolo de las doce tribus de Israel, ya desaparecidas. Al rodearse de doce hombres, Jesús quiso transmitir a la gente el mensaje de que él había venido de parte de Dios a restaurar aquellas tribus perdidas. Ahora bien, éste era un símbolo que sólo podían entender los judíos, no los paganos. Por lo tanto, está claro que Jesús se movió únicamente en ambientes judíos.
En segundo lugar, porque aunque Jesús siempre habló del Reino de Dios, nunca explicó qué era éste, ni en qué consistía, ni cómo había que entenderlo. Lo daba por supuesto. Eso se debía a que sus oyentes, por ser todos judíos, comprendían perfectamente a qué se refería Jesús con tal expresión.
En tercer lugar, porque Pablo llama a Jesús servidor de los circuncisos (es decir, de los judíos; Rom 15,8). O sea que hasta el mismo Pablo, a pesar de tener una mentalidad abierta a los paganos, reconoce que Jesús fue servidor únicamente de los judíos, es decir, que les predicó exclusivamente a ellos.

Jesús no dio el ejemplo
Pero la mejor prueba de que Jesús anunció el Evangelio a los judíos, y no a los paganos, es que cuando los primeros gentiles comenzaron a entrar en la Iglesia, se produjo un gran escándalo. Los dirigentes cristianos debieron convocar a una asamblea en Jerusalén para debatir el tema, y analizar si los paganos podían o no ingresar. Y lo más llamativo es que, quienes defendieron la entrada de los paganos en la Iglesia, no fundamentaron su postura en que Jesús lo había permitido, sino que ellos habían recibido revelaciones privadas que lo autorizaban (Hech 11, 4-18).
Todo esto nos muestra que Jesús, durante su vida, se limitó a anunciar el Evangelio a los judíos. Por eso los primeros cristianos fueron todos judíos, y trataron de evangelizar sólo a los judíos, siguiendo el ejemplo de Jesús (Hech 2, 44-46).

¿Por qué entonces el apóstol Pablo, un buen día, se lanzó a predicar también a los paganos para invitarlos a entrar en la Iglesia? ¿De dónde sacó esa idea? ¿Qué fue lo que impulsó a aquel joven apóstol, miembro de un minúsculo grupo judío, a lanzarse a comunicar el mensaje de Jesús a los gentiles, rompiendo así con la práctica de su fundador y de toda la Iglesia primitiva?

La solución a este enigma hay que buscarla en lo que se llama "la teología de la restauración de Israel". ¿Qué era esta teología?
Para entenderla debemos tener en cuenta que, después de la muerte de Jesús, sus discípulos comprendieron que él era el Mesías que había venido a traer la salvación al pueblo judío, y que el fin de los tiempos estaba cerca. Por eso salieron por todas partes a anunciar a los otros judíos que se prepararan, porque el Mesías ya había llegado, y de un momento a otro iba a llegar también la salvación divina sobre el pueblo de Israel.

Pero san Pablo, junto con un grupo de cristianos más abiertos, llamados los helenistas (porque eran judíos que hablaban griego, en vez de hebreo), comprendió que la salvación de los judíos, es decir, la "restauración de Israel", implicaba también la incorporación de algunos paganos al grupo de los salvados, para que también éstos pudieran contemplar y admirar la gloria que le aguardaba al pueblo judío.
Esta idea, Pablo no la había inventado. La había descubierto leyendo los libros de los profetas.

En efecto, cuando leemos el Antiguo Testamento, encontramos por ejemplo que:
a) el profeta Miqueas, en el siglo VIII a.C; profetizó que al final de los tiempos los paganos participarán de la gloria futura del pueblo judío (Mi 4);
b) más tarde, en el siglo V a.c, un profeta anónimo, al que suele llamarse el Tercer Isaías, también predijo que -en los últimos días Dios iba a aceptar a algunos extranjeros junto con las tribus de Israel (Is 56, 1-8);
c) otro profeta desconocido, contemporáneo del Tercer Isaías, había reconocido que los paganos no estaban excluidos de la salvación de Israel (Is 60, 3-7.10-l 4);
d) por esa misma época, un predicador inspirado vaticinó que Dios iba a reunir a algunos extranjeros para que se salvaran junto con el pueblo de Israel (Is 66, 18-24).

Todas estas profecías le mostraron a Pablo desde el primer momento de su fe cristiana, que el plan de Dios para los últimos tiempos tenía dos etapas: 1) que todos los judíos aceptaran a Jesús como el Mesías salvador; 2) que algunos paganos también creyeran en Jesús, para acompañar a los judíos en la futura salvación.
Cuando Pablo tomó conciencia de estas ideas, se dio cuenta de que toda la Iglesia, especialmente en Palestina, estaba abocada a predicar el Evangelio únicamente a los judíos. O sea, se estaba llevando a cabo sólo una parte del plan divino. Es cierto que así realizaba la misma labor que había hecho Jesús. Pero Pablo comprendió que, en esta nueva etapa de la historia, Dios quería otra cosa: que también algunos paganos conocieran al Mesías, y entraran en la salvación.
Fue por eso que el apóstol sintió desde un comienzo el llamado para dedicarse a cumplir el otro aspecto del plan: anunciar el Evangelio a los gentiles para que el proyecto de Dios se realizara completamente.

Pablo, pues, junto a otros misioneros, se lanzó a una carrera desenfrenada por conseguir fieles que procedieran del paganismo, antes de que llegara el fin de los tiempos. Por supuesto, también procuró en su marcha predicar a los judíos. Pero su misión específica era reunir paganos para que entraran en la Iglesia (Gal 1, 5-16).
Según lo entendía Pablo, no era necesario llegar a todos los paganos. Sólo hacía falta un cierto número, que ya estaba fijado previamente por Dios, para acompañar a los judíos en la futura salvación.
Así se explica el comportamiento tan especial que mostró Pablo como misionero al comienzo. En efecto, vemos cómo corría desordenadamente de un lado a otro, fundando comunidades pequeñas, saltando luego a otra ciudad, y dejando la tarea de bautizar a sus ayudantes (1 Cor 1, 17).

Con esos viajes más bien "relámpago", y catequizando a unos cuantos en cada lugar, Pablo sintió que cumplía la misión especial encomendada por Jesús. No importaba que los evangelizados fueran pocos. De hecho, los miembros de sus comunidades cristianas no sumaban ni el 0,5 % de los paganos del imperio romano. Pero para Pablo eran suficientes para componer el grupo que debía incorporarse al pueblo de Israel, en ese tramo final de su salvación.

Sin embargo, en cierto momento de su carrera Pablo advirtió que algo no funcionaba bien. Le llegaban noticias (y él mismo lo comprobaba) de que los judíos se negaban a creer en Jesús. En cambio los paganos sí aceptaban la fe y entraban en la Iglesia en masa. Parecía que el plan de salvación de Dios estaba fracasando en su primera parte.
Esto para Pablo constituía un grave problema. ¿Cómo era posible que la sección central del proyecto divino saliera mal? ¿Qué sentido tenía ahora seguir evangelizando a los paganos, si los judíos no iban a poder conseguir la salvación?
El apóstol se puso a revisar otra vez el plan de Dios. Y entonces cayó en la cuenta de que el propósito divino era más profundo de lo que él había sospechado. El objetivo no era que unos cuantos paganos se bautizaran, para acompañar al pueblo judío en su salvación final, sino que todos los paganos se bautizaran y aceptaran a Jesucristo. Recién entonces los israelitas, llenos de celo, aceptarían también en masa a Jesús, y así llegaría la esperada salvación para todos los hombres.
Al ir descubriendo estas nuevas ideas, Pablo comprendió que le aguardaba una misión más extensa de la que se había imaginado hasta ese momento. Un territorio inmenso, poblado de paganos, esperaba ahora el anuncio del Evangelio.
Ante este panorama, tomó la decisión de abandonar Oriente, donde había trabajado todo ese tiempo fundando comunidades cristianas, y resolvió viajar al otro extremo del imperio, a Occidente, para empezar una nueva labor en esa parte del mundo. Creyó que lo mejor sería hacer primero una escala en Roma, y desde allí, con el apoyo técnico y logística de los cristianos locales, lanzar una gran misión evangelizadora que pudiera llegar hasta la misma España.
Con estos pensamientos en su mente, a principios del año 57 Pablo escribió una carta desde la ciudad de Corinto, a los cristianos de Roma, anunciándoles que iba a ir a visitarlos pronto, para que lo ayudaran en la nueva labor que quería desarrollar en Occidente (Rom 15,22-29).
Pero antes de notificarles el motivo de su carta, y para que lo entendieran mejor, les expuso en tres largos capítulos las ideas que había descubierto sobre el plan de Dios (Rom 9-11).
Comienza reconociendo que siente una gran tristeza por sus hermanos de raza, los judíos, que 00 han querido aceptar a Jesús como el Mesías (Rom 9, 1-5). Pero eso no significa que la Palabra de Dios haya fallado (Rom 9, 6). El fracaso del plan divino se debe a los mismos israelitas, que han preferido seguir su propio camino de salvación (Rom 9, 30-10,21).
Ante esto, Pablo se pregunta: ¿Entonces Dios ha rechazado a su pueblo? (Rom 11, 1). Y responde enérgicamente que no. Que Israel sigue siendo el pueblo elegido por Dios. Y les revela el nuevo plan que él ha descubierto: Hermanos, no quiero que ignoren este secreto del plan, para que no se crean sabios. Lo que le ha sucedido a Israel es sólo un el endurecimiento parcial. Y durará hasta que hayan entrado (en la Iglesia) todos los gentiles. Recién entonces, todo Israel se salvará (Rom 11, 25).

Pero eso no fue lo único que Dios le reveló a Pablo. También le mostró que, en esta nueva etapa del proyecto, había que facilitar al máximo las condiciones de ingreso a los gentiles. No se les podía exigir que cumplieran la inmensa y complicada legislación judía, con sus cientos de normas, algunas de las cuales a veces ni los judíos lograban cumplir. Comprendió, así, que bastaba con que creyeran en Jesucristo, y que llevaran una vida digna de él, para que fueran considerados miembros de la Iglesia. Con ello, estaban liberados de cualquier otra norma.
Una vez que Pablo recibió esta revelación sobre los paganos, inspirado nuevamente por Dios, se dio cuenta de que si éstos estaban libres de las innumerables leyes de Moisés, sería injusto exigirles a los judíos que ellos sí las cumplieran para poder salvarse. ¿Acaso no era el mismo Jesús el que salvaba a judíos y paganos? ¿Por qué hacer esa desfavorable diferencia en detrimento del pueblo elegido, imponiéndole una carga tan pesada?
De ese modo, Pablo completó la que sería su más grande revelación, y su tesis más revolucionaria: que con la llegada de Jesús, tampoco los judíos estaban obligados a cumplir la ley de Moisés. Ni siquiera la circuncisión, considerada como el signo fundamental de la religiosidad hebrea, era ya requisito indispensable para formar parte del pueblo de Dios y salvarse. Lo que Dios queda ahora era el cumplimiento de una nueva ley, ya no ritual, sino ética: la ley del amor.
La defensa de este plan fue expuesta magistralmente por Pablo en otra carta suya, dirigida a los Gálatas.
De este modo el proyecto divino, que Pablo había descubierto al principio para admitir a los paganos en la 19lesia, fue finalmente comprendido en su totalidad por el apóstol. Y gracias a su brillante capacidad teológica, tanto judíos como paganos terminaron hermanados en el mismo y Único plan de salvación.

Pablo no fue un iluminado, que de manera directa e infusa recibió indicaciones del cielo para guiar desde el principio y de modo certero a la Iglesia. Fue un hombre preocupado por el Evangelio, que con honda inquietud vio cómo éste no terminaba de ser aceptado por la gente. Entonces, ante las dificultades halladas en su apostolado, trató de meditar sobre el plan divino y descubrir qué era lo que Dios realmente le pedía en esos momentos de la historia.
Al principio de su misión, creyendo haber comprendido la voluntad de Dios, se lanzó a anunciar el Evangelio a algunos paganos, para que acompañaran a los judíos en su futura salvación.
Pero en un segundo momento, al advertir que los judíos se negaban a reconocer el cristianismo, llegó a un descubrimiento más hondo del plan. Dios en realidad había dispuesto que se predicara el Evangelio a todos los gentiles. y cuando éstos hubieran entrado en la Iglesia, recién entonces, llenos de celo y envidia, ingresarían también los judíos.
Junto a esta nueva revelación, entendió también que Dios pedía para los paganos unas condiciones de ingreso diferentes, exigiéndoles sólo la fe en Jesucristo. No hacía falta ya imponerles las leyes judías.
Finalmente, llegó a la convicción de que Dios tampoco pedía a los judíos que cumplieran las leyes de Moisés para salvarse. Se salvaban sólo con la fe en Jesucristo.
Este "'evangelio" fue precisado y completado por Pablo durante años de maduración, por medio de reflexiones y noticias sobre Jesús, tanto propias como del grupo cristiano que trabajaba con él.

No seguir con planes viejos
Nunca terminaremos de admirar la grandeza de Pablo. Su profunda intuición teológica, su audacia para descubrir los planes de Dios, su valentía para aplicarlos en la Iglesia, y su coraje para enfrentar a quienes se oponían a él, lograron hacer de una modesta corriente religiosa una colosal Iglesia universal, capaz de ofrecer la salvación a todos los hombres del mundo.
Es que, como decía el mismo Pablo, ¡Los designios de Dios son insondables, y sus caminos inescrutables! (Rom 11, 33). Por eso, de vez en cuando conviene que la Iglesia también revise lo que supone que son "los planes definitivos de Dios". Quizá los haya comprendido parcialmente. Tal vez hace rato que Dios nos esté mostrando mejor sus designios, y nosotros aún los estemos entendiendo de manera incompleta. Y quizá, por seguir ateniéndonos a una comprensión anticuada de los "planes de salvación", estemos dejando fuera a hermanos que tendrían que entrar en la comunidad.
La osadía de un teólogo, y la de muchos otros misioneros que se adhirieron a sus ideas, sirvió para que hoy millones de personas formaran parte de la Iglesia. De igual modo la valentía de algunos teólogos contemporáneos, que se animan a proponer nuevas profundizaciones al camino de salvación para la humanidad, y el esfuerzo de los cristianos que los acepten, termine algún día abriendo las puertas de la comunidad cristiana a muchos hombres, que aún aguardan su voz maternal y misericordiosa invitándolos a la salvación.

viernes, 12 de junio de 2009

Resumen de Pablo 1

Este personaje no cambió su nombre al convertirse al cristianismo, ya que como ciudadano romano y nacido en Tarso, además de ser judío tenía gran influencia de la cultura helenística y romana, por lo que como todo romano de la época tenía un “prognomen” relacionado con una característica familiar (el cual es SAULO, su nombre judío), y un “congnomen” que se asocia a una característica física (que en este caso es PABLO, que es su nombre romano).
El conocimiento de la cultura helénica (hablaba fluidamente el griego como el arameo) le permite a este Apóstol predicar el Evangelio con ejemplos y comparaciones comunes de esta cultura por lo que el mensaje fue recibido en territorio griego claramente y esta característica marca el éxito de sus viajes fundando comunidades cristianas.

Nació entre el año 5 y el año 10 en Tarso, en la región de Cilicia, en la costa sur del Asia Menor (la actual Turquía). La ciudad de Tarso tenía concedida la ciudadanía romana por nacimiento. Por lo que Pablo era ciudadano romano pese a ser hijo de judíos.

Hijo de hebreos y descendiente de la tribu de Benjamín, en su adolescencia es enviado a Jerusalén, donde estudia con el famoso rabino Gamaliel. Tuvo una educación natural mucho mayor que los humildes pescadores que fueron los primeros apóstoles de Cristo. También es aquí donde se une al grupo de los fariseos.

Tras la muerte de Jesús, hacia el año 33, comienzan a formarse grupos de seguidores de Jesús.
Pablo de Tarso fue un activo perseguidor de estas comunidades bajo la influencia de los fariseos. De hecho el fue de los que participó y asintió en la ejecución de San Esteban, el primer mártir de la iglesia cristiana de aquel entonces, quien cayera víctima de lapidación no como consecuencia de la barbarie de la multitud, si no como cumplimiento de una ejecución judicial, pues Saulo contaba con la venia de Roma.
En el año 36, camino a Damasco, tuvo una visiòn y se convirtió al cristianismo. Según el libro de los Hechos de los Apóstoles y las epístolas paulinas fue gracias a una aparición de Cristo camino de la ciudad de Damasco, luego de la cual pide ser bautizado.


Educación
• Pablo nació en Tarso, en Cilicia (Hechos, xxi, 39), entre los años 5 y 10 de la Era Cristiana.
• De un padre que era ciudadano romano (Hechos, xxii, 26-28; cf. xvi, 37), en el seno de una familia en la que la piedad era hereditaria (II Tim., i, 3) y muy ligada a las tradiciones y observancias fariseas (Fil., iii, 5-6).
• Dado que pertenecía a la tribu de Benjamín, se le dio el nombre de Saúl (o Saulo) que era común en esta tribu en memoria del primer rey de los judíos. (Fil., iii, 5).
• Puesto que todo judío que se respetase había de enseñar a su hijo un oficio, el joven Saulo aprendió a hacer tiendas de lona (Hechos, xviii, 3).
• Era aún muy joven cuando fue enviado a Jerusalén para recibir una buena educación en la escuela de Gamaliel (Hechos, xxii, 3).
• Parte de su familia residía quizá en la ciudad santa puesto que más tarde se haría mención de una hermana cuyo hijo le salvaría la vida (Hechos, xxiii).
• A partir de este momento resulta imposible seguir su pista hasta que tomó parte en el martirio de San Esteban (Hechos, vii, 58-60; xxii, 20). En ese momento se le califica de “joven” (neanias).

Su conversión y primeras empresas
Leemos en los hechos de los apóstoles tres relatos de la conversión de San Pablo.
Pablo está seguro de haber "visto a" Cristo como los otros apóstoles lo hicieron (I Cor., ix, 1); él mismo declara que Cristo se le “apareció” (I Cor., xv, 8) como a Pedro, Santiago o a los doce después de su resurrección.

Después de su conversión, de su bautismo y de su cura milagrosa Pablo empezó a predicar a los judíos (Hechos, ix, 19-20).

Relación con el Judaísmo
Pablo era judío.
Aparece practicando la circuncisión judía en Romanos 3:1-2, diciendo que la circuncisión no importa en 1 Corintios 3:2 y desde entonces se opuso a esta práctica para los gentiles que deseaban incorporarse al cristianismo (en oposición a lo planteado por San Pedro inicialmente).
Es denominado el apóstol de los gentiles.
Uno de los aportes mayores de San Pablo es la concepción de que el cristianismo es una Iglesia Nueva.
Los Apóstoles seguían considerándose judíos, pero Pablo establece en el Concilio de Jerusalén que los seguidores de Jesús no están bajo las leyes religiosas judías y transforma la Iglesia en algo universal que debe ser anunciada a todo hombre que pueble la tierra independientemente de su origen.
Esto le lleva a tener no pocos problemas con las primeras Iglesias cristianas que consideraban que predicarle a los gentiles y llevarlos a las sinagogas iba contra los deseos de Dios. También Jesús, según los Evangelios le puso la tarea de predicar por todo el mundo y fundó comunidades cristianas por toda Europa y medio oriente.


La cautividad (Hechos 21, 27-28. 31)
• Cuando los judíos acusaron en falso a Pablo de haber introducido a los gentiles en el templo, el populacho maltrató a Pablo, y, cubierto de cadenas, el tribuno Lisias lo echó a la cárcel de la fortaleza Antonia.
• Cuando éste supo que los judíos habían conspirado para matar al prisionero, lo envió bajo fuerte escolta a Cesárea, que era la residencia del procurador Félix.
• Pablo no tuvo dificultad para poner en claro las contradicciones de los que lo acusaban pero, al negarse a comprar su libertad, Félix lo mantuvo encadenado durante dos años e incluso lo arrojó a la cárcel para dar gusto a los judíos en espera de la llegada de su sucesor el procurador Festo.
• El nuevo gobernador quiso enviar al prisionero a Jerusalén para que fuese juzgado en presencia de sus acusadores, pero Pablo, que conocía perfectamente las argucias de sus enemigos, apeló al César. En consecuencia, esta causa podía sólo ser despachada en Roma.
• Este periodo de cautividad se caracteriza por cinco discursos del Apóstol:
• El primero fue pronunciado en hebreo en las escaleras de la fortaleza Antonia ante una multitud amenazante; Pablo relató su vocación y su conversión al apostolado, pero fue interrumpido por los gritos hostiles de la gente (Hechos, xxii, 1-22).
• En el segundo, al día siguiente ante el Sanedrín reunido bajo la presidencia de Lisias, el apóstol enredó hábilmente a los fariseos contra los saduceos con lo que no se pudo llevar adelante ninguna acusación.
• El tercero fue la respuesta al acusador Tértulo en presencia del gobernador Félix; en ella hizo ver que los hechos habían sido manipulados probando, así, su inocencia. (Hechos xxiv, 10-21).
• El cuarto discurso es una simple explicación resumida de la fe cristiana ante el gobernador Félix y su mujer Drusila (Hechos, xxiv, 24-25).
• El quinto, pronunciado ante el gobernador Festo, el rey Agripa y su mujer Berenice, repite de nuevo la historia de la conversión y quedó sin terminar debido a las interrupciones sarcásticas del gobernador y la actitud molesta del rey (Hechos, xxvi).
• El viaje del prisionero Pablo de Cesárea a Roma fue descrito por San Lucas con una viveza de colores y una precisión que no dejan nada que desear.
• El centurión Julio había enviado a Pablo y a otros prisioneros en un navío mercante en el que Lucas y Aristarco pudieron sacar pasaje. Dado que la estación se encontraba avanzada, el viaje fue lento y difícil. Costearon Siria, Cilicia y Panfilia. En Mira de Licia los prisioneros fueron transferidos a un bajel dirigido a Italia, pero unos vientos contrarios persistentes los empujaron hacia un puerto de Chipre llamado Buenpuerto, alcanzado incluso con mucha dificultad y Pablo aconsejó invernar allí, pero su opinión fue rechazada y el barco derivó sin rumbo fijo durante catorce días terminando en las costas de Malta.
• Durante los tres meses siguientes, la navegación fue considerada demasiado peligrosa, con lo que no se movieron del lugar, mas con los primeros días de la primavera, se apresuraron a reanudar el viaje.
• Pablo debió llegar a Roma algún día de marzo. "Quedó dos años completos en una vivienda alquilada predicando el Reino de Dios y la fe en Jesucristo con toda confianza, sin prohibición" (Hechos, xxviii, 30-31). Y, con estas palabras, concluyen los Hechos de los Apóstoles.